8/19/2010

Oliver Twisted

La Suprema Corte de Justicia de la Nación recién avaló la adopción de niños por parejas gay —esta no es inconstitucional— por una votación de mayoría.

En lo personal, la decisión no me sorprendió, como tampoco me sorprendió cuando la Corte recientemente dio el sí a los matrimonios gay. En este último caso, quien pensó lo contrario (esto es, que la SCJN rechazaría las uniones gay) pecó de ingenuo: México, nos guste o no, forma parte de la economía global y por lo tanto no es ajeno a las tendencias que se dan en otras partes del mundo. Tarde que temprano se tenía que presentar el tema gay, como habrá de suceder (está sucediendo) con la legalización de la marihuana.

Alguna vez escribí que, para mí, los homosexuales son como los pingüinos: me son por completo indiferentes. Esto es, no estoy a favor ni en contra de sus propias preferencias sexuales. No estoy de acuerdo que se les discrimine o se les trate mal, pero tampoco me apuntaría para compartir juntos un desfile del “orgullo gay”.

Esta ambigüedad personal no es gratuita: Defiendo los derechos gay de la misma manera que defiendo los derechos de cualquier minoría. Pero cuando cualquiera de estas minorías (la minoría gay en especial) se autoproclaman “víctimas”, dejan de tener mi simpatía.

Porque el acto de “victimizarse” reduce todo problema a una mera dicotomía: Si no estás de acuerdo con los puntos de vista de la “víctima” eso significa que estás contra ella.

Y eso no es verdad. El no estar de acuerdo que los matrimonios se realicen entre personas del mismo sexo no significa que seas homofóbico; el no estar de acuerdo en que las parejas gay adopten niños no te convierte automáticamente en un inquisidor medieval.

Esto representa un problema para todos los que impulsan los derechos gay porque, ¿cómo clasificar a aquellos que están de acuerdo con los matrimonios gay, pero que no apoyan la adopción de niños por éstos? Porque la mayoría —sobre todo los jóvenes— no se oponen a que las parejas gay contraigan matrimonio, pero muchos no están de acuerdo con que también puedan adoptar.

Al igual que con los debates del Calentamiento Global Antropogénico y la legalización de la marihuana, he seguido de cerca las reacciones de la llamada “opinión pública” en torno al debate de los matrimonios y adopciones gay.

Como era de esperarse, abundan los argumentos basados en prejuicios, y la dicotomía de la que hablé más arriba es muy visible: predomina el tono de “si no estás conmigo estás contra mí”. Ambos bandos manejan argumentos maniqueos y, en su mayor parte, estúpidos. Pero también se escuchan algunas pocas voces sensatas.

Es el tono y lo acalorado del debate gay lo que me lleva a fijar mi postura: Considero un acierto (acorde a las tendencias de un mundo globalizado) el que la SCJN haya avalado las uniones entre mexicanos del mismo sexo, pero considero un error el que haya hecho lo mismo con respecto a la adopción de niños por matrimonios gay.

¿Por qué? Por la sencilla razón de que México no está preparado para ello. No todavía.

Como dije, no estoy a favor ni en contra de los homosexuales. Para mí, estos son personas normales que tienen preferencia sexual por otras personas de su mismo sexo.

Una pareja de homosexuales casada y que desee adoptar un niño no tiene por qué diferir de una pareja heterosexual en la misma situación. Las parejas gay pueden ser padres amorosos y responsables para con sus hijos adoptados.

El problema es que no todos piensan como yo. Es más, la mayoría no piensa. Punto.

Sígase de cerca el debate gay y ¿qué encontramos?: Intolerancia, prejuicios y mucho, mucho odio. Y eso no es exclusivo del bando anti-gay. Los homosexuales también cargan con la misma intolerancia, prejuicios y odio.

Es más: puedo decir, sin temor a equivocarme, que en el bando heterosexual existen más personas dispuestas a cambiar sus convicciones y apoyar la causa gay, que homosexuales dispuestos a comprender las razones de duda de los heterosexuales.

Los homosexuales no parecen ser concientes del hecho incontrovertible de que son una minoría, no parecen darse cuenta del enorme triunfo que representó para la causa gay que un país como México aceptara finalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Y ese es el problema de fondo, el error al que me referí anteriormente: apenas se empezaba a aceptar que el matrimonio gay era una realidad, cuando ya se hablaba de la adopción por parejas gay.

¿Por qué la prisa? ¿Por qué no dejar pasar algunos años más y demostrar con hechos que los matrimonios gay no significan el fin de la sociedad o uniones de depravados morales o cualesquier otro prejuicio que mantienen los heterosexuales intolerantes?

¡Ah, no. El tema de la adopción gay no podía esperar! Envalentonado por el triunfo de los matrimonios entre personas del mismo sexo, el bando gay se lanzó de lleno a conseguir ¡ya! el derecho de los matrimonios gay a adoptar.

Esta victoria pírrica del bando gay es la que mantiene tan rastrero el nivel del debate actual y es la causa por la que muchos heterosexuales que antes apoyaron el matrimonio gay ahora vuelvan a su atalaya anterior.

Y los que pierden por ello no son los homosexuales, que ya ganaron su derecho a casarse y adoptar; tampoco pierden los heterosexuales, ni los partidos de izquierda, “progresistas” o cualquier otra organización social que maneje una agenda políticamente correcta.

No, los que pierden son esos niños que serán adoptados por un matrimonio gay. Todo el rencor, toda la intolerancia se dirigirá hacia ellos, no hacia sus padres o madres.

Oliver Twist salió del orfanato; se hizo aprendiz de enterrador; huyó a Londres; conoció a Jack Dawkings que lo convirtió en ladrón involuntario en la banda de Fagin; se enfrentó con el repulsivo Bill Sikes; finalmente fue adoptado por el bondadoso Mr. Brownlow y vivió feliz junto a Harry y Rose.

¿Pasará lo mismo con Oliver Twisted, que será adoptado por un amoroso matrimonio gay?

Yo no lo creo, aunque me gustaría pensar que sí, que tendrá una vida feliz.

Sólo el tiempo lo dirá.

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