10/29/2010

Aviso importante

Aviso para todos los lectores frecuentes de estas Crónicas Profanas: Durante el mes de noviembre es posible que se publiquen un menor número de post o ninguno. ¿La razón? Voy a ponerme a escribir una novela de 175 páginas (50,000 palabras) en Noviembre. Sólo tengo treinta días para terminar la novela.

Por supuesto, la idea no es mía (nunca se me ocurriría escribir una novela bajo esas reglas), sino de los gringos, que tienen un concurso llamado “National Novel Writing Month” en el que las únicas reglas son las dos mencionadas.

Cuando leí sobre el concurso me atrajo la idea subyacente: está dirigido a todos aquellos que quieren escribir una novela, pero que no lo hacen por el temor al tiempo y esfuerzo que demanda. Dada la limitada “ventana” de escritura, lo único que interesa en el NaNoWriMO (así le llaman) es el resultado. Todo es acerca de cantidad, no de calidad.

Sus organizadores afirman que el acercamiento kamikaze te fuerza a bajar tus expectativas, tomar riesgos y escribir al vuelo. También previenen a los concursantes: van a escribir un montón de basura. Pero, dicen, eso no es algo malo: al forzarse a escribir tan intensamente, los escritores se van a dar a sí mismos permiso para cometer errores, evitar la revisión y la edición continuas. Lo que interesa es crear.

Aquí no hay premios en dinero ni primeros lugares. Sólo mandas tu novela terminada antes de la medianoche del 30 de noviembre y unos contadores de palabras automáticos darán por bueno el resultado si cumpliste con la meta de 50,000 palabras.

Según informan, en el concurso de 2009 tuvieron 165,000 participantes, de los cuales solo 30,000 lograron cumplir la meta. Y concluyen: “Ellos empezaron el mes como mecánicos de autos, actores sin trabajo y profesores de inglés de enseñanza media; siguieron adelante como novelistas”.

Yo sé que muchos dirán que ese tipo de concursos no fomentan la calidad sino la cantidad, o preguntarán: ¿qué gracia tiene escribir cincuenta mil palabras de pura basura?

Pensemos en los números: 165,000 participantes en 2009; 30,000 “ganaron” el concurso. Ahora bien, consideremos que de esos 30,000 que lograron escribir su novela de 50,000 palabras en un mes, un 98% de ellos escribieron basura y que sólo un 2% escribieron una novela con algún mérito literario.

Eso nos deja con 600 novelistas potenciales. Una vez más, consideremos que sólo un 2% de esos novelistas potenciales se lanzan a convertirse en novelistas profesionales. Entonces tenemos a 12 novelistas que pueden contribuir al mercado editorial, ganar dinero con ello y fomentar la cultura y la economía.

Aquí en México todos se la pasan quejando que el país no avanza, que el gobierno tiene la culpa, que si los narcos, que si esto, que si lo otro. Pregunto: ¿por qué no hacemos un concurso igual aquí en México?

¿Cuántos “ninis” (personas que ni estudian ni trabajan) de los 5’000,000 que se calcula hay actualmente en México, resultarían beneficiados con este tipo de concursos? Recuerden: no hay premios, no hay jurados, no hay “menciones honoríficas”. Sólo se trata de demostrarse a uno mismo de que se es capaz de escribir una novela de 175 páginas/50,000 palabras en treinta días.

A mí lo que me atrajo del concurso es el reto que significa. Escribir un mínimo de 1,667 palabras al día durante 30 días consecutivos implica disciplina. Hay que encontrar el tiempo para escribir mientras se realizan las labores cotidianas.

No pienso dejar de trabajar, ni de leer, ni de abandonar a mi familia mientras escribo mi novela, de la cual tengo que escribir al menos 1,667 palabras cada día durante el mes de noviembre.

Por supuesto, a como soy, no me permitiré escribir “basura”, aunque este es un término muy relativo. Las librerías están llenas de libros “basura”, muchos de los cuales son muy apreciados por las personas. No me detendré aquí a mencionar ejemplos pero, créanme, son muy numerosos.

Llegado a este punto se me ocurre lo siguiente: aún y cuando no pienso mandar mi novela al concurso, cada viernes de noviembre voy a colocar un post en estas crónicas intitulado: Trabajo en proceso (de pasada: así pensaba llamar James Joyce a su Finnegan’s Wake) en donde voy a dar cuenta de mis progresos.

Esto me va a dar la oportunidad de no perder el contacto con esos pocos (pero inteligentes) lectores regulares de Crónicas Profanas. Por supuesto, si me quieren hacer comentarios de aliento o de crítica, el asunto va a estar mucho mejor.

Me enteré del concurso el pasado día 11 en la revista Wired. Tardé algunos días en decidirme a aceptar el reto, así que apenas acabo de completar la idea general y una parte del borrador, el cual tiene que estar concluido para este domingo.

Para empezar a calentar motores, en este momento voy a compartir con ustedes la idea general de la novela que pienso escribir (lo cual es parte esencial del trabajo en proceso).

Aclaro: Lo que leerán a continuación tiene el mismo espíritu que el concurso NaNoWriMO. Fue escrito en muy poco tiempo y de manera casi automática. Así que es posible que cambie alguno de los puntos señalados, pero en esencia quedará igual. (Si quieren hacer algún comentario, será bienvenido). Además, lo único que quiero es divertirme.

Título provisional: RETORNO 2012.
Idea general: ¿Qué es lo único que le falta a nuestro convulsionado México? Respuesta: una invasión de zombis. El libro trata la crónica de la invasión de zombis de los últimos meses de 2011 y principios de 2012, cuando el país estuvo a punto de desaparecer, en Julio 2012, en el que hordas de zombis confluyeron a la capital de la República para elegir a su líder.
Los zombis mexicanos son los seres más terroríficos que puedan existir, ya que son producto de un virus mutante creado por narcotraficantes.
¿Cómo pudieron un puñado de valerosos mexicanos acabar con la amenaza zombi? Ese es el tema del libro.
Por supuesto, se trata de una sátira sobre el sistema político mexicano y el narco. Cómo han podido adueñarse del país en su propio provecho y cómo han utilizado las débiles mentes de los mexicanos (y mexicanas) convirtiéndolos en zombis.
El poder por el poder. El dinero por el dinero.
Los retos principales del libro son dos: 1) Presentar un relato ridículo de forma seria y 2) la rapidez, ya que los hechos narrados tendrán lugar en los próximos 21 meses.
Una manera de solventar el segundo de estos retos es el de enfocarse en la invasión zombi más que en los resultados de las elecciones en Edomex o en la próxima elección presidencial, por lo cual el inicio del relato puede situarse a finales de 2011 o en mayo o junio 2012. No es necesario explicar cómo sucedieron las elecciones ni su resultado. El contagio y la propagación del virus mutante es lo más importante, ya que será una metáfora de lo que ocurre actualmente.
Los héroes del libro serán ciudadanos comunes. No serán los típicos periodistas, profesores, campesinos o algunos de los otros héroes populares, ya que éstos formarán (junto con los empresarios) el grueso del ejército de zombis. El 90% de la población mexicana será zombi para el 2012. Por supuesto, habrán varias modalidades de zombis (no se podía esperar otra cosa de México) cuyos grados de fuerza, maldad o inteligencia varían.
Otro punto de vista interesante será el comportamiento que mostraron los gringos ante la invasión zombi mexicana. Toda la hipocresía y el doble discurso gringo saldrán a la luz.
Aunque el estilo del libro será el de una crónica seria, el trasfondo será cutre. Es una especie de película de El Santo literaria. Por supuesto, habrá muchos personajes reales en el libro, en especial políticos, empresarios y comunicadores.
Hay dos posibles puntos de partida: 1) Iniciar la acción a pocos meses de que tenga lugar la elección del líder supremo zombi, 2) Iniciar el relato cuando se lleva a cabo el primer contagio (paciente cero).
Creo que la mejor entrada (es una intuición) sería durante la posada navideña 2011 en palacio de Gobierno, donde uno de los de “la resistencia” se cuela en la fiesta para encontrarse con un contacto secreto (no infectado) que lo llevará a donde se oculta el doctor Chilinski, quién parece haber encontrado un antídoto para el mal de los zombis…

Hasta aquí con el resumen del proyecto. Una segunda intención para presentarlo en estas crónicas es para tener otra presión adicional: no quiero quedar mal con mis lectores.

Como ven, me espera un trabajo agotador y muy divertido. Repito: cualquier comentario o idea será bienvenida. Siempre he querido hacer de este blog un sitio interactivo, donde los lectores formen parte integral de éste.

Así que, nos vemos en estas Crónicas Profanas hasta el próximo día 6 de noviembre.

Hablaremos de zombis.





10/26/2010

Un encantador mojado

En el mundo del show businnes norteamericano, uno de los mayores anhelos de todo artista es presentarse en Europa, sobre todo en Inglaterra. Hay cierta fijación chovinista de los gringos por ser admirados en el lugar que muchos consideran “la madre patria”, aunque no tenga nada que ver con su origen personal: eres una estrella gringa, debes visitar Inglaterra; ese es el axioma que siguen los artistas o sus representantes.

Uno de los mejores escaparates que tienen estas “estrellas” son los programas de la BBC, que mantiene altos estándares de calidad televisiva y radiofónica. Los más solicitados son programas de variedades, como The Graham Norton Show, que es conducido por el comediante Graham Norton, cuyas peculiaridades son las de ser irlandés y gay. (Cualquier parecido con Oscar Wilde es por completo accidental).

En lo personal disfruto mucho con las ocurrencias de Graham Norton. Veo regularmente su programa (jueves a las 10:00 P.M. por BBC Entretainment) y en éste han desfilado un gran número de artistas gringos y europeos.

Pues bien, una de las últimas estrellas que tuvo su aparición en el show de Graham Norton fue César Millán, “el encantador de perros”. (Dado que los programas de la BBC los pasan diferidos en México, con semanas o meses de diferencia, la presentación de César Millán la pasarán el próximo jueves 28 de octubre. Si pueden, vean el programa).

Todo el mundo conoce a César Millán. Se dedica a entrenar perros (le dicen psicólogo de perros), tiene una clínica de rehabilitación de perros en California, ha escrito dos libros y su programa Dog Whisperer que se exhibe en el National Geographic Channel, Animal Planet Latinoamérica, BIO, Foxtel Channel (Australia) y Cadena Cuatro (España) lleva cinco exitosas temporadas.

Lo más interesante de César Millán no es lo que se dice de él, sino lo que se calla. Lo que se dice de él es que es originario de Mazatlán, Sinaloa, que llegó a los Estados Unidos a mediados de los años noventa del siglo pasado, que vive en California con su esposa y dos hijos y que realmente tiene un don para comunicarse con los perros.

Además de su exitoso programa, recientemente se dio a conocer que César Millán tiene un proyecto multimillonario junto con Jada Pinkett Smith, la esposa del actor Will Smith, para construir un enorme parque de diversiones para perros. (Sí, solo en California).

Lo que se calla de César Millán es que ingresó a los Estados Unidos de manera ilegal. Atravesó el Río Bravo a nado y se puso a trabajar (sin papeles) como peluquero de perros. Después puso un refugio para rehabilitación de perros y de ahí pasó a la televisión.

Y ahí lo tenemos, en la cúspide de la fama. Habiendo conquistado los Estados Unidos se va a una gira europea y se presenta nada menos que en Londres, Inglaterra, como toda estrella de Hollywood que se precie de serlo.

¿En qué momento de este proceso César Millán obtuvo su calidad de inmigrante legal? No lo sabemos. Lo único que está claro es que para hacer lo que hace actualmente, su estatus migratorio ya no es ilegal.

Lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿en qué difiere César Millán de aquellos miles de sus compatriotas que cruzan ilegalmente la frontera cada año y que sufren persecuciones, humillaciones y maltratos, además de ser culpados de los problemas económicos por los que atraviesan los Estados Unidos? (Aún y cuando durante los dos últimos años se ha visto una reducción en la cantidad de inmigrantes ilegales —debido a la recesión en los EUA y a la recientemente autorizada “Ley Arizona”— ésta no se ha detenido. Cada día cientos de personas atraviesan la frontera de manera ilegal).

Que yo sepa, César Millán no tiene estudios superiores. De pequeño pasó la mayor parte de su infancia en el rancho de su abuelo en Mazatlán, donde se cuidaban docenas de vacas. Vivían en una casa de ladrillo y arcilla de sólo cuatro cuartos y sin agua potable. Fue en el rancho de su abuelo donde César empezó a observar el comportamiento de las manadas de perros que lo llevaría en un futuro a especializarse en la rehabilitación de los perros agresivos. Fuera de observar perros, uno de los primeros trabajos de César fue en la tienda de verduras de su abuelo.

Así que cuando cruzó la frontera de manera ilegal, César Millán llevaba un bagaje cultural y socioeconómico muy similar a los de la mayoría de los indocumentados que emigran cada año a los EUA.

Físicamente, César Millán tampoco difiere gran cosa de otros indocumentados. No posee rasgos indígenas tan marcados como muchos de sus connacionales (esos rasgos que no le gustan a la gente estúpida) pero su piel es morena y es bajo de estatura.

Definitivamente, César Millán aprendió bien el inglés. Lo habla fluidamente y su acento no es muy marcado. Sin embargo, muchos de los indocumentados mexicanos también son bilingües o trilingües, aunque muchos de ellos no dominen el inglés como César.

Aquellos a quienes se les haga extraño que comente que hay muchos indocumentados mexicanos bilingües (o trilingües) que no dominan el inglés deben de recordar que muchos de ellos pertenecen a alguna de las cientos de etnias indígenas que hay en México. Millones de mexicanos que hablan español también hablan su lengua materna, ya sea otomí, zapoteca, mixteca, maya o las cientos de otras lenguas nativas. Además, en muchos casos, dominan varias de éstas. (Irónicamente, los gringos son quizá el único pueblo del planeta que no considera el hablar una segunda lengua como una ventaja cultural).

Así que tenemos que César Millán es un mexicano sin estudios superiores; con una infancia feliz, pero de un nivel socioeconómico bajo; físicamente bajo y de piel morena; que cruzó ilegalmente la frontera, que tuvo algunos trabajos anodinos, aprendió a hablar inglés y…

¡Helo aquí, convertido en tan sólo unos pocos años no sólo en un residente legal, sino en alguien que es conocido en todo el mundo y se presenta en un programa en la BBC de Londres como parte de su gira de estrella!

¿¡Por qué?! ¿Qué hizo César Millán para alcanzar ese “sueño americano” que se les niega a millones de indocumentados de los que no se diferencia significativamente?

La clave la podemos encontrar en la materia de estudio que César Millán encontró de niño en el rancho de su abuelo, misma que supo interpretar y perfeccionar con el paso del tiempo y que no es otra cosa que… los perros.

Aunque hay muchos a los que no les gustan los perros, a la mayoría de la gente les parecen las criaturas más adorables del planeta. Estos mamíferos cuadrúpedos son simpáticos, leales y muy divertidos. Mientras que los gatos (la otra mascota preferida en el planeta y rival del perro hasta en los dibujos animados) hacen su vida de acuerdo a sus necesidades y apetitos, los perros se desviven por sus amos. Para el perro, no hay nada más adorable que su dueño.

Así, aunque millones de gringos desprecian a los mexicanos, “latinos”, negros, judíos, asiáticos y “árabes” (para los gringos, los kurdos, iraníes y afganos son árabes) tienen un gran afecto hacia sus perros. Tanto, que a veces raya en lo obsceno.

Y César Millán es el hombre. Es el que le susurra a los perros. Es el encantador de perros.

Amable, sonriente, asertivo, César Millán conoce a los perros mejor que nadie. Su secreto es esa cualidad que llevó a nuestros antepasados a construir magníficos templos, exactos calendarios, grandes civilizaciones: la observación.

César observó que los perros no entienden de nacionalidades, de razas, de religiones. Ellos se guían por el territorio, por jerarquías. Y para los perros no hay nada más importante que la manada. César lo sabe y por ello más que rehabilitar perros organiza manadas. Manadas de humanos de las que el perro es uno más de sus integrantes.

Ojalá que César Millán continúe cosechando el éxito tan merecido. Y espero que algún día los gringos acepten esa regla de convivencia tan sencilla que César busca transmitir: que todos seres humanos formamos una sola y gran manada.

10/22/2010

Un asno en 3D

El pasado fin de semana Jackass 3D lideraba la taquilla en los Estados Unidos. No sólo eso, sino que establecía récord como la película con uno de los mejores debuts de fin de semana de todos los tiempos.

Lo más extraño de todo es que la película no tiene trama y está hecha por hombres, para hombres. Se puede decir que Jackass 3D es la más pura “dude flick”, esto es, la verdadera antítesis de las películas hechas por mujeres, para mujeres, y a las que se les conoce como “chick flick”.

Y digo que Jackass 3D es la verdadera antítesis de una “chick flick” porque existen otras películas hechas por hombres, para hombres, que no pueden clasificarse “dude flick” como Jackass 3D. Películas como The expendables o Transformers, aunque están dirigidas hacia el mercado masculino, no alcanzan la “pureza” de esta cinta peculiar.

Antes de proseguir, permítanme un breve paréntesis. En otras ocasiones, estas crónicas se han ocupado de las “chick flicks”. Sin embargo, creo que mis comentarios sobre este tipo de películas han sido mal interpretados. Primero que nada, nunca he afirmado que las “chick flicks” sean películas malas. Al contrario, algunas de éstas películas son verdaderas joyas. Lo que pasa es que están narradas en el lenguaje del sentimiento y, para la mayoría de los hombres, dicho lenguaje está escrito en jeroglíficos. Las mujeres y una minoría de hombres (entre la que me incluyo) son capaces de descifrar esos “jeroglíficos”; para el resto de los hombres —algo así como un 98% de éstos— permanecen ilegibles.

Continuando con Jackass 3D: Lo que más llamó mi atención con esta tercera entrega de la serie fue el tono de la crítica. Aunque parezca increíble, las reseñas no fueron lo negativo que podría esperarse de una película cuyo único mérito es demostrar definitivamente que la estupidez masculina no tiene límite.

Aunque ningún crítico alababa la película (algo imposible de hacer) todos mostraron cierta condescendencia a la hora de reseñar la última aventura de Johnny Knoxville y su pandilla, con la excepción de Dana Stevens, de Slate, que agradecía a Dios el haber dado a luz a una niña y no a un niño.

Entre las cosas que los críticos mencionaron como “atenuantes” estaban la frescura y camaradería que mostraron todos los miembros del reparto; el uso inteligente que se había hecho de la 3D (un crítico aducía que Jackass 3D era la única película que había superado la queja de James Cameron en el sentido de que las películas explotaban más que experimentaban con la tecnología de la tercera dimensión) y el tono surrealista, de rebelión, que trasmitía la película. La más extraña de las críticas fue la de los curadores del Museo de Arte Moderno de NY, que elogiaron “la revuelta de la película contra el falocentrismo y el uso del cuerpo como lienzo para actos de violencia transgresora”. ¿Qué tal?

Otra cosa digna de mención fueron los comentarios de los usuarios de diferentes foros de discusión. Aunque es natural que los comentarios positivos de la película fueran hechos por hombres (uno dijo que eran los $15 dólares mejor gastados que había hecho nunca) —lo que nos da una pista de por qué la película recaudó tanto dinero en su debut— había un número nada despreciable de mujeres que afirmaban que la película les gustó.

¿En serio, mujeres disfrutando con Jackass? ¡El fin está cerca, arrepentíos!

Ni siquiera yo, que estoy más que capacitado para el modo “a ver qué pasa” (ver el post Advertencia: no tomar antes de casarse) y que seguía con gusto las aventuras de Beavis & Butthead en MTV, soy capaz de disfrutar el tipo de bromas de Jackass.

Nunca vi más que algunos minutos de un programa de Jackass. Tampoco he visto ninguna de sus películas y mucho menos espero ver la última en su versión 3D. ¿Tipos golpeándose en los genitales? ¿Arrojándose fluidos corporales unos a otros? ¿Un idiota enfundado en un disfraz manejando un carrito de golf por una empinada pendiente que se estrella contra una pared formada por jarrones de vidrio? No gracias.

Como a todos los hombres, me gusta ver programas como “Destuído en segundos”, videos de persecuciones, carreras de dragsters o de monster trucks y, en general, todo aquello que implique destrucción, accidentes, explosiones o situaciones de peligro.

La diferencia entre este tipo de entretenimiento (no me pregunten el porqué a los hombres nos gustan esas cosas porque no lo sé) y Jackass es que en el primero lo que se muestra son imágenes producto de accidentes o del azar, mientras que en Jackass todo es premeditado: cada golpe en la entrepierna, cada salto desde un trampolín a una piscina llena de algo que cause daño, cada excremento lanzado contra el rostro, cada tope, deslizamiento o caída está pensado de antemano.

Los tipos de Jackass (todos ellos en sus treintas) no están en el modo “a ver qué pasa”, porque saben perfectamente qué pasa cuando te arrojas desnudo desde un segundo piso a un contenedor de basura lleno de pelotas de golf: un dolor muy fuerte.

Así que ver a un grupo de treintañeros con tendencias suicidas y/o sadomasoquistas con cerebros de preescolares no es un gracioso. Es patético.

Entonces, ¿qué explica el que algunas mujeres hayan dicho que les gustó Jackass 3D?

No lo sé. Quizá alguna de las lectoras de estas crónicas pueda responder a ello. Cualquier comentario que arroje luz sobre el asunto será bienvenido.

10/19/2010

¡Quiero creer!

I want to believe”. Así rezaba el poster que el agente Fox Mulder tenía en su oficina. Por supuesto, no se podía esperar otra cosa de un agente del FBI que se gastaba el dinero de los contribuyentes investigando a extraterrestres, fantasmas o chupacabras en vez de usar ese dinero para ayudar a atrapar a defraudadores, asesinos o ladrones. 

Aún y cuando los tiempos de los X-Files ya quedaron atrás y el agente especial Mulder fue despedido por incompetente cuando intentó engañar a sus superiores, exhibiendo ante ellos un plato de pasta italiana a medio comer como prueba irrefutable de que hay extraterrestres que comen carbohidratos (lo cual, según él, explicaba la conocida obsesión de los OVNIS por los cultivos de trigo) el mensaje de aquél poster está más vigente que nunca. 

La gente quiere creer; quieren quitarse de encima esa realidad cotidiana que amenaza con volverlos locos. Por eso están dispuestos a todo. Hasta dejarse engañar. 

En ningún otro lugar esto es más patente que en la televisión. Es por este medio electrónico que personas sin escrúpulos se aprovechan de ese deseo insano de la gente por creer. 

Los ejemplos abundan, pero los peores los encontramos en los comerciales de productos para bajar de peso, medicinales y de cosmética. Si no fuera porque están diseñados para incautos hasta resultarían graciosos. 

Empecemos por los productos maravillosos para bajar de peso. Barriendo bajo la alfombra toda evidencia empírica, lo primero que prometen es que para bajar de peso no es necesario dejar de comer, seguir un régimen engorroso ni hacer ejercicio. Basta con que te tomes una píldora o te untes una crema para que empieces a perder peso. ¡Hasta catorce kilos en dos semanas! ¡Hasta dos tallas menos en treinta minutos! 

Ya que atrajeron tu atención con la promesa de que no vas a poner ningún esfuerzo de tu parte, te presentan supuestas experiencias reales de personas que siguieron el tratamiento. No importa que en las fotografías se vea el trabajo de photoshop, o que las fotos que te presentan como el “antes” sean de cuando las modelos estuvieron embarazadas. 

Lo importante son sus vivencias, el relato de cómo sufrían cuando estaban gordas y lo maravilloso que es estar delgadas. Por supuesto, para que no creas que te estén mintiendo, ahí está un actor vistiendo una bata de médico genuina que avala todo lo que dicen las modelos. 

El ejemplo más descarado de charlatanería en cuanto a remedios para bajar de peso es el de un anillo (sí, un anillo) que simplemente tienes que lucir en tu mano para bajar quién sabe cuántos kilos en muy poco tiempo. Aquí tampoco tienes que dejar de comer ni nada tonto por el estilo, sólo colocar el anillo milagroso y listo. (El único tipo de anillo del que se podría decir que sí causa un efecto en el peso corporal, a largo plazo, es el llamado anillo de compromiso. Sin embargo, por lo general el efecto causado en ambos cónyuges es el de un aumento de peso, no una disminución, y no hay ningún sustento científico para considerar al anillo en sí mismo como la causa). 

Por supuesto, no todo el mundo busca el camino más fácil. Hay quienes desean poner de su parte un esfuerzo. Como no podía ser de otra manera, para estas personas activas existen los aparatos de gimnasia. 

Estos vienen en todas las formas y tamaños, aunque por lo general siguen los criterios de diseño que estableció el Marqués de Sade. Porque más que aparatos gimnásticos, parecen aparatos de tortura aunque, eso sí, con acabados de cromo y negro mate. 

Un paréntesis: la gran cantidad de aparatos gimnásticos que anuncian actualmente me lleva a preguntar, ¿qué pasó con aquellos cursos de aerobics tan populares en los años ochentas y noventas del siglo pasado? ¿Por qué ya no se anuncian cursos de pilates, spinning o tantos otros tipos de ejercicio que inundaban la barra de infomerciales? 

¿Acaso la gente ha olvidado que la cuestión del cuidado personal es algo de cada quién, que implica esfuerzos y sacrificio? Al parecer es así: ahora la culpa la tienen los fabricantes de productos chatarra, la mercadotecnia, el gobierno… 

Volviendo al punto: lo extraño de estos aparatos gimnásticos es que ninguno de ellos sirve para ejercitar todo el cuerpo, sino que todos parecen enfocarse únicamente al área torácica. Aparentemente, el tener un vientre plano es el punto culminante de una buena figura. 

No estoy defendiendo aquí aquellas barrigas prominentes que hacen parecer a todos (ellas y ellos) como si estuvieran de ocho meses de embarazo, pero se me hace una exageración el pretender tener un vientre como el llamado “de lavadero”. 

Este vientre “de lavadero” es el último fetiche de la moda masculina. Y los publicistas lo saben. Por eso vemos a los protagonistas masculinos de películas de adolescentes como Crepúsculo quitarse la camisa a la menor provocación, aún y cuando no guarde relación con la trama; o tenemos al idiota ese de la zombiserie de Jersey Shore en MTV que está tan enajenado con su vientre “de lavadero” que lo bautizó como “the situation”. 

¡A duras penas tiene una sinapsis y el tipo se la pasa presumiendo de “the situation”! Según él, las personas lo detienen en la calle para sacarse fotos y pedirle autógrafos, ya que están fascinados con “the situation”. (Aclaración: nunca he visto un programa de Jersey Shore. Lo dicho lo he sabido por comentarios que he oído. Sin embargo, pronto me voy a dedicar a investigar más a fondo lo de los llamados Reality Shows, ya que quiero escribir del tema). 

Por supuesto, también hay muchas personas a las que no les interesa el bajar de peso o mejorar su figura. Lo que realmente les interesa (y preocupa) es su salud. Afortunadamente para ellos, existe una gran oferta de productos “medicinales” que prometen curar cualquier enfermedad. Cualquiera. 

Está demostrado que la estupidez humana no tiene límites. Sin embargo, aún las personas más crédulas tienen un nivel, aunque sea homeopático, de escepticismo. Cuando se trata de su propia salud, éste nivel de escepticismo es un poco más elevado que al decidir comprar un producto reductor de peso o un aparato para abdominales. 

La manera que tienen los charlatanes de salvar este engorroso obstáculo es el de poner la palabra Natural en sus productos. Cuando a una persona le dicen que un producto es natural están dispuestos a tragarse cualquier cosa. Cualquiera. 

Claro, no importa que un volcán activo sea natural o que los dientes de un tiburón sean también naturales: la palabra natural actúa como un ábrete sésamo universal. 

Así tenemos al ¡fabuloso Hongo Rojo Michoacano! (de origen natural, por supuesto) que sirve para curar enfermedades del hígado, riñón, páncreas, corazón, hipertensión, insomnio, diabetes, gastritis, úlceras, hasta caspa! Y como ese hongo michoacano tan bueno tenemos decenas de productos milagro a nuestra disposición, siendo anunciados impunemente ante un auditorio que lo que ansía es creer. 

Alguien me podría decir que las personas tienen todo el derecho del mundo de creer lo que les plazca. A estos les contestaría que tienen razón: que cada quién crea en lo que quiera. 

Pero no me digan que existe un anillo para bajar de peso. Porque, ¿saben qué? No existe.

10/14/2010

El Nobel innoble

No creo en los premios. Aún y cuando me parece correcto premiar a todos aquellos que se destaquen del promedio por medio de su talento y esfuerzo, no coincido con los criterios que se aplican para ello. Así que, más bien que decir “no creo en los premios”, sería más correcto afirmar: no creo en los jurados.

Porque aquellos que conforman los jurados están sesgados en sus decisiones. Por supuesto, no puedo afirmar que esto siempre sea así, pero en la mayor parte de las premiaciones estas no se otorgan al mejor, sino al más apegado a la idiosincrasia de los que otorgan el premio.

Quizás el caso más evidente de ello es el premio Nobel de literatura, que de literatura no tiene nada, sólo el nombre. Hubo un tiempo, ya hace mucho, cuando creí que los máximos escritores eran los que recibían el premio Nobel de literatura, así que me dediqué a leer a los galardonados con el premio.

Pronto me di cuenta que algo no cuadraba. Aún y cuando algunos de ellos sí parecían haber merecido el premio, había otros que simplemente no me explicaba el por qué habían sido premiados (¿Winston Churchill, permio Nobel 1953?). Lo peor de todo era que algunos de mis escritores favoritos (Kafka, Borges, Conrad) no aparecían por ningún lado.

¿Y quién demonios eran los escritores Halldór Laxness, Ivo Andric o Wole Soyinka? ¡Ni en su casa (Islandia, Yugoslavia y Nigeria, respectivamente) los conocen!

Más que un premio de literatura, era un sistema de cuotas: lo que contaba no era lo que escribías, sino en dónde vivías. Lo que es más: no sólo tu nacionalidad, sino cuál era tu postura ideológica.

Porque si te inclinabas hacia la izquierda política, tus posibilidades eran buenas. Pero que no se te ocurriera escribir hacia la derecha, porque estabas fuera.

Pero si todo hubiera sido así de simple, no todo estaría perdido. Después de todo, aún y cuando uno no comparta la postura política de, digamos, Günter Grass, no cabe duda que es un buen escritor.

Pero la cuestión es que la infame Svenska Akademien (Academia sueca) premiaba a algunos escritores mediocres que no aportaban nada a la literatura y dejaba de lado a verdaderos genios literarios (como los ya mencionados Kafka y Borges) que se encontraban entre mis escritores favoritos.

Es por eso que ya desde hace mucho me dejó de importar quién ganara el premio Nobel de literatura… Hasta que el pasado día 7 de octubre se lo concedieron a Mario Vargas Llosa.

Debo de confesar que quedé muy impresionado. ¡Por fin un premio a quien realmente lo merecía! Vargas Llosa es quizá (y que me perdone Carlos Fuentes) el mejor escritor vivo que tiene actualmente Hispanoamérica. Cuenta con algunas de las mejores novelas que se han publicado en los últimos 50 años y sus ensayos son insuperables (a veces prefiero al Vargas Llosa ensayista que al novelista).

Lo más gracioso de todo el asunto fue la reacción que tuvieron los medios e intelectuales de izquierda, los cuales aún piensan que el Nobel de literatura es un premio de ideología que no premia la buena escritura, sino lo que ellos consideran la postura política “correcta”.

Aquí en México la reacción fue igual. Fueron muy pocos los intelectuales a lo que agradó que Vargas Llosa se llevara el premio Nobel de literatura. La mayoría (aquellos que aún se deshacen de halagos a la mediocridad del fallecido Carlos Monsiváis) prefirieron guardar  un rencoroso silencio.

Uno de los pocos intelectuales de izquierda que comentaron favorablemente la elección de Vargas Llosa por la Academia sueca fue José Woldenberg. Sin embargo, aún así deja ver un resabio de amargura. En el artículo intitulado Vargas Llosa que apareció el día de hoy en el periódico El Norte nos dice: “Se trata de un liberal capaz de defender con elocuencia y maestría la expansión de las libertades individuales frente a la tradición, la iglesia o los resortes conservadores; no así de comprender las garantías sociales que pueden hacer más digna y armónica la vida, por transportar esos mismos valores a la esfera de la conducción de la economía y los problemas sociales” (el énfasis en cursiva es mío).

¿Cuáles son esas “garantías sociales” de la que nos habla Woldenberg? ¿Por qué pregunta el cómo se puede transportar los valores individuales a “la esfera de la conducción de la economía”? (Respuesta corta: no se pueden. Cualquier conducción de la economía implica una restricción a las libertades individuales).

Yo le pregunto a José Wondelberg, ¿y eso a quién le importa?

Lo que realmente importa de Vargas Llosa es responder a las preguntas de si es un buen escritor: ¿Escribe bien? ¿Es capaz de contar una historia? ¿Sus personajes son creíbles? ¿Es un mentiroso de primera? Si las respuestas a estas preguntas son afirmativas, entonces nos encontramos a un digno ganador del Nobel de literatura.

Para alguien como yo (apolítico y a quien le encanta leer) esta reacción de “la izquierda” no sirve mas que para confirmar que el premio Nobel de literatura no es más que un ejercicio innoble por parte de jueces que de literatura no saben nada.

Así que felicidades a Mario Vargas Llosa por ese premio tan bien merecido.

Sólo esperemos que el premio del próximo año no se lo vayan a dar a Miyokulele O´ngu, que no sabe escribir, pero que es capaz de citar a Carlos Marx.

10/07/2010

Advertencia: No se ingiera antes de casarse

Se acerca el 2 de noviembre y con ello el día de muertos y la propuesta 19 que será votada en California. Tanto los muertos como el debate acerca de la legalización de la marihuana empiezan ya a llenar las conversaciones.

Yo espero ansioso esa fecha, ya que estoy en el modo “a ver qué pasa”. Este estado de ánimo es muy masculino y, aunque encuentra su máxima expresión en la infancia, no es privativo de ésta, ya que los hombres lo conservamos durante toda la vida.

El modo “a ver qué pasa” generalmente involucra objetos o sustancias peligrosas, así como el cuestionar leyes científicas (por ejemplo, la ley de la gravedad), creencias populares y al mismo sentido común.

Para entender la esencia del modo “a ver qué pasa” valgan dos ejemplos: 1) Cuando tenía siete años, mi primo José Luis se colocó recién bañado frente a un ventilador encendido y se puso a hacer “bizcos”. 2) En una plática durante una posada de la oficina, “Chuy”, quien era el mensajero, nos comentó que no era cierto que un Volkswagen sedán podía llegar a los 180 km/hora que marcaba el velocímetro: “Cuando pasas de los 140 km/hora —nos dijo— la aguja del velocímetro empieza a saltar como loca. Se regresa hasta los 120 km/hora y de ahí a los 140 km/hora. Es mentira que llegue a los 180 km/hora.”

¿Entienden lo que quiero decir? A mi primo Pepe le habían dicho que después de bañarse había que secarse muy bien, ya que si no lo hacías te podía dar “un aire” y te podías quedar bizco. Así que después de darse un baño y salir medio mojado, Pepe vio (o quizá buscó) un ventilador encendido y entró en modo “a ver qué pasa”, haciendo bizcos frente al aparato.

El caso de Chuy es más sutil. A él nadie le dijo que un Volkswagen sedán podía alcanzar los 180 km/hora que marcaba el velocímetro. De seguro Chuy se subió al “vocho” con el modo “a ver qué pasa” encendido. Simplemente apretó el acelerador hasta el fondo y no lo soltó ni cuando la aguja del velocímetro empezó a “saltar como loca”.

Aunque mi primo Pepe no quedó bizco y Chuy vivió para contar su anécdota (recuerden que las calles de Monterrey no son como las autoban alemanas) en ambos casos se entiende por qué el modo “a ver qué pasa” es casi exclusivamente masculino: somos unos idiotas.

Yo mismo tuve varios episodios en mi infancia con éste estado de ánimo particular. Sin embargo, pronto me di cuenta que era más seguro ver a terceros entrar al modo “a ver qué pasa”. Me apena confesar que incité a varios amigos a entrar a ese modo mientras yo los observaba. Sin embargo, es un alivio informarles, como ponen en las películas: “Ninguno de los ingenuos amigos de Jaime resultó herido de consideración durante el tiempo en que les duró el modo ‘a ver qué pasa’.”

¿Qué tiene que ver el modo “a ver qué pasa” con la próxima votación en noviembre de la propuesta 19 para legalizar la marihuana en California? Pensemos de nuevo en Pepe y en Chuy: ninguno de los dos sabía a ciencia cierta lo que pasaría. Carecían de la información completa para aceptar o rechazar aquello que buscaron probar. Es por eso que he llamado a ese modo “a ver qué pasa”. Es un experimento, un albur: Pepe pudo haber quedado bizco y Chuy pudo haber encontrado una muerte fácil al conducir un “vocho” a 180 kilómetros por hora. El que ambos hayan salido ilesos de sus experiencias pasa a segundo plano.

Porque, ¿qué sabemos realmente de la marihuana? Poca cosa. Lo mismo se puede decir de las otras drogas: cocaína, heroína, hachís, metanfetaminas. Es cierto que hay información disponible en gran cantidad pero, ¿sabían ustedes que  después de haber consumido éxtasis se aconseja informalmente esperar seis semanas antes de casarse?

¡En serio! Uno de los efectos del éxtasis (una popular anfetamina) es borrar barreras emocionales y potenciar adhesiones afectivas, por lo que contraer matrimonio bajo su efecto puede resultar en un grave error.

Esto lo leí en la revista Nexos que presenta un informe que apoya su propuesta de legalizar las drogas. Todas las drogas, empezando por la marihuana.

El informe de Nexos es bastante completo, pero aún así resulta insuficiente para tomar una decisión de la que no nos vayamos a arrepentir en un futuro. Es cierto que toda decisión implica un riesgo, y que mejor será nuestra decisión si contamos con buena información.

El problema con la propuesta 19 es que la sociedad (tanto gringa como mexicana) carece de la información suficiente y sobre todo veraz. ¡Oh sí, hay muchísima información, pero ésta está sesgada: pro-legalización, contra-legalización! Carecemos de una información veraz y libre de sesgos sobre los peligros reales del consumo de drogas

Yo estoy seguro que me casé en mis cinco sentidos pero, ¿y si mi esposa se casó colocada? (Hmmm, eso explicaría muchas cosas)… No, ya en serio: la votación de la propuesta 19 el próximo día 2 de noviembre va a ser un modo “a ver qué pasa” masivo. No se diferencia en nada de bizquear mojado ante un ventilador o conducir un vocho a más de 140 kilómetros por hora.

Por eso estoy ansioso… A ver qué pasa.



10/04/2010

Un erizo francés

¿Existe alguna manera efectiva de contribuir a la promoción de la lectura? Oscar Wilde nos ofrece un valioso consejo que en apariencia va en contra del sentido común: hacer una lista de los peores cien libros. Esto es, en vez de mostrarle a la gente los mejores libros a los que puede acceder, se le presenta una lista de los cien títulos cuya lectura sería una verdadera pérdida de tiempo.

Oscar Wilde tiene razón. Deberíamos seguir su consejo, sobre todo actualmente, donde la oferta de libros es muy superior a la que había en su época. Son tantos los libros a nuestra disposición, que encuentro sensato el prevenir a los lectores de potenciales decepciones.

Alguien podría decirme que, siendo la lectura una cuestión de gustos, sería injusto negarles a los lectores potenciales de un libro el expresar su propio juicio sobre éste, lo cual carece de sentido. Después de todo, si seguimos los consejos de, por ejemplo, los diez libros más vendidos según el New York Times, estaríamos dejando de emitir nuestro juicio sobre todos aquellos libros que quedaron fuera de esa lista.

Yo podría elaborar fácilmente esa lista de 100 libros que no vale la pena leer. Soy un lector voraz, que no puede dejar de leer. En promedio me leo dos libros por semana, contando libros nuevos y relecturas (me encanta releer libros). Esto lo hago a pesar de mi trabajo y a pesar de mis deberes como esposo y padre.

Empecé a leer cuando tenía unos quince años y he mantenido mi ritmo de lectura gracias a la velocidad a la que leo. Esta velocidad de lectura la adquirí de forma accidental: conforme crecía, mis deberes se incrementaban en proporción inversa al tiempo que podía dedicar a la lectura. Esto hizo que, involuntariamente, leyera cada vez más rápido, manteniendo el ritmo de lectura prácticamente igual al que tenía cuando era un adolescente indolente que podía leer durante horas (¡Ah, qué tiempos aquellos!).

Además, aunque prefiero la literatura “seria”, soy capaz de disfrutar por igual a William Faulker que a Stephen King (toda proporción guardada). Los libros “clásicos” y hasta los “best seller” forman parte de mi amplio menú literario, omnívoro.

Lo anterior lo menciono en detalle sin una pizca de arrogancia u orgullo. Leo mucho por la sencilla razón de que lo encuentro muy entretenido. El que lea más de cien libros al año en un país como México —en donde el promedio es de un irrisorio 1.6 libros anuales— no me hace más inteligente (quizá sólo más interesante) que aquellos que no leen.

Señalo un hecho, simplemente. Y esto porque quiero comentar un libro que podría estar en esa lista de los 100 libros que no hay que leer y que me prestó mi hermana Rebeca, con la promesa que leería un libro “demasiado bueno” (eso dijo).

Rebeca es mi proveedora oficial de best seller (que en mi menú literario son el equivalente a una bolsa de papas fritas: no nutren, pero calman el hambre) y en este caso en particular, el libro en cuestión revestía de un ingrediente sorpresa: era un libro escrito en Francia, en donde había vendido cuatro millones de ejemplares.

Para entender mi sorpresa hay que recordar que Francia ha sido considerada desde siempre como la Meca de la intelectualidad. Ser pintor, escultor, dramaturgo, filósofo o escritor en Francia es uno de los esnobismos más atractivos para los intelectuales de todo el mundo.

Además, desde mi punto de vista, el pináculo de la literatura se alcanzó en Francia durante el siglo diecinueve (soy un ferviente admirador de monstruos literarios como Balzac, Hugo y Dumas). Sin embargo, durante el siglo veinte esa grandiosidad pareció esfumarse. En mi búsqueda literaria sólo encontré a dos escritores franceses de todo el siglo pasado que merecen respeto: Marcel Proust y Albert Camus.

Desde hace años no había leído a ningún escritor francés contemporáneo y no por falta de ganas, sino porque simplemente estaban ausentes del buffet literario mundial. (Si conocen a algún autor francés contemporáneo que valga la pena leer, háganmelo saber).

En fin, que ahora mi hermana me prestaba un libro de un autor francés contemporáneo y que además era un best seller en su país de origen. Eso me daría una doble satisfacción: por un lado, conocería las pretensiones literarias a las que aspiraban los escritores franceses, y por el otro, me daría una idea de cómo podía estar el gusto francés actual.

La lectura del libro superó mis expectativas. No sólo comprobé que los autores franceses continúan en una severa crisis de identidad, lo cual les impide deshacerse de la sombra de los grandes escritores franceses decimonónicos, sino que el lector francés, con su apoyo a ese tipo de literatura, contribuye a profundizar esa crisis. Ambos, autores y lectores, son víctimas de su pasado glorioso. Si buscaba alguna excusa para mi alejamiento de la literatura francesa contemporánea, ahí la encontré: los escritores franceses no tienen nada que decir.

La elegancia del erizo, de la escritora Muriel Barbey, es un compendio de vacuidades. Intenta ser una novela filosófica y de crítica social, pero no consigue ni lo uno ni lo otro. Sus protagonistas, concebidos por la autora como seres profundamente originales, terminan siendo caricaturas, cuyo único propósito aparente consiste el de servir de  contraste a una “alta sociedad” acartonada y estereotipada.

La elegancia del erizo es el equivalente literario de una “chick flick”, como se les llama a las películas hechas por mujeres, para mujeres, y en donde la trama se centra en una o varias figuras femeninas mientras los hombres sólo aparecen en segundo plano, como villanos o comparsas. (Esto en sí mismo no es algo malo. Jean Austen escribió puras “chick flicks”, pero su lectura resulta deliciosa).

La trama del libro se centra en Renée, una portera de un edificio de gente rica con una cultura autodidacta; Paloma, una adolescente superdotada con tendencias suicidas y el señor Kokuro, un rico jubilado japonés que sirve como comparsa entre las dos mujeres.

La autora intentó imprimir originalidad a sus personajes de una manera por demás burda: la de la rubia con cuerpo espectacular y doctorado en física por el MIT. ¿Qué podría ser más original que una portera francesa (arquetipo de la mujer vulgar y hosca) con un gusto por la cultura y el arte?  ¿Qué podría ser más inverosímil que una adolescente burguesa ¡rebelde!, o que un rico jubilado japonés radicado en Francia? (Los franceses no ven con muy buenos ojos a los japoneses).

Los villanos del libro, representados por toda la burguesía que habita el edificio, no podrían haber sido más estereotipados: conformistas, insensibles, carentes de cualquier atributo que los redima como seres humanos.

El trasfondo filosófico del La elegancia del erizo apesta. No es más que sofistería barata aderezada con referencias a Proust y a otras glorias de la cultura ya muertas.

En resumen, La elegancia del erizo de Muriel Barbey merece estar en la lista de los 100 libros que no hay que leer. Me faltan noventa y nueve.

¿Alguien conoce alguno que quiera proponer?