8/12/2010

¿Cuántos sicarios se necesitan para cambiar un foco?

En estos momentos en los que comienza la ebullición del debate acerca de la legalización de las drogas (o, al menos, de la marihuana) surgen argumentos y contra-argumentos en los que la razón brilla por su ausencia.

La mayor parte de los que opinan, ya sea a favor o en contra de la “legalización”, basan sus argumentos ya sea en prejuicios o en malas interpretaciones. Y esto sucede porque no hay una base de datos confiable a la cual recurrir para sustentar los argumentos.

Existen tal multitud de estudios especializados —médicos, psicológicos, económicos, criminalísticos— acerca de las drogas, que resulta virtualmente imposible obtener una visión objetiva de la realidad, ya que muchas de sus conclusiones se anulan entre sí: algunos hablan de un aumento en el consumo en el caso que se legalicen las drogas, en tanto otros afirman lo contrario.

Unos dicen que el Gobierno obtendría una fuente extraordinaria de ingresos impositivos, en tanto otros señalan que bajaría tanto el precio que la ganancia fiscal sería insignificante… Así, cada aspecto del problema encuentra su contraparte.

Y eso en los Estados Unidos, donde la legalización o no de la marihuana no alteraría el desarrollo posterior de la nación. En el caso de México la cuestión acerca de la legalización es de vida o muerte, por el ingrediente de violencia del que carecen los gringos.

Debemos dejar que los gringos centren sus discusiones en los aspectos económicos y de salud pública de la legalización de la marihuana. Nosotros en México debemos abocarnos a la tarea de responder a una sola pregunta, que dejaré para el final.

Me explicaré. En México el narcotráfico tiene una larga historia, de poco más de 70 años. En todo ese tiempo es incalculable el número de toneladas de diferentes drogas que se han exportado, principalmente a los Estados Unidos.

Durante años, este ilícito tráfico se realizó en las sombras, como corresponde a toda actividad criminal que se precie de serlo. Ocasionalmente la violencia surgía aquí y allá, pero era una violencia focalizada, no sólo en ciudades como Culiacán o Tijuana, sino por el perfil de las víctimas: narcomenudistas, policías, soplones. Además, las ejecuciones tenían lugar la más de las veces en sitios apartados.

Regía una especie de “código mafioso” en las que se respetaba la vida de las mujeres y los niños de los narcos (había excepciones. En 1989, para vengarse del “Güero Palma”, Ramón Arellano Félix ordenó que arrojaran vivos a los hijos de éste desde un puente de 50 metros de altura mientras los garbaban. Creo que después le mandó la grabación junto con la cabeza cercenada de su esposa), así como se evitaba la muerte de civiles inocentes que nada tenían que ver en el asunto.

Como se ve, no era un mundo feliz precisamente, pero la mayor parte de la población en el país vivía en calma. Sin embargo, todo empezó a cambiar a finales de los años ochenta del siglo pasado, cuando los narcos mexicanos pasaron de servir como “puente” de la cocaína colombiana y se hicieron productores. A partir de entonces, todo fue cuesta abajo.

Los narcos empezaron a disputarse las plazas. Durante los años noventa y el principio del nuevo milenio, los cárteles luchaban por obtener las mejores rutas para el tráfico de drogas. Las guerras entre las bandas fueron encarnizadas, pero seguían limitándose a luchas entre ellos, sin incluir a la mayoría de la población civil. (¿Por qué los capos de la droga no se pusieron de acuerdo entre ellos en vez de iniciar una guerra por controlar las rutas? Porque los mexicanos somos así. Quizá por nuestra herencia española y árabe, aquí en México desconfiamos de las alianzas. No somos buenos para empezar sociedades, para trabajar con desconocidos. Preferimos la familia o el clan, la tribu).

Con todo y estas luchas intestinas, la mayoría de los mexicanos no consideraban al narco como una amenaza para el país. Hasta el 2004, sus preocupaciones eran otras. Pero fue a partir de ese año cuando el narcotráfico empezó a levantar su horrible cabeza.

Ya los cuerpos de los ejecutados no se pudrían en brechas rurales o en parajes abandonados sino que eran exhibidos en las calles y lugares públicos. Las balaceras empezaron a tener lugar en la vía pública a cualquier hora del día. Y empezaron a aparecer en el habla popular extraños términos como “levantón”, “encajuelado” y, sobre todo, “sicario”.

Fue tan súbito el cambio, tan descarado, que el presidente Felipe Calderón lo tomó como su principal reto. El resto es historia. Hasta ahora la cifra de muertos llega a los 30,000. El país entero está en pánico y ya ni el Chapulín Colorado parece capaz de defendernos.

¿Qué pasó? ¿Por qué de repente el narco decidió hacerse visible? Hipótesis hay muchas y yo no poseo la información suficiente para emitir alguna más. Sólo puedo especular.

En lo personal, creo que todo el problema actual es culpa de los gringos. No sólo consumen drogas en cantidades tales que los colocan en primer lugar a nivel mundial, sino que son muy paranoicos.

No se por qué nadie se ha dado cuenta de que los ataques terroristas a las Torres Gemelas en septiembre de 2001 y la crisis económica de 2008 afectaron a todo el mundo, incluyendo a los narcos mexicanos.

¿O acaso todos pensaron que los narcos mexicanos son tan poderosos que esos dos hechos no los iban a afectar? ¡Por supuesto que los afectaron! Y a tal grado, que los obligaron a levantar la cabeza.

El gringo promedio es más paranoico que Andrés Manuel López Obrador y en todos lados ve conspiraciones. Como para el gringo Estados Unidos es el mundo, a toda costa hay que protegerlo.

La protección de la frontera sur es una de sus principales preocupaciones (como si de la frontera con Canadá no podría penetrar ninguna amenaza) y la reforzaron como no tienen ni idea. Nunca he sido paranoico, pero estoy convencido de que los gringos son capaces de ver todo lo que cruza la frontera, aunque no lo anuncien a los cuatro vientos.

Sin embargo, comparten con el resto del mundo la propensión a la corrupción. Si alguien piensa que los mexicanos somos corruptos, los gringos nos dicen ¡quítate que ‘ai te voy!

Vigilan su frontera, sí, pero se hacen de la “vista gorda” cuando les conviene. Sin embargo, esto no significa que todo puede cruzar la frontera. Es un hecho que ésta se ha vuelto menos porosa, por lo menos en el sentido México-EUA.

Para los narcos esto significó que la tarea de cruzar la droga a los EUA se hiciera cada vez más difícil. Así que lucharon a brazo partido por las pocas rutas aún rentables. Por supuesto hubo quienes ganaron el control de dichas rutas. Así que los perdedores voltearon sus ojos al mercado interno.

El problema con ello es que los mexicanos somos muy proclives al “chupe” y al “cigarrito”, pero eso de las drogas no se nos da muy bien. Así que, aún cuando el consumo de drogas ha crecido de manera alarmante dentro de nuestro territorio (de acuerdo a nuestros estándares) la verdad que no ha sido en grado tal que compense a los narcos las pérdidas que han sufrido por no poder transportar su droga a los EUA.

Casi al final de ese período de cambio (que como todo, se lleva su tiempo) se presentó otra eventualidad que habría de sacudir al mundo entero: la crisis hipotecaria de los gringos.

Esto bajó aún más las potenciales ganancias de los narcos al tiempo en que se incrementaba su inquietud. El camino que escogieron fue el más lógico: extorsión, secuestro, piratería y trata de indocumentados. En otras palabras, dejaron de ser narcos al 100% y se convirtieron en bandidos que ocasionalmente transportan drogas.

Es entonces cuando “el narco” empieza a incidir en la vida cotidiana de los ciudadanos. Y para llevar a cabo su cometido, utilizan dos de sus armas más poderosas: el dinero y el sicario.

El narco ha corrompido a prácticamente todas las esferas del Gobierno y ciudadanas. No es tarea difícil a la hora de escoger entre los dos metales que te ofrece el narco: plata o plomo. La mayoría escoge la plata, aunque algunos valientes mexicanos escogen el plomo.

Y nadie maneja mejor el plomo que los “sicarios” (asesinos a sueldo). Y aquí llegamos al meollo de mi argumento.

El principal problema con los sicarios es que nadie sabe cuántos son. Los medios escritos y electrónicos, así como la “opinión pública” los cuentan por miles, en tanto el presidente Felipe Calderón se refirió a los sicarios (de manera torpe) como la “minoría ridícula”.

¿Quién tiene la razón: todo el mundo o el presidente Calderón?

Yo me inclino por Calderón, aunque me parece estúpido haberlos llamado “ridículos”. Los sicarios pueden ser cualquier cosa, menos ridículos.

En fin… ¿Por qué comparto con el presidente la idea de que es una minoría la que mantiene en vilo a nuestro querido México?

Hay varios hechos que apuntan en esa dirección: La captura de tres sicarios en Monterrey en los primeros meses de 2009; el “rescate” de 53 reos (la mayoría sicarios) de un penal de Zacatecas también en 2009; los sicarios que eran reos de día y asesinos de noche en el penal de Gómez Palacio, Durango y la reciente muerte del capo Ignacio “Nacho” Coronel.

Entre tantas noticias relacionadas con el narco, no recuerdo exactamente cuándo fueron capturados en Monterrey esos tres sicarios. Ni siquiera recuerdo a qué cártel pertenecían. Lo que sí recuerdo que me llamó mucho la atención en ese momento fue que entre los tres sicarios acumulaban un total de casi doscientos asesinatos. Cada uno de ellos tenía un promedio de 63 muertos.

¿Qué nos indica esto? Que dentro del universo de “los malos” no son muchos que tienen la sangre fría y la falta de escrúpulos necesarios para matar a alguien. Muchos, quizá miles, están involucrados en el negocio del narco, pero sólo unos pocos asesinan.

Y esto puede extrapolarse a la población en general. Aún y cuando muchos afirman que la falta de oportunidades de empleo, pobreza y desigualdad económica es lo que lleva a los jóvenes a convertirse en asesinos a sueldo, la verdad es que no es cierto.

México ha estado sumido en repetidas crisis económicas desde los años setentas del siglo pasado y éstas nunca se han convertido en una fuente de asesinos. Si así fuera, ¿por qué se rescataron a esos 53 reos de la cárcel de Zacatecas? Sencillamente, porque no había quiénes los suplieran. Ni entre tantas pandillas pudieron encontrar a 53 nuevos sicarios.

Las masacres de Torreón, que parecían retratar el terrible poder de los sicarios, fueron llevadas a cabo no por nuevos sicarios, sino por unos sicarios que ya estaban presos (esto sólo ocurre en México). Traducción: no tenemos más sicarios, así que utilizamos a los mismos repartiendo plata.

Por último, Ignacio “Nacho” Coronel murió en un enfrentamiento con el ejército junto con un sobrino suyo. Su escolta sobrevivió y fue aprehendido. “Nacho” Coronel mantenía un perfil bajo, lo cual significa que no andaba por ahí rodeado de escoltas ni tenía a su cargo a un gran número de sicarios.

No era ningún santo, por supuesto. Sólo que él se dedicaba a lo que mejor sabía hacer: el tráfico de drogas. Metanfetaminas. Y cuando te dedicas exclusivamente al tráfico de drogas no necesitas más que un puñado de sicarios. Y estos se dedican a lo suyo: sirven para intimidar a los rivales y para proteger a su jefe.

Esos sicarios que “levantan”, extorsionan, roban y secuestran a ciudadanos comunes, poco (y a veces nada) tienen que ver con el tráfico de drogas. Llámenlos oportunistas o bandidos, da igual. Esos son los que tienen a México secuestrado. Si queremos ganar la guerra, a ellos son los que hay que perseguir y eliminar.

Pregunta: ¿Cuántos sicarios se necesitan para cambiar un foco?

Respuesta: Ninguno, porque el foco es nuestro.

El día en que todos los mexicanos nos unamos para cambiar el foco habremos ganado.

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