8/26/2010

Mexicanos al grito de guerra...

No me gustan las armas de fuego. De pequeño jugaba a los vaqueros (en los años sesentas los vaqueros reinaban) y tenía una réplica plateada de un revolver Colt con todo y funda de cuero con estrella de latón. Más grande tuve un rifle de postas, el cual nunca utilicé para cazar ningún ser vivo, sino para jugar al tiro al blanco. Sin embargo, nunca me sentí atraído por la idea de poseer un arma real.

Aunque he tenido en mis manos armas potentes, como escuadras .9 mm y Magnum .357, la única arma real que he disparado en mi vida fue una pistola calibre .22 que pertenecía a mi amigo Isaac.

Fue en la sierra de Arteaga, en Coahuila. Dos disparos a una lata de aluminio colocada sobre una piedra a unos veinte metros de distancia. Al fondo se alzaba el bosque y del coche detrás de nosotros brotaba el estruendo de una canción de Def Leppard.

Dos disparos solamente. No recuerdo si le pegué a la lata o no. Lo que sí recuerdo es que la sensación de disparar un arma real no tenía nada que ver con mi etapa de vaquero o de tiro al blanco con rifle de postas, cuando el propósito de los disparos era enfrentarme con indios guerreros o tirar cuatro figuras de plástico en menos de un minuto.

Dos disparos, dos detonaciones ruidosas que no me hicieron sentirme como Harry el Sucio, sino como Jaime a secas. Desde ese entonces no he vuelto a disparar un arma.

Años después, fui con mi esposa y nuestra perra “Dalila” a pasar un fin de semana solos en el rancho de Paco, mi cuñado. El rancho estaba por el rumbo de “El Barro”, en Santiago. Al poco tiempo de estar ahí, un coche viejo con los vidrios oscuros pasó varias veces frente a la reja del rancho. En una de las ocasiones detuvo la marcha a medio camino. Pasaron unos minutos y se retiró.

En esos momentos olvidé lo de mi aversión a las armas. Lo que más deseé entonces fue tener un arma conmigo. Como no tenía ningún arma, le comenté a mi esposa que no tenía confianza en los ocupantes de aquel coche que había estado pasando frente a nosotros. Así que le dije que lo mejor que podíamos hacer era regresarnos a casa.

Así que recogimos nuestras cosas, subimos al coche y nos regresamos. Mi esposa no estaba nada contenta con ello y yo me sentí fatal. Sabía que estaba actuando cobardemente, pero en esos momentos no se me ocurrió nada mejor. (Después nos enteramos, por mi cuñado, que los ocupantes del coche eran los hijos del cuidador del rancho, que habían pasado por ahí para ver que todo estuviera bien). Si hubieran visto la expresión de mi esposa en ese momento…

La inseguridad en que vivimos actualmente los mexicanos es lo que me hizo recordar mi experiencia personal con las armas. Creo que llegó la hora de replantear mis convicciones.

A toda hora, inclusive en los tiempos de angustia que padecemos, no es raro escuchar frases como “la violencia engendra violencia” y “la violencia no resuelve nada”. A primera vista, ambas frases parecen contener una gran dosis de sabiduría. Sin embargo, un análisis más profundo nos muestra su vaciedad.

Que la violencia engendre violencia es muy discutible. Sólo resulta verdadero en el caso en que se presente una reacción. El problema con ello es que para que se presente la reacción es necesario que haya un equilibrio de fuerzas, y esto ocurre muy raramente. (La excepción son las armas atómicas. Aquí hay un equilibrio de fuerzas —varias naciones que cuentan con armas atómicas— pero no se presenta una reacción porque sería un suicidio).

Por regla general, quien inicia la violencia lo hace porque lleva la ventaja de la fuerza. Si no fuera así, sería estúpido que lo hiciera.

La otra frase que dice que la violencia no resuelve nada es aún más vacía. Un solo ejemplo: la violencia de la 2ª Guerra Mundial fue la que llevó al período de paz más prolongado en la historia de la humanidad, sobre todo en el continente europeo.

Lo anterior no significa que yo esté a favor de la guerra o de las bombas atómicas, sino que hay que tener cuidado con lo que se oye. Hablar de paz, acuerdos y no violencia está bien para impresionar chicas, pero no siempre es lo adecuado al tratar con la realidad.

Pero volvamos a las armas. Nuestra principal referencia en el asunto son nuestros vecinos del Norte, los gringos. Cuando se habla de armas, inmediatamente se nos vienen a la mente las masacres de Columbine y del Tecnológico de Virginia.

Basados en tan horribles eventos terminamos por concluir que los gringos están locos por tener una política tan laxa en cuestión del control de armas. En los EUA cualquiera puede conseguir un arma y son muchos los estados que permiten la posesión de armas —inclusive de alto calibre— porque la Segunda Enmienda de su Constitución considera el derecho a portar armas como inalienable.

Sin embargo, un examen más detallado del asunto del control de armas nos muestra una conclusión diferente: esas masacres —aunque terribles y dolorosas— deben de considerarse más una excepción que una regla. Es tan grande el número de armas en los EUA, que esas muertes son estadísticamente insignificantes (sí, ya sé: díganle eso a los familiares de los deudos). Por ejemplo, cada año mueren más niños por ahogamiento en albercas que por causa de un arma de fuego.

Por otro lado, las masacres no son inusuales en otros países con una política de control de armas mucho más estricta que en los EUA, como Japón y China. La diferencia estriba en que esas masacres se dirigen principalmente contra niños (algo particularmente horrible por ser países con políticas duras de control natal) y son con… cuchillos. Sólo en este año 2010 han muerto acuchillados en China docenas de niños inocentes.

En Inglaterra, donde también es muy estricto el control de armas, la muerte por navajas es la más común entre los adolescentes. Por otro lado, en países donde prácticamente todos sus habitantes cuentan con armas —como en el caso de Suiza e Israel— las masacres de civiles inocentes son prácticamente nulas.

Esto nos lleva a pensar que no es el control de armas por sí mismo el que produce o inhibe el ataque contra civiles inocentes. Son muy diversos factores los que influyen en ello.

Sin embargo, sí existe un asunto de gran importancia que es influenciado directamente por la política del control de armas: el crimen, como se puede ver en el siguiente artículo de José Carlos Rodríguez, autor de un blog de tendencia liberal.

Ese artículo lo hallé por casualidad mientras investigaba el asunto de la portación de armas en México. ¿Por qué decidí investigar eso? Por la sencilla razón de que en las últimas fechas me he sentido como aquella tarde vergonzosa en el rancho de Paco.

Ante la incapacidad de las autoridades por contener la ola de inseguridad que nos agobia y por la impunidad con la que opera el crimen organizado, creo que ha llegado el momento en que los ciudadanos honrados exijamos el derecho a poseer y portar armas de fuego. (Sé que esta propuesta alzará cejas en mis amigos y conocidos, ya que me consideran como alguien incapaz de matar ni a una mosca, pero no me importa. Las convicciones están para ser puestas a prueba, no para permanecer inalterables durante toda la vida).

Lo que propongo es exigir (sí, exigir) a nuestros legisladores que aprueben las leyes con las que se garantice el derecho de todo mexicano a poseer y portar armas de fuego.

Por supuesto, sería absurdo que todos los mexicanos tuvieran este derecho, el cual estaría limitado solo a aquellos mexicanos que: 1) Cuenten con mayoría de edad; 2) paguen impuestos; 3) no cuenten con antecedentes penales ni de inestabilidad mental; 4) se sometan a un curso de manejo y uso apropiado de armas de fuego; 5) compren las armas y municiones únicamente en las dependencias autorizadas por el ejército, para que éstas sean debidamente registradas y sometidas a control, y 5) obtengan su licencia para la portación.

Como medida cautelar, la posesión o portación de armas no registradas conforme a la ley sería considerada un delito grave.

Sé que esto no es La Solución al problema de inseguridad, ni pretende serlo. Sólo es una medida que podría ayudar a contener el índice de criminalidad al que estamos sometidos actualmente los mexicanos.

Los criminales en México actúan con total impunidad por dos razones principales: 1) La corrupción que impera en los cuerpos policíacos y tribunales, y 2) el saber que sus víctimas son incapaces de defenderse.

Se dice que la violencia engendra violencia y yo no lo creo. El desequilibrio de fuerzas es lo que origina la violencia. Así que hagamos trabajar a nuestros políticos y equilibremos fuerzas (¡pero ya!) con el crimen organizado.

Y esto se los dice alguien que siendo adolescente fue incapaz de sentirse emocionado al disparar un arma al ritmo de Def Leppard.

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