6/03/2010

Quinceañeras de bigote y barba

¡Libertad, Igualdad, Fraternidad! Ese fue el clamor que brotó en la Revolución Francesa y que resumía en esas tres palabras el más grande de los deseos humanos. Por desgracia, 221 años después de iniciada la revolución, ese clamor sigue siendo lo mismo: un deseo.

El problema surge por la indefinición de Libertad y la mala interpretación de Igualdad, lo que nos lleva al fracaso para alcanzar algún día la Fraternidad.

La palabra libertad es quizá la única palabra que escapa a toda definición. Y no es porque carezca de significado, sino al contrario, porque tiene un exceso de significados. Lo que unos consideran libertad, otros lo consideran opresión. Y no sólo eso, sino que cuando nos topamos con la palabra libertad y queremos definirla tenemos que preguntarnos ¿Libertad de qué? ¿Libertad de quién? ¿Libertad para qué?

Sin embargo, para efectos prácticos, podemos utilizar aquí el significado de libertad que se le da en el sistema de gobierno que más se acerca al ideal revolucionario: la democracia.

Como ya lo comenté antes en “La democracia apesta” (archivo de estas crónicas de abril de 2008) la democracia adolece de dos grandes defectos: sólo es eficaz cuando la población no rebasa unos cuantos miles de individuos y da igual valor a individuos muy diferentes.

Este ideal igualitario de la democracia, además de utópico, ha ocasionado que el concepto sea mal interpretado, ya que la única igualdad a la que podemos (y debemos) aspirar es a la igualdad ante la ley.

Fuera de esta acepción, el concepto de igualdad se vuelve tan elusivo como el de la libertad. ¿Porque, qué criterio hemos de utilizar para definir la igualdad? ¿La raza? ¿La religión? ¿El nivel económico? Escojamos cualquiera de estos criterios y automáticamente estaremos creando una diferencia.

Sin embargo, como vivimos en un sistema democrático, la gente sigue aferrada a la idea de que todos somos “iguales” y por lo tanto tenemos los mismos derechos (¿por qué nunca se oye a la gente hablar de obligaciones?).

Todo lo anterior no ha sido más que una introducción para intentar explicar el dilema al que me enfrento: ¿el derecho a la libertad de expresión debe incluir o no el derecho a opinar?

Este dilema se originó por una costumbre que he adquirido al leer las noticias o artículos de los periódicos y revistas en línea: leo además los comentarios de los lectores. Y créanme, muchas veces añoro regresar al viejo estilo de lectura.

En aquellos tiempos (unos cuantos años nada más) la lectura de los medios escritos tenía un carácter íntimo. Eran sólo el lector pasivo y el mensaje. La noticia o artículo se recibía y se asimilaba, según la idiosincrasia de cada quien.

Por ejemplo, si algún artículo del periódico causaba un gran impacto en el lector, este sólo tenía dos medios para expresar su parecer: comentarlo en el reducido círculo de sus amigos y conocidos o escribir una “carta al editor” con la esperanza que su opinión fuera publicada en el periódico y así llegar a un número más amplio de audiencia.

Internet cambió todo eso. En su afán por lograr atraer lectores a sus versiones electrónicas, los periódicos y revistas abrieron espacios específicos para que los lectores pudieran opinar. Estos espacios se llaman “foros” o simplemente “comentarios” y todos operan de manera similar: el lector (que por lo general tiene que estar suscrito al periódico o revista) se da de alta con unos cuantos datos y ¡listo! ya puede expresar su parecer y ser leído por otros.

No todo el mundo se ha dado cuenta de lo revolucionario que fue esto de convertir al lector pasivo en un lector activo. Los mismos medios ignoraban que con este “ingenioso” truco de mercadotecnia no sólo estaban atrayendo a lectores interesados en ser escuchados, sino que involuntariamente habían abierto la caja de Pandora.

(Breviario cultural: En la mitología griega, Pandora fue la primera mujer, hecha por orden de Zeus como parte de un castigo a Prometeo por haber revelado a la humanidad el secreto del fuego. Además, Prometeo decidió también robar las semillas de Helios a los dioses y entregárselas a los hombres para que pudieran comer y hacer otras tareas culinarias.

Zeus enfureció y ordenó la creación de la mujer, que fue llenada de virtudes por diferentes dioses. Prometeo advirtió a su hermano Epimeteo no aceptar ningún regalo de los dioses, pero Epimeteo no lo escuchó y aceptó a Pandora, enamorándose de ella y tomándola como esposa.

Hasta entonces, los hombres habían vivido de forma armoniosa en el mundo, pero Pandora abrió el ánfora que contenía todos los males (la expresión “caja de Pandora” en lugar de jarra o ánfora es una deformación renacentista) liberando todas las desgracias humanas (la vejez, la enfermedad, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la plaga, la tristeza, la pobreza, el crimen). Pandora cerró el ánfora justo antes de que la esperanza saliera. [Wikipedia]

Como se ve, con Pandora los griegos se inventaron primero a Eva. Se nota que eso de estar echándole la culpa a la mujer de todo lo malo que pasa en el mundo viene desde muy atrás).

Pero volviendo al tema: El error que cometieron los medios electrónicos (el único error, por cierto) al abrir espacios para que los lectores dieran su opinión, fue el de no tomar en cuenta el factor potencialmente perverso del anonimato.

El anonimato es uno de los más grandes problemas de Internet. Literalmente, son millones de personas las que se esconden detrás de una dirección de correo electrónico, pagina web o seudónimo. Aunque la gran mayoría de los anónimos son inocuos, existe un gran número de personas no cuantificado que utiliza el anonimato para fines sospechosos o francamente ilícitos.

La fuerza tras el fenómeno de los “foros” de opinión de los usuarios ha sido precisamente el anonimato. Individuos que a duras penas respondían “¡presente!” a la hora de pasar lista en el salón, ahora se muestran implacables al expresar sus “opiniones” en un foro electrónico.

Escudados tras un seudónimo (generalmente ridículo) los “opinadores” vierten su invectiva prácticamente en todos los temas habidos, aunque estos escapen por completo no sólo de su experiencia, sino también de sus conocimientos.

Por supuesto, no todos los que opinan en un foro carecen de fundamento sobre lo que están opinando. Hay muchos “foristas” que no sólo proporcionan puntos de vista novedosos, sino que enriquecen el tema o hecho tratado. Saben de lo que hablan, aportan datos, reflexionan, argumentan, responden a cuestionamientos… En fin, todo lo que se supone debe hacerse en un foro.

Según he observado en los foros de los periódicos y revistas que visito regularmente, tanto mexicanos como extranjeros (en la sección “Enlaces recomendados” pueden encontrar un enlace al Arts & Letters Daily) me he encontrado con varios tipos de “opinadores”, los que podría clasificar como sigue:

Casuales: Son los más comunes, aquí y en el extranjero. Por lo general no participan en los foros, sólo los leen. Pero un buen día se topan con algún comentario que los impresiona y súbitamente se dan cuenta de que ellos pagaron una suscripción y piensan que ello les da el derecho a también opinar. Sus comentarios suelen ser del tipo: “Estoy de acuerdo en que la ley tal o cual debe ser revisada”. No aportan nada nuevo. Sólo establecen su parecer.

Chistosos”: Nunca faltan. No importa si lo que se comenta es una tragedia o se trata de algo sin la mayor importancia: ellos lo que buscan es movernos a risa. El problema con esto es que (salvo en algunas ocasiones muy esporádicas) sus comentarios, más que “graciosos” resultan “grotescos”. No habían pasado más que unas horas desde que la PGR calificara la muerte de la niña Paulette como accidental, cuando ya los foros estaban repletos de chistes sobre “colchones asesinos” y “sábanas encubridoras”. Lo peor de todo era que se repetía lo mismo en todos lados y cada uno de los “chistosos” creía tener la primicia del chiste.

Dogmáticos”: A estos se les puede llamar también “fanáticos”. Tienen una única causa en su cerebro (ya sea política, artística, deportiva o religiosa) y se lanzan contra todo lo que consideren un ataque para su causa. No tienen piedad alguna para con sus “enemigos” y se muestran intolerantes. Aunque no se puede generalizar, por lo común pertenecen al extremo izquierdo de la política o a alguna asociación religiosa.

Enterados”: Estos son los que dicen conocer algo que el resto del mundo ignora. Siempre tienen un conocido dentro de alguna institución involucrada o te refieren a alguna oscura dirección de Internet en donde se guarda la “verdad”.

Paranoicos”: Son más comunes en Estados Unidos, pero no faltan nunca en otros lugares. Todo lo que se comenta forma parte de una conspiración, ya sea del Gobierno, la Industria o cualquier otra cosa. Un comentario típico de estos te remite a un enlace en YouTube en el que “puede verse cómo el chofer de JFK se voltea y le dispara”.

Incondicionales”: Aunque parezca mentira, hay quienes se levantan de madrugada sólo para ser los primeros en poner sus comentarios. Por lo general escriben en sólo un periódico o revista en línea (aunque a veces puede que se les encuentre en varios) y se adaptan a la línea editorial. Son como arañas esperando a sus víctimas en el centro de su red.

Cofradías”: Estas se forman entre los incondicionales. Alguno de ellos es el líder y tiene sus esbirros. Juntos defienden un punto de vista o atacan a otras cofradías. Se saludan entre ellos o se insultan mutuamente. (Aunque parezca extraño, algunos de los mejores debates provienen de estos intercambios).

Ingenuos”: Son los cándidos que piensan que los foros son el medio ideal para expresar su opinión y sumarla a lo que creen será conocida posteriormente como “la opinión pública”, capaz de cambiar políticas y alterar el rumbo de la Historia. Para una cofradía no hay un bocado más apetitoso que uno de estos ingenuos.

Imbéciles”: Pululan en los foros. No sería exagerado considerar que un 80% de los que escriben sus comentarios en los foros son imbéciles funcionales. No sólo escriben con mala ortografía, sino que tergiversan declaraciones, adaptan los argumentos a su parecer, carecen de educación, son groseros y no saben discutir. Por desgracia, son los imbéciles los que realmente forman eso que se llama “opinión pública”.

Se pueden hacer más clasificaciones, pero no tendría sentido. Lo importante aquí es señalar que los foros, además de que no cumplen el propósito para el que fueron creados (o sea, el servir como un espacio en donde se pueden expresar opiniones particulares para compartir y debatir diferentes puntos de vista) se han convertido en verdaderos divanes virtuales en los que la gente escupe sus frustraciones y resentimientos.

Por supuesto, como comenté antes, existen personas que sí entienden lo valioso que puede resultar su opinión en un foro. Así que no es de extrañar el saber que entre más se eleva uno de la nota periodística o del comentario de la farándula y entra al ámbito del reportaje de fondo, del ensayo o del blog serio, el nivel de debate puede llegar a alcanzar un nivel exquisito.

Pero mientras tanto, como la mayoría de la gente se queda en el nivel más bajo, los foros se asemejan más a una alocada fiesta preparada por invisibles quinceañeras que lucen bigote y barba.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario