12/03/2006

Por qué no creo en los OVNIS

Recientemente, mientras intentaba ver algo decente en la televisión un domingo por la mañana (algo virtualmente imposible, dada la aberrante programación dominical), me encontré con un programa de opinión en donde un grupo de personas discutían, a favor o en contra, acerca del fenómeno OVNI.
Pasé un rato verdaderamente divertido oyendo —de ambos bandos— una serie de ar­gumentos tan estúpidos, que hubo algunos momentos en los que dudé sinceramente de la integridad mental de aquellas personas. Lo triste del asunto fue que el bando que defendía la existencia de los OVNIS resultó —por decirlo de alguna manera— ganador: sus exponentes se vieron más claros, más preparados y mejor informados que los del bando de los escépticos el cual, irónicamente, estaba integrado por personas supuestamente preparadas, como astró­nomos, físicos y representantes religiosos.
Lo preocupante del caso fue el descubrir que en pleno siglo XXI todavía hubiera personas que discutieran sobre un asunto que yo consideraba superado. Un caso cerrado. Esto me motivó a exponer mis puntos de vista acerca del "fenómeno OVNI".
Sin embargo, antes de abocarme a dicha tarea, es necesario señalar ciertos puntos importantes.
Primero que nada (no obstante que por el título del presente ensayo puede resultar evidente), no creo en la existencia de los OVNIS. Por lo tanto, mis argumentos estarán en­caminados a intentar demostrar la falacia de dicha creencia.
En segundo lugar, aún y cuando considero que mi cultura general puede considerarse amplia, no soy experto en ninguna materia. Sin embargo, trato de mantenerme al día en cuestiones de física, psicología, sociología, arqueología y astronomía, por lo que trataré que mis argumentos tengan una base científica.
Por último, dado que siempre he sido escéptico en lo que respecta a los OVNIS, nunca me he procurado literatura acerca de dicho tema. Todas las referencias que haré acer­ca de los argumentos que exponen los estudiosos del fenómeno OVNI se derivan de los contactos acciden­tales que he tenido con este tipo de expositores (ocasionales artículos leí­dos en revistas y periódicos, libros que nunca quise comprar, documentales o programas de televisión, pláticas con personas que creen o no en los OVNIS, etcétera).
Por lo tanto, no debe de tomarse muy en cuenta el hecho de que no pueda citar con exactitud a determinado autor o documento acerca de los OVNIS.
¿Esto último afecta a mi exposición? De ninguna manera, ya que, como veremos en su oportunidad, las fuentes en las que basan sus argumentos los "ovnílogos" (documentos, relatos de personas que han visto o han tenido contacto con OVNIS, piezas arqueológicas, etcétera) distan mucho de ser representativas.
Porque resulta que, en cuestión de OVNIS, todos somos expertos.

I) Definiciones y Postulados.

¿Qué es un OVNI?
En español, este acrónimo significa "Objeto Volador No Identificado". Por supuesto, aún y cuando esta definición resulta sumamente vaga, el término OVNI tiene su significado específico. Por ejemplo, si alguien se tomara la molestia de envolver un zapato en una bolsa de papel y lo lanzara al aire por encima de los espectadores de un juego de fútbol, téngase por seguro de que nadie dirá que se trata de un OVNI.
¿Porqué, si ese objeto que vuela resulta inidentificable a simple vista?
Esto es así por la sencilla razón de que todo OVNI que se toma como tal debe de ser guiado por extraterrestres o alienígenas. Quizá alguien me refutara esto, alegando que algu­nos OVNIS son guiados "a control remoto" o por "poderes desconocidos". Sin embargo, aún el control remoto o los poderes desconocidos presuponen la exis­tencia de un ente extraterrestre o alienígena.
¿Se pueden considerar a los peces o a las algas como extraterrestres o alienígenas? ¡Claro que no! Una vez más, ambos términos revisten un significado específico: se trata de supuestos habitantes de planetas lejanos del Universo.
Así, para los fines que aquí se persiguen, se puede definir a un OVNI como "aquel Objeto Volador No Identificado que es tripulado o guiado por un extraterrestre o alienígena (aún a control remoto o por un poder desconocido) quienes habitan en algún pla­neta del Universo que no sea la Tierra".
Como puede verse, esta definición es lo suficientemente clara para evitar confusiones y disgresiones con otras materias esotéricas, como los fenómenos psíquicos o paranormales, los cuales muchas veces llegan a mezclarse con el asunto de los OVNIS, como se verá más adelante.
Asimismo, dado que el estudio de los OVNIS se apoya (según afirman sus exponen­tes) en una base científica, existen varios postulados que hay que establecer, a fin de hacer más clara la exposición. Enumeraré algunos de ellos, que después serán tratados en su res­pectivo apartado:

1) Tecnológicamente, las civilizaciones extraterrestres están más avanzadas que la nuestra.
2) Tomado individualmente, el extraterrestre o alienígena es superior al ser humano.
3) Paradójicamente, el extraterrestre es tremendamente parecido al ser humano.

Existen otros postulados de mayor o menor importancia que los mencionados, aún y cuando los dos primeros tienen una gran relevancia.
Sin embargo, existe un postulado capital que viene a ser algo así como la piedra an­gular en donde se apoya la creencia en los OVNIS. Es tanta la importancia de dicho postu­lado, que servirá como punto de partida para mis argumentos.
Este postulado indica: NO ESTAMOS SOLOS.


II) Paranoia Cósmica.

Sea cual fuere la concepción que se tenga del Universo, una cosa es clara: Es enorme.
No se conoce todavía el límite del Universo y continúa la especulación de si existe o no dicho límite o borde. Asimismo, no contentos con lo anterior, los físicos han obtenido pruebas de que el universo ¡se está expandiendo!
Esto nos lleva a preguntar: ¿Hacia dónde se expande? ¿Qué acaso no es ya lo sufi­cientemente grande? Sin embargo, dichos cuestionamientos escapan a nuestra concep­ción actual y caen dentro del campo especulativo. Por ello limitémonos a aceptar lo di­cho: que el Universo es enorme.
Ahora bien: si nos situamos dentro del Universo conocido, resulta que nuestro plane­ta es uno entre ocho planetas que orbitan alderedor de un sol de categoría más bien me­diocre; que dicho sol es uno entre millones de soles que componen nuestra galaxia, a la que conocemos por el nombre de Vía Láctea, y que esta última es sólo una entre miles de millo­nes de galaxias que forman el universo.
En pocas palabras: somos poco menos que nada.
Si tomamos por un lado el tamaño del Universo y por el otro el increíble número de planetas, estrellas y galaxias que contiene, resultaría realmente absurdo el pensar que fuéramos los únicos seres inteligentes en todo el universo. (Incluso se le ha dado un tratamiento matemático a la cuestión con la llamada "ecuación de Drake", del radioastrónomo Frank Drake, que calcula el número de civilizaciones inteligentes y comunicativas en nuestra galaxia, la Vía Láctea).
"¡No estamos solos!" Exclaman con ímpetu triunfante aquellos que están convenci­dos de la existencia de los OVNIS, y esgrimen la insignificancia de nuestro planeta como un arma ante nuestro escepticismo. ¿Qué contestar a ello? Pues, sencillamente, que tienen toda la razón: somos tan minúsculos, que es estúpido creernos únicos.
Sin embargo, (siempre resulta algún pero) éste mismo argumento en apariencia apa­bullante contiene en sí mismo su refutación: Si pecamos de chauvinistas y egocéntricos al pensar que somos los únicos seres inteligentes del universo, ¿no sería igualmente egocén­trico y chauvinista pensar que alguna criatura extraterrestre se tomaría la molestia de venir a visitarnos? ¿Visitarnos, a nosotros, uno de ocho planetas que orbitan alderedor de un sol de categoría más bien mediocre..., etcétera?
Para intentar comprender lo absurdo de este razonamiento, imaginemos que yo soy nuestro planeta Tierra y Shania Twain una civilización extraterrestre. (Para quienes no conocen a Shania Twain sólo baste decir que es una cantante y compositora de gran talento, además de ser una de las mujeres más bellas que existen).
Pues bien, ¿cuál es la posibilidad de que Shania Twain sepa siquiera que existo? Cero. Entonces, si por alguna razón esta bella mujer se cansara de su actual marido y decidiera buscar al único y verdadero hombre que realmente la satisfacería, ¿creen que llegaría hasta mi? ¡Ja!
No seamos egoístas. Ni estúpidos. Al aceptar que no estamos solos en el universo debemos también de aceptar que somos insignificantes y que existen tremendas distancias entre los diversos objetos que forman el universo. (Tenemos, por ejemplo, que Alfa Centauri —la estrella más cercana a nuestro planeta, exceptuando a nuestro Sol— se encuentra "tan sólo" a cuatro años luz de distancia. Y la estrella que le sigue, está a ¡cien años luz de distancia!)
Y así como nosotros realizamos nuestros "pininos" en materia espacial visitando pri­mero la luna y enfocando después los esfuerzos para llegar a Marte en un futuro no dema­siado lejano, sería muy inocente el pensar que seres extraterrestres que vivieran a, digamos, ciento cincuenta años luz de la Tierra, no se contentaran con explorar primero su "vecindario" espacial.
Por supuesto que dicha exploración de reconocimiento llevaría su tiempo; el suficiente al menos para que resultara altamente improbable que se percataran siquiera de nuestra existencia.
(Hay un cliché muy representativo en la gran mayoría de las películas en las que intervienen extraterrestres: En sus "cartas de navegación" aparece siempre nuestro ínfimo sistema solar e invariablemente siempre se dirigen hacia el "pequeño planeta azul").
La manera en que los "ovnílogos" zanjan este engorroso asunto es a la vez imaginativa e ingenua: presuponen la superioridad del extraterrestre.


III) Un platillo "a la moda".

Antes de enfocarnos al aspecto de la superioridad, sería conveniente hacer un poco de historia: Tengo entendido que fue en 1947 cuando Kennet Arnold, un piloto norteamericano, informó por primera vez la visión de OVNIs, describiendo dichos objetos como brillantes y que se movían por el aire como si fueran "platillos". Sus palabras fueron malinterpretadas y desde entonces se dijo que los OVNIs que Arnold había visto tenían la forma de un platillo volador.
De esta primera descripción se desprenden dos reflexiones.
La primera de ellas se refiere a la época en sí: ¿Porqué hasta 1947? ¿Porqué antes de esa fecha no hubo ninguna mención acerca de este tipo de naves?
Los investigadores del fenómeno OVNI afirman tener pruebas concluyentes de que en la antigüedad hubo no sólo visiones de arte­factos extraterrestres, sino también contactos directos con dichos seres.
Así, nos muestran un bajorrelieve Maya en el que "se ve claramente que se trata de un astronauta que guía una nave espacial"; señalan emocionados las figuras de piedra de la isla de Pascua o las pirámides de Egipto y nos dicen que, o bien fueron construidos por ex­traterrestres o éstos fueron los que proporcionaron los conocimientos necesarios para reali­zarlos; nos llevan a las planicies de Nazc y nos dicen que las extrañas figuras dibujadas del suelo no son otra cosa que campos de aterrizaje; o nos llevan a Stonehenge, o nos hablan acerca del "triángulo de las Bermudas" y de los círculos en campos de cereales... La lista es muy larga.
Sin embargo, la pregunta sigue sin respuesta: ¿Porqué hasta estos tiempos "modernos"?
La siguiente consideración puede acercarnos a la respuesta.
Aquellas personas que se dedican a la investigación científica, tienen muy presente la siguiente advertencia: "Cuídate mucho de no buscar demasiado lo que quieres, porque pue­des encontrarlo". Aunque dicha situación se presenta con mucha fre­cuencia, bastarán dos ejemplos para aclarar la cuestión: En el eclipse solar del 25 mayo de 1919, un grupo de científicos británicos dio la primera confirmación a la teoría de la relatividad ge­neral de Einstein, al medir el efecto de la desviación de la luz causado por la masa solar. Sin em­bargo, mediciones posteriores indicaron que dicha prueba estuvo mal realizada. Esto no in­validó de ninguna manera la teoría Einsteniana (la cual ha sido confirmada en multitud de ocasiones), pero durante mucho tiempo se tomó tal prueba como concluyente.
El segundo ejemplo es el de los astrónomos (también británicos) Matthew Bailes y Andrew Lyne, que en 1991 dijeron descubrir el primer planeta fuera del sistema solar, que orbitaba alderedor de una estrella púlsar conocida como PSR 1829-10. En abril de 1992, Bailes y Lyne señalaron que había sido un hallazgo falso, derivado de un "pequeño error" al determinar la posición del púlsar.
En ambos ejemplos se puede observar que el entusiasmo exagerado y el hecho de "descubrir lo que la gente quiere que descubras" o de "encontrar lo que quieres encontrar" llevan a muchos científicos a errar, la más de las veces sin intención.
Bajo esta prespectiva nos resulta sencillo encontar la causa de las "pruebas conclu­yentes" a favor de los contactos extraterrestres en la antiguedad: se encuentra lo que se quiere encontrar. (Cualquier figura de bajorrelieve o pertoglifo que tenga tras de sí o bajo de ella una columna de fuego puede tomarse como la representación de una nave espacial).
Pero, ¿porqué hasta 1947? Pues porque hasta 1947 se pudo tener una idea clara de cómo podía o cómo debía ser una nave espacial. Alguien podría refutar esto, señalando que "los antiguos" no tenían forma de expresar la visión de un artefacto extraterrestre precisa­mente por no saber con qué compararlo, ya que no contaban con los conocimientos logrados hasta 1947 (¡Y no digamos los conocimientos actuales!).
Esta sería una refutación parcial en el mejor de los casos, ya que una de las características más acentuada y bella de nuestros antepasados era precisamente su capacidad de expresar aquello que no conocían.
Por otro lado, y para terminar con esta primera reflexión, si suponemos que los ex­traterrestres nos proporcionaron los conocimientos para construir diversos monumentos y pirámides, ¿por qué no nos proporcionaron la facilidad para poder comunicar sus obras y sus conocimientos? ¿Por qué ninguna crónica antigua nos habla de, por ejemplo, recubrimientos de aluminio, páneles de plástico o coeficientes de aceleración? ¿Por qué se mantuvo tanto tiempo la concepción Ptoloméica? ¿Acaso Copérnico nos da siquiera a entender en su obra que tuvo algún contacto con extraterrestres, quienes le señalaron que la Tierra no estaba en el centro de nuestro sistema solar? Las preguntas son muchas y las respuestas se las lleva el viento.
La segunda de las reflexiones que mencioné se refiere principalmente a la forma del primer OVNI dado a conocer: "Platillo volador". ¿Por qué un platillo? ¿Por qué no un globo, un avión o un cohete? La respuesta es más sencilla de lo que parece: Porque los hombres no construímos platillos voladores.
¿No es digna de admiración la sutileza de esta concepción de una nave extraterrestre en forma de platillo volador? En verdad que lo es.
Sin otra cualidad que su forma, nos indi­ca, a priori, que tal objeto no es de origen terrestre, que por ende, está tripulada por extra­te­rrestres y —lo que es más importante— que aquellos tipos deben de ser muy inteligentes para construir y viajar en un vehículo así.
(El porqué nosotros los terrícolas no construimos naves voladoras en forma de platillo es fácil de explicar: nuestras naves están diseñadas para sostenerse en el aire. Necesitan la atmósfera. En el espacio exterior, la forma de la nave resulta irrelevante).

IV) Humano, demasiado humano.

En el primer postulado señalé que una de las características principales de los extraterrestres era su superioridad tecnológica y social con respecto a nuestra civili­zación. Esto es así porque de otra manera no se podrían explicar sus supuestas visitas a nuestro planeta.
La importancia de la superioridad del extraterrestre, radica en que nos permite ob­servar un aspecto peculiar de la creencia en los OVNIS: El tremendo parecido entre el extra­terrestre y el ser humano. Casi se podría llegar a afirmar que el extraterrestre no es otra cosa que un ser humano "superior", un super-hombre.
Por supuesto, existen multitud de "descripciones" de cómo es un ser extraterrestre, que van desde diminutos seres de color verde y antenas, hasta sofisticados seres gráciles y de ojos enormes.
Veamos más de cerca el desarrollo que han seguido esta serie de descripciones.
Empecemos con los diminutos seres de color verde y antenas. A estos simpáticos seres se les llegó a llamar "hombrecillos verdes" o "marcianos". Esto, a primera instancia, es completamente explicable, debido a la similitud que guardaban con los seres humanos: prescindiendo de orejas puntiagudas, antenas, color verde, número de dedos, diminuto tamaño y otras florituras, nos encontramos con que aquel ser extraterrestre era en realidad un ser humano en miniatura. Tenía todas sus características, incluídas las emociones.
¿Dónde radicaba, entonces, la superioridad de éste ser extraterrestre con respecto al ser humano? Esta superioridad la encontramos en el hecho de que dichos "hombrecillos verdes" eran capaces de, por ejemplo, comunicarse en cualquier idioma y construir platillos voladores, entre otras cosas.
Otras cuestiones que son dignas de tomarse en cuenta acerca de estos seres son su color verde y el (¿gentilicio?) de marcianos.
¿Por qué verdes? Para nosotros los humanos, el verde significa vida. De alguna mane­ra (quizá como un recuerdo inconsciente de nuestro pasado arbóreo), relacionamos el verde de los árboles y plantas con la supervivencia. Después de todo, el proceso de fotosítesis proporciona el oxígeno necesario para respirar y los frutos proporcionan la alimentación.
Esto puede estar muy bien, pero ¿por qué los marcianos eran verdes? Hasta donde yo sé, los marcianos no necesitan a los árboles, ya que en Marte no hay árboles ni plantas.
Ahora bien, ¿por qué marcianos? Pues sucede que, de los ocho planetas que confor­man nuestro sistema solar, Marte el quizá el que más ha excitado la mente de los hombres. Este planeta rojo (el tercero de los gigantes) fue escenario de muchas representaciones espe­culativas, avivadas por la creatividad de Edgar Rice Burroughs.
Incluso, se creyó tener pruebas concluyentes de una civilización en Marte, debido a la supuesta existencia de canales que aparecían sobre su superficie. No fue sino hasta 1972 que se aclararon las dudas respecto a Marte, cuando la sonda norteamericana Vikingo se posó en suelo marciano. Entonces resultó que no hubo ni marcianos, ni platillos, ni canales construidos. Ni siquiera se encontraron indicios de vida primigenia.
Estas dos cuestiones acerca del color verde y los marcianos evidencían nuevamente las enormes cualidades humanas que poseen los extraterrestres.
Pero, continuemos con lo que dejamos pendiente...
Confirmando la argumentación que se expuso en el apartado anterior, nos encontra­mos con que hoy en día ya nadie habla acerca de los marcianos. Ni siquiera los niños. No ha habido un sólo caso reciente en los que alguien anuncie haber sido visitado por marcianos.
Asimismo, la forma estándard de nave extraterrestre (el platillo volador) y la fisio­nomía de los alienígenas, han caído en desuso. ¿Por qué?
Aún y cuando el tema será tratado más extensamente en el apartado "OVNIS y medios de comunicación", gran parte de la concepción actual del extraterrestre se la debemos al cine, principalmente norteamericano.
Después de pisar la luna y de enterarnos de que en Marte no había marcianos ni nada, los extraterrestres adquirieron contornos cada vez más vagos. Al no existrir más los "hombrecillos verdes", sólo permanecían como modelos los alienígenas (francamente huma­nos) de Viaje a las Estrellas y programas de televisión similares.
Sin embargo, la revolución cinematográfica estalló: Hicieron su aparición La Guerra de las Galaxias, Encuentros Cercanos del Tercer Tipo, Alien, El Extraterrestre y Depreda­dor. Así, casi de golpe, cambió la fisonomía del extraterrestre. Ahora los alienígenas ya no eran "chaparritos verdes de Marte", sino seres francamente diferentes al ser humano.
Pero, paradójicamente, a mayor diferencia, menor el grado de superioridad del extra­terrestre con respecto al humano. Así, por ejemplo, nos encontramos con que en la película de la Guerra de Las Galaxias aparecen una gran variedad de grotescos alienígenas compar­tiendo lugares en un bar "multigaláctico" y comportándose de la misma manera que cual­quier parro­quiano de un bar común de nuestro planeta.
Esto nos sirve para observar la tremenda carga de humanidad que reviste el fenóme­no OVNI.
Yo, cada vez más, tengo la sospecha de que todas las supuestas visiones de OVNIS o contactos con extraterrestres no son más que proyecciones de nuestra propia humanidad.
Se dota a seres fantásticos de todo aquello que carecemos y que nos gustaría tener, creando una especie de mito moderno que ha terminado por subyugar a un número cada vez mayor de personas.


V) OVNIS y medios de comunicación

El gran impacto del fenómeno OVNI ha provenido principalmente de los medios de comunicación, quienes no sólo han contribuido a extender el mito, sino a darle forma.
Para ello, baste recordar las emisiones radiales de La Guerra de los Mundos en voz de Orson Welles, que ocasionaron una verdadera psicosis colectiva en los años treinta.
Alguien podría argumentar que en aquella época la gente era más inocente o cándida y que por lo tanto podía ser engañada con mayor facilidad, ya que en materia tecnológica y espacial sus conocimientos eran más limitados que en la actualidad.
Puede que en parte tenga razón, pero yo estoy totalmente seguro de que si esta no­che algún reportero del C.N.N. emulara a Orson Welles, la psicosis colectiva volvería a re­petirse.
La gente confía en los medios de comunicación, cree en todo lo que se le presenta, ya sea de forma escrita, auditiva o visual. En ello radica su tremenda fuerza e influencia. (Cuando me refiero a "la gente" lo hago en el chocante sentido de "la masa". Estoy perfectamente consciente de que existen muchos individuos dentro de ese concepto general, que no se guían por el primer impulso y anteponen la razón a lo que le presentan los medios de comunicación).
¿Qué caminos ha tomado el mito de los OVNIS, qué formas?
Dado que se trata de un fenómeno reciente, conviene señalar que su difusión se ha efectuado por medio de los "modernos" medios de comunicación: prensa, radio, cine y tele­visión. Según la época de que se trate, varía tanto el medio como la forma que adopta el mito.
Como se mencionó anteriormente, no fue sino hasta 1947 cuando el fenómeno OVNI vio la luz. De esta manera, fue por medio de la prensa y la radio que se difundió principal­mente la creencia en los OVNIS.
Los años anteriores a 1947 abundaban en literatura acerca de visitas de extraterres­tres y viajes espaciales, pero la gente los tomaba como hechos fantásticos, producto de la imaginación de los escritores de ciencia-ficción.
H.G. Wells, Edgar Rice Burroughs y otros brillantes escritores se encargaron de po­blar el cosmos con seres extraordinarios, y de llevar al ser humano a mundos desconocidos y exóticos.
En aquellos tiempos, la visita de seres extraterrestres a nuestro planeta venía a ser algo así como una reacción, ya que los héroes terrícolas se pasaban el tiempo visitando a otros mundos.
Veloces aereonaves, pistolas de "rayos-X", hombrecillos verdes, exóticos planetas, horribles monstruos y dragones daban vida a esas aventuras espaciales, que más bien pa­recían safaris por el Congo o memorias colonialistas.
Y eso eran, efectivamente. Ese era el mundo que aquellos grandes escritores cono­cían; ese su sentido de la aventura. Lo que contribuía a darle el toque extraterrestre eran las naves espaciales y las pistolas de rayos equis.
Tipos como Buck Rogers y Falsh Gordon eran los representantes del género humano y por lo tanto eran inteligentes, fuertes y guapos. Los extraterrestres, en cambio, eran feos, maliciosos e hipócritas, y no se quitaban de la cabeza la idea de hacer imposible la vida de nuestros héroes y acabar de paso con nuestro mundo.
Además de los libros de ciencia-ficción, el cine, la radio y la prensa se ocupaban cada vez más del asunto. Sin embargo, fuera de la ya mencionada ocasión de La Guerra de los Mundos, la gente sólo se divertía con ello y lo veían como lo que era: simple fantasía.
Pero llegó 1947 y el mundo fue diferente; un nuevo enemigo había llegado a nuestro planeta: en 1945 Hiroshima y Nagasaki fueron los escenarios del nuevo terror. Con la bomba atómica, el hombre adquirió las características negativas atribuidas a los extraterrestres. Ahora no eran ellos, sino nosotros, los que amenazábamos con destruir al planeta.
(Bajo esta prespectiva, ¿no resulta verdaderamente asombrosa la casualidad que precisamente dos años después de la bomba atómica se vieran los primeros OVNIs?).
Así que, ahora que el hombre era su peor enemigo, nada mejor que la visita de nuestros ami­gos extratrerrestres.
Los papeles se habían invertido: Los extraterrestres no venían ya a destruirnos, sino que venían como simples observadores o investigadores. Es más, estaban tan avanzados con respecto a nosotros, que de seguro ellos ya habían pasado por las vicisitudes de la auto-des­trucción y estaban aquí para aconsejarnos y ayudarnos.
Esta nueva cualidad en el extraterrestre se tradujo en un número cada vez mayor de noticias periodísticas acerca de encuentros con OVNIs no agresivos. (Quién recuerde el programa de televisión Mi Marciano Favorito de la década de los sesentas, se podrá dar una idea clara de esta revaloración positiva de los extraterrestres).
Mientras continuaban apareciendo noticias en la prensa sobre OVNIs y se redescu­bría al extraterrestre, tanto el cine como la televisión enfocaron sus esfuerzos para mostrar al nuevo monstruo: el hombre. Este se convirtió en el nuevo "doctor Frankenstein", creando monstruos mecánicos y artefactos destructivos.
(Un caso curioso de la no aceptación de la filantropía por parte de los extraterrestres lo dieron los japoneses, con su popular serie de televisión Monstruos del Espacio, en donde se recuperaba el pasado, aquellos tiempos dora­dos en que la amenaza venía de afuera, del espacio. Asimismo, encubrieron al "nuevo monstruo" al crear a Godzilla, uno de los mons­truos más terribles y destructivos que se tiene memoria —claro, excluyendo a Stalin y a Hi­tler—; porque Godzilla no era una criatura extraterrestre, sino una grotesca mutación ocasio­nada por la radiación atómica. Se puede decir que los japoneses sublimaron sus temores y resentimientos al crear a Godzilla. La des­trucción que este monstruo ocasionaba —destruyó Tokio repetidas veces— ahora podía ser controlada y eliminada por ellos mismos).
Pero, al poco tiempo, el "nuevo orden" mostró signos de descontento: Ver al hombre como un monstruo, mientras los extraterrestres eran filántropos espaciales, resultaba sencillamente atroz.
Asimismo, los estadounidenses, principales promotores del fenómeno OVNI, se en­frentaron de lleno con una realidad que hacía muy difícil no aceptar el nuevo orden: la guerra de Vietnam. Entonces resultó que el monstruo no era sólo el hombre, sino ellos mismos. (Eso pensaron, al menos).
Por ello había que dar un giro a todo aquello, devolver la dignidad y supremacía al hombre americano.
Poco a poco, y no sólo en los Estados Unidos, el extraterrestre volvió a adquirir ca­racterísticas negativas. Los programas de televisión El Capitán Escarlata y Los Invasores son ejemplos concretos de ello.
Conviene detenernos un poco y analizar más a fondo el último de los programas mencionados, ya que contiene muchos elementos interesantes. Los Invasores nos muestra el nuevo giro en cuanto a la valoración de los extraterrestres y nos presenta una clase nueva de héroe, que ha influido considerablemente a la creación del mito OVNI.
Analicemos el programa: David Vincent es un norteamericano común y corriente. Arquitecto de profesión, su vida es completamente normal hasta que sucede lo inesperado: conduciendo por un camino desierto se topa con una nave extraterrestre y a duras penas es­capa de morir.
Desde ese momento, David Vincent se convierte en un defensor anónimo del planeta Tierra, ya que los extraterrestres tienen la facultad de tomar la forma humana, sin ser posible distinguirlos de cualquier ser humano verdadero. (Por alguna justicia poética, la forma de descubrirlos en su "camuflaje humano" era a través de una característica específica: los de­dos meñiques de las manos estaban rígidos).
Este nuevo héroe anónimo se enfrentaba no sólo a los extraterrestres que querían apoderarse del planeta, sino también al escepticismo de las personas.
Por vez primera, los extraterrestres no eran un fenómeno colectivo. Ahora sólo unos cuantos seres humanos tenían la capacidad de encontrarse y distinguir a los extraterrestres.
El no creerle a David Vincent equivalía a firmar tu sentencia de muerte, y contribuía a condenar a la humanidad. (¿O acaso no estabas haciendo eso al no creerle a David Vincent que aquella dulce viejecita que vendía flores en la esquina formaba parte de una ofensiva extraterrestre para conquistar la Tierra? ¡¿Qué acaso no veías que tenía los me­ñiques de ambas manos rígidos?!).
Este programa de televisión y esa idea específica contribuyeron a crear una división que permanece hasta el presente: los que creen y los que no creen en los OVNIS.
Y el mensaje oculto tras esa división es el siguiente: Si crees en los OVNIS, contri­buyes a salvar al mundo; si no crees, corres el peligro de condenarte y condenar también al mundo.
En otro apartado volveremos sobre el asunto.
Por la misma época de Los Invasores, sale a la luz una nueva vertiente del fenómeno extraterrestre: La humanidad ha superado sus conflictos internos (o al menos una buena parte de ellos) y se lanza a las estrellas, estableciendo contactos y resolviendo conflictos a nivel galáctico. Estos nuevos "cascos azules" tripulan naves como el Enterprise.
Viaje a las Estrellas marca un nuevo hito en la concepción extraterrestre. En ella, los seres humanos son sólo una entre una multitud de especies (o razas, como las llaman) que pueblan el cosmos.
De esta manera, el ser humano viene siendo un extraterrestre en sí.
En dicho programa de televisión, la "raza" humana está ampliamente representada. No sólo norteamericanos de pura cepa, sino también negros, orientales y ¡hasta rusos! (¿recuerdan la guerra fría?) Asimismo, lo que más distingue a los tripulantes humanos del resto de la tripulación del Enterprise, es la preeminencia de las emociones y un elevado sen­tido de la justicia.
Así, el capitán Kirk, por ejemplo, es algo así como una cruza entre Buck Rogers y el general MacArthur. Sin embargo, aún y cuando Kirk y los demás humanos son muy inteli­gentes, no lo son tanto como para reprimir sus emociones.
No obstante, esta falta de "razón" en los tripulantes humanos es compensada con creces por la presencia del "señor Spock" (o sencillamente Spock, para los amigos). Este es un habitante del planeta Vulcano, quienes se distinguen por ser una raza filosóficamente su­perior. La meditación, el razonamiento y la lógica son sus armas.
Sin embargo, este vulcano Spock (que recuerda en algo al demonio), se diferencía de los demás vulcanos en que por sus venas —si es que las tiene— corre una parte de ¡sangre hu­mana!
En efecto, el padre de Spock olvidó de alguna manera la lógica y se enamoró y casó con una mujer humana. Obviamente, el fruto de este romance intergaláctico fue Spock. (Carl Sagan comparó esta unión de los padres de Spock con el curce entre un hombre y una pe­tunia. En otras palabras, imposible).
¿Qué nos muestra, en resumen, la serie de Viaje a las Estrellas? Nos muestra a una humanidad evolucionada, que llega a otros planetas y galaxias como embajadores de paz y policías galácticos. Nos muestra a los extraterrestres como seres inteligentes y complejos, pero que carecen la más de las veces de las emociones y "sentido de la justicia" necesarios para alcanzar la "perfección" del hombre.
Pero todavía la imagen del extraterrestre resulta demasiado humana. Han de pasar varios años para que se marque un nuevo rumbo en la concepción ex­traterrestre.
Para muchos, esta nueva concepción se dio con la película La Guerra de Las Gala­xias. Sin embargo, aún y cuando esta película fue una verdadera revolución en cuanto a ci­nema­tografía, representó un retroceso en materia argumental: de nuevo Flash Gordon y Ming; de nuevo las fortalezas, princesas y caballeros. El cine "B" y los "blockbusters" (o pe­lículas de explo­tación) se sublimaron en esta cinta.
En materia de extraterrestres, La Guerra de Las Galaxias vino más que nada a am­pliar, como ya se comentó, el concepto de la fisonomía extraterrestre, aunque dichos seres conservaron su tremenda carga de humanidad.
Por ello, el nuevo paso que se dio en materia de extraterrestres (y, hasta cierto pun­to, el más lógico) fue el de establecer contacto.
Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (¡vaya título!) retomó el concepto de Los In­vasores, pero bajo una perspectiva diferente. Analicemos también su argumento:
Después de que en el desierto de Sonora son encontrados antiguos aviones y ¡un barco! por un grupo de sospechosos "investigadores", un niño es raptado por un OVNI y su afligida madre no sabe qué hacer (confieso que yo tampoco lo sabría). Mientras tanto, un hombre "común y corriente" —nótese el parecido con David Vincent— se topa por accidente con un grupo de OVNIS los cuales, sin embargo, no lo atacan.
Después de este encuentro (creo que lo llaman "del segundo tipo"), una obsesión empieza a apoderarse del sujeto: una montaña de forma peculiar se presenta en su mente, lo cual lo lleva a realizar esculturas de puré de papa y basura de dicha montaña. ¿Por qué?
Pues sucede que aquella montaña era el sitio donde se va realizar el encuentro defi­nitivo con los OVNIS. Pero nadie (sólo algunos pocos "iluminados" que han tenido alguna experiencia anterior con los OVNIS) lo sabe, ya que el Gobierno se ha encargado eficiente­mente de ello.
Conviene detenernos una vez más, antes de seguir comentando el argumento de la película, y analizar el último punto mencionado: la intervención del Gobierno.
De alguna manera, dada la ausencia total de evidencia física de OVNIS, la gente ha achacado esta situación a la intervención del Gobierno. Según razonan con extraña lógica, el Gobierno no quiere que nos enteremos de la realidad de los OVNIS.
¿Por qué se da esta situación? ¿Cuáles serían los motivos del Gobierno para ocultar información o evidencias acerca de los OVNIS?
Primero que nada, para los propósitos que aquí se persiguen, conviene distinguir en­tre las di­versas acepciones que se le dan al concepto de Gobierno, dependiendo de la cultura de la que se trate.
Así, en los países que antes formaban el bloque soviético, por ejemplo, al Gobierno se le conocía como "Estado". Este era el que tenía el control absoluto en todos los campos: políticos, económicos y sociales.
En los llamados "países del tercer mundo" (una vez más, ¡vaya título!), el Gobierno está representado principalmente por la figura presidencial —o el tirano en turno, en algunos de ellos— y por sus ministros.
En los Estados Unidos (que como ya mencionamos es el principal impulsor del fe­nómeno OVNI) cuando se habla de Gobierno, además de la figura presidencial, se refieren a los militares y a las centrales de inteligencia.
En todas las películas y libros donde se trata de evidencia encubierta de OVNIS se menciona al presidente o al ejército o a la CIA o al FBI o a todos ellos juntos. ¿Por qué?
Resulta que una de las características principales de estos grupos de poder es el se­creto. Por supuesto, esto no podría ser de otra forma, dadas las cualidades estratégicas de todos ellos. ¿Se imagina alguien al ejército de los Estados Unidos solicitando su opinión al público sobre la factibilidad de un operativo antes de atacar a Irak? ¿O al FBI reseñando en algún diario los avances acerca de una investigación sobre falsifica­ciones de tarjetas de crédito? Realmente, ello sería absurdo. (Que quede claro que no estoy aprobando los métodos encubiertos que utilizan todas estas organizaciones. Sólo señalo que el secreto es inherente a su naturaleza estratégica).
Ahora bien, ¿cuáles serían los motivos del "Gobierno" para ocultar evidencias o in­formación acerca de los OVNIS?
Por lo que a mí respecta, no puedo señalar ningún motivo razonable para ello. Cada vez que veo la filmación sobre la tragedia del Challenger, o los intentos desesperados para detener el SIDA o el cáncer, o a millones de gentes pidiendo ayuda alimenticia por su ex­trema pobreza, siento enojo ante las supercherías acerca de las evidencias de OVNIS que oculta el Gobierno.
Pero, en fin. Siguiendo con Encuentros Cercanos...
Total, el sujeto mencionado y la madre del niño por fin se encuentran y se reconocen. Ambos han tenido la misma imagen mental de la montaña y se dirigen hacia ella. Ahí, el Ejército ha montado un "teatrito" y ha evacuado a todos los pobladores y curiosos que están cerca de la montaña, con la excusa de que existe en la zona una epidemia mortal de "algo".
Nuestros héroes no se tragan esa historia y, burlando al ejército, ascienden la monta­ña. En la cima de ésta se encuentran con unas instalaciones (que serían la envidia de más de un grupo de rock) en donde un numeroso grupo de técnicos y militares se pasea de un lado a otro nerviosamente.
Para su buena fortuna, llegan justo en el preciso momento en que se acercan unas navecillas extraterrestres, las cuales revolotean alegremente mientras son filmadas por las cámaras de video. Cuando las navecillas se retiran, todos aplauden y vitorean, ya que pien­san que aquello ha sido todo.
Pero no es así; al poco tiempo, las nubes se acumulan al estilo de Spielberg y un gran rugido anuncia el regreso de las navecillas y de una "navezota" del tamaño de las Vegas. (¿A qué tanto secreto de parte del Gobierno, si ese inmenso OVNI podía verse a kilómetros de distancia? Es pregunta).
Entonces, los encargados del proyecto, tras algunos titubeos e intentos de comuni­carse con los extraterrestres, utilizan una clave tonal completamente ridícula y establecen el contacto. La navezota desciende, se abre una puerta y ¡oh, sorpresa! Los que salen de la nave no son extraterrestres, sino ¡seres humanos!, incluído el hijo de la señora.
¡Por supuesto! ¿Cómo pudimos ser tan tontos para no haberlo pensado? ¡Aquellos humanos no eran otros sino los que se habían reportado como desaparecidos en encuentros con OVNIS! Había pilotos, granjeros, amas de casa, oficinistas y niños.
Todos ellos fueron recibidos por la gente del Gobierno como si acabaran de regresar de un largo paseo por el campo. El niño y su madre se abrazan, y todos felices y contentos.
Ah, pero no todo termina ahí, ya que el equipo del Gobierno ¡manda a un grupo de humanos con los extraterrestres!, incluído, claro está, al sujeto de las esculturas de puré de papa. (El cual, a todo esto, dejó atrás familia y todo).
Para finalizar, los excesivamente tímidos extraterrestres se muestran por fin a los humanos: Son como niños calvos y blancos como la harina. Después sale otro de los extra­terrestres (no sabemos si es el padre de los pequeñitos, el capitán de la nave o qué) y éste es francamente un extraterrestre, aún y cuando conserva algunos rastros antropomór­ficos, como cabeza, dos brazos y dos piernas. Sin embargo, lo más destacado de éste último extra­terrestre es el rostro, blanco como el de los pequeñitos, pero con dos enormes ojos negros.
Está de más decir que esa es actualmente la imagen más en boga sobre las facciones de un extraterrestre. A partir de esa película, todos los que afirman haber visto cara a cara a los extraterrestres los describen así.
En fin, Encuentros Cercanos del Tercer Tipo es una película boba, pero cargada de significados con respecto al fenómeno OVNI, del cual viene siendo algo así como un com­pendio, no superado hasta el momento. Por ello se analizó tan a fondo.
Otra película influyente, pero sólo en el sentido de la "bondad" del extraterrestre, es precisamente el filme del mismo nombre. En E.T. El Extraterrestre una vez más volvemos a la idea del extraterrestre bueno y el Gobierno "malo".
Aún y cuando estas cintas resultaron ser las más influyentes en cuanto al estableci­miento de un marco de referencia de la creencia en los OVNIS, resultarían incomprensibles (según opino) si no tomamos en cuenta la extraordinaria cinta 2001: Una Odisea Espacial de Stanley Kubrik, que está basada en la novela homónima de Arthur C. Clark.
La película es sublime, pero no logra aprehender el total significado de la genial creación de Clark. Aún y cuando no comparto la tesis central de la novela de éste, no du­da­ría en señalar a 2001: Una Odisea Espacial como aquella obra de ficción en que la con­cep­ción ex­traterres­tre se acerca más a lo que pudiera ser un habitante de otro mundo: un mo­nolito de material indefinido, mitad cuerpo, mitad mente.

Así que, resumiendo: La concepción del extraterrestre, tanto en su forma física como en su forma de comportamiento, ha variado sensiblemente desde que se dio a conocer la existencia de los OVNIS. Como era de esperarse, fueron los medios de comunicación los que señalaron el camino a seguir, haciendo a los extraterrestres ora "malos", ora "buenos".
Sin embargo, por más esfuerzos que se han hecho, no se ha podido separar al extra­terrestre de su carga de humanidad. Ya sean amigos o enemigos, los extraterrestres no dejan de ser una proyección de nuestra propia humanidad.
Como en un mito moderno, se ha dotado a seres fantásticos de todo aquello de que carecemos y que nos gustaría tener. El verdadero extraterrestre parece estar más allá de nuestra propia humanidad, más allá de nuestra comprensión.

11/15/2006

La noche es de los sapos

La llamada a la puerta fue suave, pero la voz denotaba firmeza.
—¿Todo bien, gobernador?
—Todo bien, Fermín. Sólo me torcí un poco la espalda al agacharme.
—¿Quiere que llame al médico?
—No Fermín, no. Ahí en la maleta negra traigo un remedio para las torceduras. Buenas noches.
—Buenas noches, gobernador. Si se le ofrece algo más...
—Nada Fermín, todo está bien.
Ulises había mentido mucho en su vida, pero nunca había dicho una mentira tan grande como en ese momento. Sin hacer ningún ruido, se acercó más a la puerta de la habitación y pegó una oreja a la madera para asegurarse que su escolta se hubiera retirado.
El silencio tras la puerta le aseguró que su escolta se había ido, pero aún así Ulises permaneció unos minutos pegado a la puerta, con los ojos cerrados y tratando que su mente recobrara la cordura.
Lo primero que había hecho al llegar al hotel, después de otra estúpida junta con Abascal, fue subir a su habitación y correr al cuarto de baño. Todos habían interpretado su prisa como un medio para evadir a la prensa, pero en realidad era su vejiga la que amenazaba con una evasión masiva.
Al orinar, Ulises sintió que el alivio se apoderaba de él. Mientras tanto, maldijo por enésima vez a todos los imbéciles a los que se les olvidaba que los políticos también tienen vejigas.
Le bajó al baño y se lavó las manos. El reflejo del espejo le devolvió a un Ulises demacrado, que intentó sonreír mientras se secaba las manos con una minúscula toalla.
Tras un sonoro suspiro, se dirigió a la cama y se sentó. Despacio, se desabrochó los zapatos, pensado en cómo podría relajarse antes de dormir.
Fue al erguirse cuando lo vio: Sentado en una de las sillas de la mesa al fondo de la habitación, un enorme sapo lo miraba con sus ojos saltones rodeados de verrugas.
Ulises dio un respingo, sorprendido de ver a tan insólito huésped. Sin embargo, más que sorpresa sintió una furia sorda. ¡Malditos imbéciles! ¿Qué nunca lo iban a dejar en paz? Ulises se agachó y cogió un zapato. De un salto, llegó ante el sapo y alzó el zapato, dispuesto a matarlo de un solo golpe.
—Yo que tú lo pensaba dos veces, Ulises —dijo el sapo, sin variar su expresión.
Entonces Ulises había gritado del susto; su escolta se había alertado y Ulises había dicho la mentira más grande de toda su vida. ¿Y quién no hubiera mentido en una situación así? Los sapos no hablan, ¿verdad?
Pues este sí habla, pensaba Ulises desde la puerta. ¡Un pinche sapo que habla! No es posible.
Decidido a salir de la duda de si se había vuelto loco ante tanta presión o en verdad estaba ante un sapo parlante, Ulises abrió los ojos y los dirigió al fondo de la habitación.
Ahí seguía el sapo, inmóvil sobre la silla.
Ulises se acercó al sapo como quien se acerca a apagar con los dedos la mecha encendida de un barril de pólvora. Se detuvo como a dos metros del anfibio.
—¿Quién eres? —preguntó Ulises con voz trémula al sapo, rogando a Dios que éste no le contestara.
—¡Uf! —bufó el sapo—, tu primera pregunta a un ser de otra especie y tienes que soltar una estupidez.
Ulises sintió sus rodillas licuarse y estuvo a punto de caer al suelo. Trastabillando hacia atrás, dio con la cama y cayó cuan largo era sobre ésta. Los lentes se le cayeron. Tratando de recuperarlos lo más pronto posible, lanzó manotazos de un lado a otro de la cama. Mientras tanto, alcanzó a ver difusamente que el sapo pegaba un brinco de la silla y avanzaba hacia él.
Aterrado, alcanzó a sentir el armazón de los lentes y de un tirón se los caló, justo a tiempo para ver cómo el sapo daba un buen salto y se colocaba sobre el buró del lado derecho de la cama, apenas a cincuenta centímetros de donde se encontraba. Ulises se enderezó como pudo y gateó sobre la cama, ubicándose lo más lejos posible del sapo.
—No muerdo, Ulises —le dijo el sapo con su extraña voz. —Además, no vine hasta aquí para hacerte daño.
—¿Entonces? —alcanzó a balbucear Ulises, que ni siquiera pensó en lo absurdo que resultaba el estar dialogando con un sapo.
—Vine para preguntarte el por qué no te vas de una vez por todas de Oaxaca.
En ese momento, a Ulises ya no le importó si el sapo realmente era peligroso. En tres movimientos saltó sobre la cama y se encaró con éste. Estaba furioso.
—¡Ajá, lo sabía! Sabía que eras uno de ellos. Porque ellos te mandaron, ¿verdad?
—¿Quiénes son ellos? —preguntó el sapo, impávido.
—Mis enemigos, las gentes de Flavio: ¡los APPOs!
—Como chiste es muy malo, Ulises. Y muy viejo. Ya tiene meses circulando. Tantos meses como Oaxaca lleva tomada. “Sapos”, “APPOs”… ¡Bah! No cabe duda de que ustedes los humanos son todos estúpidos. Además, me ofendes al compararme a esos idiotas.
—¡Oh, sí! Ahora me vas a decir que no eres uno de ellos.
—Pues no, no soy uno de ellos. ¿Qué no me expreso correctamente? Ya te dije que son unos idiotas. ¿No los has oído cantar la Internacional? ¿O llevar esas mantas con retratos de Marx, Lenin, Stalin y el Ché? ¡En pleno siglo veintiuno! Es asombroso. Cuando cambiaron los caballos por el tren y por los coches, por lo menos fue para mejorar, tanto ustedes como los caballos. Pero eso de querer ser comunista después de que ese sistema fracasó en todos los sentidos es una reverenda estupidez.
—¿Y tú qué sabes de eso? —Preguntó Ulises, burlón.
—Más de lo que te imaginas. Recuerda: somos una raza mucho más vieja que la de ustedes.
Ulises suspiró de nuevo y se restregó los ojos con la mano derecha. Se sentía muy pero muy cansado. Ahora que estaba seguro de haberse vuelto loco, se quedó observando durante un buen rato al sapo. No sabía el porqué, pero se sentía inferior a aquella criatura. Quizá ésta tenía razón. Eran más viejos que los humanos. Y tal vez más sabios.
—Y dime, sapo —le dijo Ulises, retador. —Si eres tan sabio como dices serlo, ¿quién se beneficia con el problema de Oaxaca?
—Si tú no sabes eso, Ulises, entonces eres más bruto que terco —contestó el sapo.
Ulises contuvo las ganas de aplastar al sapo y esperó estoicamente hasta que éste volviera a hablar.
Pasaron unos minutos en silencio, observándose mutuamente. Entonces el sapo volvió a tomar la palabra: —Cualquiera de ustedes con dos dedos de frente sabe que el beneficiario universal es el idiota ese que se cree El Caudillo.
—¿Andrés Manuel?
—El mismo. Cuando amenazó con crear un México ingobernable ya tenía puesto el ojo en Oaxaca. Entonces comenzó a financiar a los subversivos. Algo tremendamente infantil y perverso, pero así es él. Y no está solo. Está también ese vividor de Flavio, que se muere por obtener un hueso. Nadamás dejaste de pagarles y se encabritó. Por eso quiere que renuncies, para que lo nombren a él o alguno de su achichincles el gobernador sustituto. Y entonces, ahí te encargo: ¡para que lo saquen al tipo!
—Pues no te entiendo sapo, de verdad. Si tanto odias a mis enemigos, ¿por qué tú también me pides que renuncie?
El sapo se enderezó súbitamente y luego cambió de postura lentamente, sin dejar de mirar a Ulises. Quizá también el sapo estaba haciendo un esfuerzo por contenerse.
—Mira, Ulises —dijo— para empezar, yo nunca empleé la palabra renunciar…
—¡Pero si tú…!
—En segundo lugar —prosiguió el sapo, ignorando la interrupción—, nosotros los sapos no nos tragamos eso de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Es por ello de que nunca has oído hablar de una guerra entre sapos. Mi pregunta inicial iba dirigida a que me respondieras sinceramente el por qué no desapareces de Oaxaca.
—O sea: que renuncie.
—No. Yo nunca dije renunciar. Dije abandonar, desaparecer.
—¿Cómo?
—Muy fácil. Sólo te pones una pistola en la boca o en la sien y jalas el gatillo.
—¡¿Quieres que me suicide?! —exclamó Ulises, asombrado.
—Sí, esa sería la salida más airosa al conflicto. Quedarías como un mártir y le quitarías todo el pastel a…
—¡Tú estás loco!
—Sí, ya lo sé. Claro que eso no importa. Soy sólo un sapo, ¿recuerdas?
—Pero, ¿por qué me lo pides a mí? ¿Por qué no vas con Flavio y le pides que sea él quien se suicide? ¿O a Andrés Manuel? ¿Eh?
—Ya lo hice.
Esta última respuesta del sapo dejó sin palabras a Ulises. No sabía ni qué pensar de todo ese asqueroso asunto. Que un sapo se les apareciera a varias personas y les pidiera que se suicidaran para resolver el asunto de Oaxaca no tenía el menor sentido.
—Sólo por curiosidad, sapo. ¿Qué respuestas te dieron ellos?
—¿Andrés Manuel y Flavio?
—Sí, y Murat y todos lo que ya sabes que están involucrados en el asunto.
—La misma respuesta que tú, Ulises. Todos son unos cobardes. ¡Hubieras de haber visto al Flavio, llorando como una niña mientras trataba de marcar al celular para hablar con el Peje!
—¿Y tú como sabes que le habla al Peje? —preguntó Ulises, intrigado.
—¿Y a quién si no? —respondió el sapo. —Y el Peje… ¡Puaj!
—¿También lloró como niña?
—No. El tipo ese está como una cabra. Ni se inmutó cuando le hablé. Incluso me prometió una reserva ecológica en Tabasco si le ayudaba en sus oscuros manejos.
Ulises ya no sabía ni qué pensar, pero se sintió un poco aliviado al saber que al menos él no había hecho el ridículo frente al sapo.
—Entonces, ¿qué? —preguntó el sapo, sobresaltándolo. —¿Estás dispuesto no ya a suicidarte (porque se ve que eres un cobarde) sino a abandonar Oaxaca?
—No puedo hacerlo, te lo juro —le dijo Ulises al sapo, sintiéndose apenado. —Si por mí fuera, te aseguro que…
—Entonces, ¡adiós! —le interrumpió el sapo. Saltó del buró y se fue brincando hacia la ventana. Ulises sabía que estaban en el piso 23, pero si el sapo había llegado hasta aquí, era obvio que sabría cómo salir.
—Una última pregunta, sapo —dijo Ulises. El sapo se detuvo, pero no volteó a verlo. —¿Por qué haces esto? ¿Cuál es tu propósito?
El sapo se giró lentamente. Miró a Ulises a los ojos y le dijo: —Me preguntaste antes que quién se beneficiaba de la ruina de Oaxaca. Yo te contesté que el Peje. Pero la respuesta correcta es: nadie. Todos ustedes están llevando a la ruina a Oaxaca, Ulises. Si antes Oaxaca tenía muchos pobres, ahora todos son pobres. Y los pobres son canijos, Ulises. Miles de niños sin clases no encuentran nada mejor que hacer que matar sapos a pedradas. Y en las últimas semanas se ha sabido que en algunas comunidades aisladas están empezando a comernos.
—No sabía eso. Es terrible. Si tú quieres, puedo ordenar a…
—Ni tú ni nadie va a ordenar nada, Ulises. Sólo son una manada de imbéciles que sólo piensan en el dinero o en el poder y la gloria: la suya propia. Mantienen la ilusión de que controlan no sólo el destino de Oaxaca, sino de todo México. Pero ustedes se engañan, Ulises. Pasan por alto el hecho de que mientras malgastan sus días, habemos quienes esperamos pacientemente a que llegue la hora en que el sol se ponga y ustedes deban dormir. Entonces los aniquilaremos.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Ulises, que sintió un estremecimiento.
—Que en Oaxaca la noche nos pertenece a los sapos. Nunca digas que no te lo advertí.
Dicho esto, el sapo se fue hacia la ventana y saltó al vacío.

11/04/2006

La canción de Henry Miller

"El sexo es una de las ocho razones para la reencarnación;
las otras siete carecen de importancia". Henry Miller.

Así es Henry Miller: directo, agudo, iconoclasta. Uno de los más grandes escritores del siglo XX que, sin embargo, ha sido sistemáticamente ignorado por el "establishment" literario: todos lo han leído, pero ninguno lo "recuerda" como el gran escritor que fue. (Hagan la prueba. Pregúntenle a un escritor cualquiera que les diga quienes fueron, a su juicio, los diez más grandes escritores del siglo XX. Casi por seguro, Henry Miller no estará en la lista).
La razón de tal "olvido" es enigmática —para no decir, inexplicable— ya que fue enorme la contribución de Henry Miller a la literatura del siglo XX.
Para intentar resolver el enigma, recordemos los hechos biográficos: Henry Valentine Miller nació el 26 de diciembre de 1891 en Brooklyn, Nueva York. Allí estudió y trabajó en el Ayuntamiento, en una fábrica de cemento y en una compañia de telégrafos. A los 39 años viajó a París, para dedicarse exclusivamente a escribir, regresando a los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Murió en California, en 1980.
Como toda biografía, ésta nos dice todo y nada sobre Henry Miller. Sin embargo, adquiere sentido cuando leemos las experiencias de éste en la Compañía Telegráfica Cosmodemónica o su epifanía en el Tranvía Ovárico.
Porque Henry Miller-hombre es sustituído por Henry Miller-escritor a través de una autobiografía mitómana en la que la realidad y la ficción se yuxtaponen, en donde narra no sólo su experiencia al convertise en escritor, sino que crea un alter-ego que no es él mismo ni un personaje de ficción, sino un alter-ego esquizoide: un Henry Miller cínico, soez, obsceno, pero a la vez humano, demasiado humano.
Inmerso en la corriente surrelista de la época, tal vez fue el último de los románticos.
Pero su verdadera escencia está en su vitalidad: Henry Miller amó la vida como pocos lo han hecho. También fue un humanista. Su amor por la humanidad transpira por cada poro de su pluma.
Sin embargo, no está a la vista. Es necesario sumergirse en su obra para descubrirlo.
Así, en las páginas iniciales de Trópico de Cáncer nos dice: "Entonces, ¿este? Este no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del Arte, una patada en el culo a Dios, al Hombre, al Destino, al Tiempo, al Amor, a la Belleza... a lo que les parezca. Cantaré para ustedes, desentonaré un poco tal vez, pero cantaré. Cantaré mientras se mueren, bailaré sobre su inmundo cadáver... Para cantar, primero hay que abrir la boca. Hay que tener dos pulmones y algunos conocimientos de música. No es necesario tener un acordeón ni una guitarra. Lo esencial es querer cantar. Así pues, esto es una canción. Estoy cantando."
Si quieres ser escritor, o simplemente sientes que el mundo es una mierda y crees que todo está perdido, entonces acude a oír lo que que canta Henry Miller en sus libros.
Créeme, entonces tú también lo pondrás en la lista.

Salaam

Súbitamente agotado tras una indefinida serie de reencarnaciones sucesivas, Samstanaka quedó tendido sobre el húmedo barro de una más de las callejuelas olvidadas de Calcuta.
Así acostado, daba la apariencia de ser lo que era: un despojo humano, indistinguible de los ciento de miles de despojos humanos que forman la inmunda costra de esa herida siempre abierta y purulenta que es Calcuta.
Samstanaka hizo el intento de levantarse y huir de ese lugar, pero lo único que consiguió fue quedar de costado. El movimiento produjo un sonido húmedo, viscoso, que Samstanaka no alcanzó siquiera a percibir, ya que la sensación de incontables movimientos sobre su espalda opacó o eliminó por completo sus restantes sentidos.
Por algunos aterradores instantes, Samstanaka no vio, ni olió, ni oyó, ni gustó; sólo fue la víctima y el único testigo de ese horrendo movimiento minúsculo infinitamente multiplicado sobre su espalda, donde millones de seres reptaban, saltaban, se enterraban y efectuaban indescriptibles variaciones y mutaciones. Samstanaka empezó a sentir asco y náuseas, ¡y no podía moverse!
Desesperado, comenzó a llorar.
Las lágrimas brotaron y corrieron por el sudoroso rostro de Samstanaka, produciéndole una sensación de soledad absoluta, que lo entristeció.
Sin embargo, súbitamente, la serenidad volvió a su ser en un instante; un mágico e imposible instante en el que Samstanaka notó, asombrado, cómo una de las incontables criaturas microscópicas sobre su espalda lodoza luchaba por levantarse pero, al igual que él, inútilmente.
Entonces comprendió. Una lenta y amplia sonrisa iluminó su rostro.
Samstanaka supo en ese momento que su camino había terminado finalmente, que el Nirvana era su próximo paso.
Porque Samstanaka había sido Samstanaka; ahora era Calcuta.

10/28/2006

Melodía de una sola nota

El otro día, mientras recorría sin prisas un centro comercial, vi en exhibición un automóvil BMW flamante, de color negro brillante, con llantas y rines deportivos e interiores color rojo que armonizaban a la perfección con el tono de gris del tablero, cuyos detalles me admiraron.
El enamoramiento fue, quizá, inevitable.
Al instante, vinieron a mi mente las dos preguntas que siempre guardo de reserva para estos casos: ¿Lo necesito realmente? y ¿podré pagarlo?
La primera pregunta se respondió sola apenas fue formulada: No. Para responder a la segunda, sin embargo, tuve que levantar el BMW y darle vuelta, ya que de seguro la etiqueta del precio venía adherida al chasis. Acerté: la etiqueta con su código de barras me informó que el auto costaba cuatrocientos cincuenta pesos, IVA incluído.
Volví a dejar el auto en su estante de exhibición ya que, aunque pensé que se vería muy vien estacionado junto a mi computadora personal, lo mejor sería gastarme esos cuatrocioentos cincuenta pesos en otra cosa.
Esta breve anécdota encierra uno de los trucos más sencillos del quehacer literario, encaminado a sorprender al lector. Primero se hace que éste se forme una imagen mental del objeto descrito basado en su experiencia personal y bruscamente se cambia la prespectiva. En este caso, el tamaño. Así, lo que parecía ser un auto BMW de proporciones normales se reduce a lo que era en realidad: un modelo a escala exhibido en un estante.
Sin embargo, mi intención no fue el sucitar la sorpresa en el lector, sino llamar su atención sobre lo fácil que puede ser el que alguien cambie la prespectiva de cualquier cosa y la adapte a su visión pesonal, a fin de convencerle que dicha visión es la única verdadera.
Cuando se trata de jugar con situaciones ficticias, el asunto no pasa de ser mero entretenimiento. El problema se presenta cuando el objeto a ser manipulado es la realidad. La vida misma.
Me explicaré. Durante todo el año 2006, pero particularmente desde el mes de junio, casi todos los editorialistas, periodistas y comunicadores en general, han reducido la realidad cotidiana de los mexicanos a su mínima expresión: la política.
Como émulos de Lenin, para quien no existía nada más que no fuera la política, toda su energía y capacidad creativa (en algunos casos excepcional) se han centrado en hacernos creer que todo es política. No importa el tópico que traten en sus columnas diarias o espacios noticiosos, la realidad es que todo es política.
Como si hubieran utilizado al unísono una monstruosa prensa cósmica, han aplastado la realidad hasta reducirla a una minúscula oblea bidimensional.
Porque el mundo Política (o el mundo real visto exclusivamente bajo el aspecto político) es un mundo realmente extraño. Para empezar, es completamente plano, de sólo dos dimensiones: no existen arriba y abajo; sólo centro, derecha e izquierda. Te puedes mover del centro hacia la derecha o hacia la izquierda, pero estas últimas no pueden tocarse, jamás.
El mundo Política también carece de la dimensión temporal. El presente no existe. Todo está en función de un pasado que tampoco existió y de un futuro —inexistente todavía, por definición— que puede llegar a ser de dos formas solamente: utópico o apocalíptico. Los actores principales de este mundo, los políticos profesionales (de los que hablaré en otra ocasión) prometen llegar siempre a ese futuro utópico apelando a medios apocalípticos.
Este mundo Política es de color gris, con cuatrocientos treinta y cinco millones ochocientos veinte mil dos tonalidades (estadística tomada de los archivos soviéticos desclasificados recientemente).
Tomando en cuenta lo anterior, no es de extrañar que yo me clasifique como apolítico. Para mí la política es lo peor que ha llegado a concebir la mente humana. La política todo lo ensucia, todo lo corrompe, todo lo pudre.
Para quien esta postura personal se le haga extrema, bástame mencionar un ejemplo de cómo la simple adición de la política a cualquier concepto la corrompe. Tomemos el caso de una madre, a la cual basta agregar la palabra "política" para que se convierta en ¡suegra!
Así, una figura reverenciada en todas las culturas pasa a ser una figura ridiculizada en todas las culturas. Porque no es lo mismo madre que suegra, se mire por donde se mire.
Y si eso es en el plano de lo cotidiano, cuando pasamos al plano más amplio de lo social la cuestión deja de tener gracia. Otro ejemplo: agréguese la palabra política a la palabra economía y lo que era una ciencia inexacta se convierte en una verdadera amenaza. Porque no es lo mismo la economía que la economía política, se mire por donde se mire.
No niego que sea bueno e incluso saludable hablar de política. Después de todo, ésta forma parte de la realidad de toda sociedad. Lo que niego es que se reduzca la política a la única realidad.
Aquellos que se pregunten, ¿y si la política no es la única realidad, entonces qué?
Esos están condenados a perderse la maravillosa sinfonía de la vida. Para ellos solo quedará el sentimiento de vacío al seguir escuchando una melodía de una sola nota.

10/21/2006

Bazar de Ángeles

El otro día, una amiga me preguntó: —¿Tú crees en la existencia de los ángeles?
—Absolutamente — le respondí.
Conociendo ella mi arraigado escepticismo, intentó hacerme tomar una cucharada de mi propia medicina. Lanzó su reto: —¿Puedes probarlo?
—Por supuesto que puedo probarlo.
—¿Cómo?
—Muy fácil: Tú consigues dos boletos de avión, tu pasaporte, y me prestas quinientos dólares para gastar. Entonces, yo te enseño Los Ángeles (hay muchos paisanos) . Podríamos ir a conocer el...
—¡Pero no me refiero a la ciudad, sino a los Ángeles de la Biblia! —Me interrumpió, enfadada.
—Se me hace que estás confundida — le dije, empleando mi más suave tono de voz. —En la Biblia puedes encontrar Filadelfia, pero no Los Ángeles.
—¡Oh, eres realmente insoportable! —Sentenció, poniendo así fin a un intercambio de ideas que hubiera resultado interesante.
Cuando de ángeles se trata, la mayoría de las personas reaccionan como mi amiga. Simplemente, no entienden que alguien pueda siquiera dudar de su existencia. Sin embargo, para la Iglesia Católica, por ejemplo, el asunto de la existencia de los ángeles es una "cuestión de fe". Dicho en otras palabras, el que creas o no en los ángeles no altera tu "catolicidad".
Fui educado como católico, así que sé todo lo que hay que saber sobre los ángeles. Sin embargo, mi memoria reduce las dilatadas legiones de estos seres espirituales a —si se me permite la paradoja— sólo cinco individuos: El que le anuncia a la virgen María el futuro nacimiento de Jesús; el que detiene la mano de Abraham (lo siento, pero no avanzo de un modo cronológico) cuando está a punto de sacrificar a su hijo Isaac; el ángel llamado Luzbel, que reta a Dios, pierde la partida, cae del cielo y se convierte en Satanás; el que les avisa a los tres Reyes Magos que tomen otro camino; y Gabriel, que no es propiamente dicho un ángel, sino un árcangel, que viene siendo una especie de ángel "superior". (Incluso tiene un papel protagónico en el Islam).
Todos los demás ángeles son, para mí, meros comparsas; extras, en una palabra: Cantan a coro, sirven para adornar cuadros, iglesias y postales. Asimismo, son la salvación de los organizadores de las pastorelas, ya que les dan oportunidad a un mayor número de niños de participar.
Así, la pregunta de mi amiga no debería haber sido el si yo creía en los ángeles, sino el por qué tanta gente cree en ellos.
Una búsqueda rápida en Google me ofrece 8'400,000 páginas relacionadas con ángeles. Y eso sólo de páginas en español. Es obvio que no todas esas páginas hablan de los ángeles a los que se refería mi amiga (los de la Biblia) pero aún así son muchas. Más significativo aún, en la mayoría de esos sitios los ángeles comparten espacio con la astrología, el tarot, las terapias alternativas de curación y demás parafernalia New Age.
Es aquí donde, según creo, radica la gran influencia popular que tienen los ángeles: son un gran negocio. Un negocio multimillonario.
Libros, cassetes, cd's, regalos con ángeles, imágenes sobre ángeles, fondos de pantalla... Incluso se ofrecen cursos de "angelología" y la oportunidad de contactar con ellos. También hay terapias de auras y cómo reconocer los colores de las auras de los diferentes tipos de ángeles.
Con todas estas cosas a la vista, es obvio que yo no crea en los ángeles. Porque en cuanto al mercado de ángeles se refiere, no cuenta sólo el creer en ellos.
También tienes que tener a mano tu tarjeta de crédito.

10/15/2006

Welcome to the Jungle

Soy nuevo en este mundo paralelo de la blog-esfera. ¿Qué es lo que he encontrado? Si se me pidiera definir con una palabra este mundo exótico, esa palabra sería, sin duda: jungla.

En lo personal, me gusta más la palabra selva, que evoca en mi mente un lugar oscuro y húmedo, de exhuberante vida vegetal y animal, plagado de ruidos y sombras, de olores, chillidos, mosquitos, susurros y todos los tonos de verde.

Si utilizo jungla es porque ésta guarda una relación más cercana con la selva imaginada por todos aquellos que nunca han estado en una; con esa selva abstracta que ellos llaman jungla.

Jungla, por su contenido de caos; jungla, porque impera la ley del más fuerte, del más astuto, del mejor camuflado. Por ello la comparación de la jungla con nuestras modernas ciudades es quizá inevitable, aunque deficiente: llamar a una ciudad "jungla de asfalto" adolece de simería. No hay peralelismos entre una vegetación desbordante y rectas avenidas, entre húmedos huecos en los árboles y oficinas climatizadas, entre un fruto caído que se descompone y un envase de plástico de pepsi tirado en mitad de una calle.

El símil toma sentido cuando los que se comparan son sus habitantes. Monos, insectos, jaguares, tapires, reptiles, gusanos, batracios, sepientes, arañas, hormigas. Todos tienen su contrapartida en los habitantes de una ciudad.

Otra dimensión del concepto es literaria. Tenemos la jungla de Rudyard Kipling y la jungla de Joseph Conrad. Para uno es aventura, para el otro es destino; es exploración y es explotación; para Kipling representa la vida, para Conrad la muerte.

Así que no es de extrañar que la palabra jungla acuda a mi mente en esta ocasión.

Veo a mi alrededor una verdadera jungla de "bloggers", con toda su estridencia y cacofonía, con sus llamadas de alerta, de sexo, de auxilio, de muerte.

Me pregunto: ¿Llegaré a ser un habitante permanente de esta jungla o tan sólo un explorador?

¿Podré ser escuchado?