10/19/2010

¡Quiero creer!

I want to believe”. Así rezaba el poster que el agente Fox Mulder tenía en su oficina. Por supuesto, no se podía esperar otra cosa de un agente del FBI que se gastaba el dinero de los contribuyentes investigando a extraterrestres, fantasmas o chupacabras en vez de usar ese dinero para ayudar a atrapar a defraudadores, asesinos o ladrones. 

Aún y cuando los tiempos de los X-Files ya quedaron atrás y el agente especial Mulder fue despedido por incompetente cuando intentó engañar a sus superiores, exhibiendo ante ellos un plato de pasta italiana a medio comer como prueba irrefutable de que hay extraterrestres que comen carbohidratos (lo cual, según él, explicaba la conocida obsesión de los OVNIS por los cultivos de trigo) el mensaje de aquél poster está más vigente que nunca. 

La gente quiere creer; quieren quitarse de encima esa realidad cotidiana que amenaza con volverlos locos. Por eso están dispuestos a todo. Hasta dejarse engañar. 

En ningún otro lugar esto es más patente que en la televisión. Es por este medio electrónico que personas sin escrúpulos se aprovechan de ese deseo insano de la gente por creer. 

Los ejemplos abundan, pero los peores los encontramos en los comerciales de productos para bajar de peso, medicinales y de cosmética. Si no fuera porque están diseñados para incautos hasta resultarían graciosos. 

Empecemos por los productos maravillosos para bajar de peso. Barriendo bajo la alfombra toda evidencia empírica, lo primero que prometen es que para bajar de peso no es necesario dejar de comer, seguir un régimen engorroso ni hacer ejercicio. Basta con que te tomes una píldora o te untes una crema para que empieces a perder peso. ¡Hasta catorce kilos en dos semanas! ¡Hasta dos tallas menos en treinta minutos! 

Ya que atrajeron tu atención con la promesa de que no vas a poner ningún esfuerzo de tu parte, te presentan supuestas experiencias reales de personas que siguieron el tratamiento. No importa que en las fotografías se vea el trabajo de photoshop, o que las fotos que te presentan como el “antes” sean de cuando las modelos estuvieron embarazadas. 

Lo importante son sus vivencias, el relato de cómo sufrían cuando estaban gordas y lo maravilloso que es estar delgadas. Por supuesto, para que no creas que te estén mintiendo, ahí está un actor vistiendo una bata de médico genuina que avala todo lo que dicen las modelos. 

El ejemplo más descarado de charlatanería en cuanto a remedios para bajar de peso es el de un anillo (sí, un anillo) que simplemente tienes que lucir en tu mano para bajar quién sabe cuántos kilos en muy poco tiempo. Aquí tampoco tienes que dejar de comer ni nada tonto por el estilo, sólo colocar el anillo milagroso y listo. (El único tipo de anillo del que se podría decir que sí causa un efecto en el peso corporal, a largo plazo, es el llamado anillo de compromiso. Sin embargo, por lo general el efecto causado en ambos cónyuges es el de un aumento de peso, no una disminución, y no hay ningún sustento científico para considerar al anillo en sí mismo como la causa). 

Por supuesto, no todo el mundo busca el camino más fácil. Hay quienes desean poner de su parte un esfuerzo. Como no podía ser de otra manera, para estas personas activas existen los aparatos de gimnasia. 

Estos vienen en todas las formas y tamaños, aunque por lo general siguen los criterios de diseño que estableció el Marqués de Sade. Porque más que aparatos gimnásticos, parecen aparatos de tortura aunque, eso sí, con acabados de cromo y negro mate. 

Un paréntesis: la gran cantidad de aparatos gimnásticos que anuncian actualmente me lleva a preguntar, ¿qué pasó con aquellos cursos de aerobics tan populares en los años ochentas y noventas del siglo pasado? ¿Por qué ya no se anuncian cursos de pilates, spinning o tantos otros tipos de ejercicio que inundaban la barra de infomerciales? 

¿Acaso la gente ha olvidado que la cuestión del cuidado personal es algo de cada quién, que implica esfuerzos y sacrificio? Al parecer es así: ahora la culpa la tienen los fabricantes de productos chatarra, la mercadotecnia, el gobierno… 

Volviendo al punto: lo extraño de estos aparatos gimnásticos es que ninguno de ellos sirve para ejercitar todo el cuerpo, sino que todos parecen enfocarse únicamente al área torácica. Aparentemente, el tener un vientre plano es el punto culminante de una buena figura. 

No estoy defendiendo aquí aquellas barrigas prominentes que hacen parecer a todos (ellas y ellos) como si estuvieran de ocho meses de embarazo, pero se me hace una exageración el pretender tener un vientre como el llamado “de lavadero”. 

Este vientre “de lavadero” es el último fetiche de la moda masculina. Y los publicistas lo saben. Por eso vemos a los protagonistas masculinos de películas de adolescentes como Crepúsculo quitarse la camisa a la menor provocación, aún y cuando no guarde relación con la trama; o tenemos al idiota ese de la zombiserie de Jersey Shore en MTV que está tan enajenado con su vientre “de lavadero” que lo bautizó como “the situation”. 

¡A duras penas tiene una sinapsis y el tipo se la pasa presumiendo de “the situation”! Según él, las personas lo detienen en la calle para sacarse fotos y pedirle autógrafos, ya que están fascinados con “the situation”. (Aclaración: nunca he visto un programa de Jersey Shore. Lo dicho lo he sabido por comentarios que he oído. Sin embargo, pronto me voy a dedicar a investigar más a fondo lo de los llamados Reality Shows, ya que quiero escribir del tema). 

Por supuesto, también hay muchas personas a las que no les interesa el bajar de peso o mejorar su figura. Lo que realmente les interesa (y preocupa) es su salud. Afortunadamente para ellos, existe una gran oferta de productos “medicinales” que prometen curar cualquier enfermedad. Cualquiera. 

Está demostrado que la estupidez humana no tiene límites. Sin embargo, aún las personas más crédulas tienen un nivel, aunque sea homeopático, de escepticismo. Cuando se trata de su propia salud, éste nivel de escepticismo es un poco más elevado que al decidir comprar un producto reductor de peso o un aparato para abdominales. 

La manera que tienen los charlatanes de salvar este engorroso obstáculo es el de poner la palabra Natural en sus productos. Cuando a una persona le dicen que un producto es natural están dispuestos a tragarse cualquier cosa. Cualquiera. 

Claro, no importa que un volcán activo sea natural o que los dientes de un tiburón sean también naturales: la palabra natural actúa como un ábrete sésamo universal. 

Así tenemos al ¡fabuloso Hongo Rojo Michoacano! (de origen natural, por supuesto) que sirve para curar enfermedades del hígado, riñón, páncreas, corazón, hipertensión, insomnio, diabetes, gastritis, úlceras, hasta caspa! Y como ese hongo michoacano tan bueno tenemos decenas de productos milagro a nuestra disposición, siendo anunciados impunemente ante un auditorio que lo que ansía es creer. 

Alguien me podría decir que las personas tienen todo el derecho del mundo de creer lo que les plazca. A estos les contestaría que tienen razón: que cada quién crea en lo que quiera. 

Pero no me digan que existe un anillo para bajar de peso. Porque, ¿saben qué? No existe.

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