6/15/2008

La verdad sobre el Efecto mariposa

Empiezo con una sencilla pregunta para mis lectores: ¿Cuántas personas adultas conocen que se atrevan a nadar en una alberca inmediatamente después de haber comido? (Se supone que esa persona adulta es normal y no se encuentra bajo los influjos del alcohol o de alguna otra droga).

Ninguna, ¿verdad?

Estoy tan seguro de esa respuesta, que aún me atrevo a ir más lejos y afirmar: ninguno de mis lectores adultos se atreven a meterse a nadar en una alberca inmediatamente después de haber comido.

Si les pregunto el por qué, me responderán que no es seguro nadar hasta después de que hayan transcurrido una, dos o tres horas porque, debido al proceso digestivo, si te metes a nadar después de comer, te puede dar un calambre y te ahogas. Es por eso que hay que esperar.

Bien, pues eso suena lógico, pero es completamente falso. No existe ningún peligro en nadar después de comer. Incluso puedes comer dentro de la alberca.

Entonces, ¿por qué tanta gente cree en ese mito?

Pues porque —y aquí me incluyo— nos lo han repetido innumerables veces desde que éramos niños nuestros padres, abuelos, parientes, maestros y paramédicos. Todos ellos dicen lo mismo (o casi, ya que las horas de espera varían). Todos ellos son figuras de autoridad. Además, hemos sabido de casos en que la causa “oficial” del ahogamiento fue la inmersión en el agua después de haber comido.

Pero repetir algo no lo hace verdadero. Como dicen por ahí, “Si un millón de personas dicen una estupidez, sigue siendo una estupidez”.

Existen muchas ideas, conceptos e hipótesis que, una vez que las ha adoptado la cultura de masas, se convierten en sabiduría convencional. Y en el proceso, algunas veces sucede que no sólo se acepta como verdadero algo que es falso (como lo mencionado anteriormente) sino que incluso se le da un sentido por completo opuesto al original.

Esto es lo que pasa con el llamado “efecto mariposa”. Ayer leí un artículo de Peter Dizikes en el Boston Globe que tocaba ese tema. Es uno de esos artículos que al leerlos sientes que podrías haberlo escrito tú mismo, de tan afín el pensamiento. Es por ello que —sin temor a infringir derechos de autor o acusaciones de plagio— me limito a citarlo, para todos aquellos lectores de estas Crónicas que no lean en inglés o que ignoraran el artículo.

Dizikes nos habla de cómo una frase del meteorologista del MIT Edward Lorenz (quien murió en abril pasado) pasó del laboratorio a la cultura popular y cómo el significado de esa frase cambió dramáticamente, hasta representar su opuesto.

En 1961, Lorenz, en ese entonces un profesor asistente de bajo perfil en el departamento del meteorología del MIT creó un temprano programa computacional para simular el clima.

Un día, Lorenz cambió uno de una docena de números representando condiciones atmosféricas (de 0.506127 a 0.506). Esa pequeñísima alteración transformó su predicción a largo plazo, algo que amplió en un ensayo de 1972 intitulado “Predicciones: ¿Puede el aleteo de una mariposa causar un tornado en Texas?”

En su famoso ensayo, Lorenz argumentó que los enormes efectos de pequeños eventos atmosféricos poseen un problema práctico, al limitar los pronósticos del clima a largo plazo, y un problema filosófico, previniéndonos de aislar causas específicas de condiciones posteriores.

Las innumerables interconexiones de la naturaleza —apuntó Lorenz— significan que el aleteo de una mariposa puede causar un tornado o, por todo lo que sabemos, puede prevenir un tornado. Similarmente, al hacer aunque sea una pequeñísima alteración de la naturaleza, nunca sabremos qué pudo haber pasado si no la hubiéramos hecho, dado que los subsecuentes cambios son tan complejos e intrincados como para poder restaurar el estado previo.

En otras palabras, es extremadamente difícil calcular ciertas cosas con certeza. Hay muchas mariposas ahí afuera. Un tornado en Texas puede ser causado por una mariposa en Brasil, Bali o Budapest. Realmente, no sabemos.

Lorenz también descubrió límites estrictos a nuestro conocimiento, probando que aún modelos de sistemas físicos con pocas variables conocidas con precisión —como un gas caliente remolineando en una caja— pueden producir innumerables efectos impredecibles e irrepetibles.

Siendo tan claro el concepto expresado por Lorenz, resulta asombroso cómo el concepto del “efecto mariposa” trasladado a la cultura popular, se haya convertido en una metáfora en la que actos en apariencia insignificantes alteran la historia y definen destinos.

Típicamente irreconocibles en un principio, esos actos crean hilos de causa y efecto que aparecen obvios en retrospectiva, cambiando el curso de una vida humana o interfiriendo en la economía mundial.

Dizikes pone de ejemplo dos películas. Una de ellas, de 2004, se llama precisamente “El efecto mariposa” y en ella vemos al protagonista viajar atrás en el tiempo y alterar su problemática infancia con el fin de influenciar el presente, aunque con resultados deprimentes. La otra película es “Habana”, donde el protagonista, un jugador inteligente, cita eso de: “Una mariposa puede aletear en...”

El problema con esas películas, dice Dizikes, es que obtienen su visión en retrospectiva, siendo que el sentido más amplio del “efecto mariposa” no es que podemos rastrear fácilmente este tipo de conexiones, sino que no podemos.

Para Dizikes, la interpretación errónea de la cultura pop del “efecto mariposa” sirve como un barómetro para medir lo que el público piensa acerca de la ciencia (él mismo es periodista de temas científicos) y pone de manifiesto el creciente abismo entre lo que el público espera de la investigación científica —que consiste en una serie de respuestas cada vez más precisas acerca del mundo en que vivimos— y los reinos de incertidumbre en que la ciencia moderna nos está llevando.

Por mi parte, yo creo que el cambio tan acusado del “efecto mariposa” al ser trasladado a la cultura popular se debe precisamente al deseo —profundamente humano— de poder encontrar ese acto, quizá insignificante, que explique o, lo que es más triste, justifique nuestra situación actual. (Aquel novio que cortamos; ese apretón de manos que negamos; un día de campo al que no quisimos asistir; aquel auto que no compramos; esa mirada que ignoramos; un día loco; un beso; las llaves que perdimos...) Todo acto de nuestra existencia es candidato a ser el acto que cambió nuestro destino.

Más aún, la interpretación errónea del “efecto mariposa” también se apoya grandemente en otro deseo humano, demasiado humano: el de dar a nuestros actos un valor que quizá no tienen. Sin embargo, necesitamos creer que todos nuestros actos, por insignificantes que sean, valen. Y que ese valor se debe traducir en el alcance, en las repercusiones de ese acto en particular.

Pero es inútil utilizar el concepto popular del “efecto mariposa”. Porque este nos indica precisamente lo contrario: que resulta muy difícil buscar una causa particular, ya que la vida es tan compleja que es imposible aislar un acto en concreto, porque este puede dar lugar a innumerables efectos impredecibles e irrepetibles.

Así que dejemos a un lado el “efecto mariposa” y mejor utilicemos un concepto que fue olvidado por los hombres en los inicios del siglo pasado: el concepto de responsabilidad individual.

Este concepto, tan antiguo como las religiones, nos dice que cada uno de nosotros es responsable de sus actos: ante Dios, ante los hombres, ante sí mismo. Aquello que hagamos o dejemos de hacer, tiene repercusiones —quizá no tanto para producir un tornado en Texas o cambiar al mundo— pero al menos las suficientes para cambiar nuestra propia historia y la de los que nos rodean.

En cuanto a los “reinos de incertidumbre” que mencionaba Dizikes... Para ellos tenemos otras formas de defensa para hacerles frente y será material para otra crónica.

Por el momento me basta con señalar que estoy seguro de que —como defensa— muchos de ustedes mis lectores seguirán esperando una, dos o tres horas para meterse al agua después de comer.

¿O me equivoco?