5/27/2010

La cucaracha

¡Legalicen las drogas! Este es un clamor que se escucha cada vez con más fuerza en ambos lados de la frontera. Cada día son más las personas (sobre todo en los Estados Unidos) que apoyan la iniciativa de legalizar las drogas, empezando por la marihuana.

En México, es la violencia la que le da fuerza al argumento pro-legalización. Dado que el uso de drogas está prohibido —se argumenta— esto encarece el producto y es un incentivo muy grande para los criminales. Si se legalizara su uso, las drogas bajarían de precio y ya no serían un negocio tan atractivo, lo cual se traducirá en la desaparición de la violencia. Además, según los entendidos, la marihuana representa cerca del 40% de los ingresos de los cárteles de la droga.

En los EEUU, por su parte, es la libertad individual la que da fuerza al argumento, el cual se puede expresar de la siguiente forma: “Toda persona adulta es libre de usar su cuerpo de la manera que mejor le parezca, incluido el tomar drogas, siempre y cuando no vulnere los derechos de terceros”. (Aún y cuando por principios estoy totalmente de acuerdo con este argumento, difícilmente se puede concebir algo más opuesto a la libertad que engancharse a alguna droga, la que sea).

Las diferencias no terminan ahí. Mientras la gran mayoría de los mexicanos consideran a la marihuana como una droga realmente nociva —popularmente se les llama “marihuanos” a todos aquellos que presentan un estado mental alterado que no sea producto de la ingesta de alcohol— para los gringos (utilizo este término por cuestiones de brevedad) la marihuana “It’s just a plant that makes you giggle and eat junk food”, o sea, es sólo una planta que te hace reír y comer comida chatarra.

¿Quién tiene la razón, los gringos o los mexicanos? Como en todos los asuntos complejos (y pocos asuntos son tan complejos como el de las drogas) ambos pueblos tienen sólo parte de razón. Y esto se debe a que sus argumentaciones se basan en gran parte en lo que los gringos llaman “wishful thinking” y los mexicanos “ilusiones”.

Empecemos con los puntos de vista de los gringos, que son los principales promotores de la legalización de la marihuana.

Limos & Pot:

Como todos los pueblos, los gringos tienen sus ideas fetiche. Para ellos no hay nada que supere en elegancia al viajar en una limosina, ni mayor expresión de rebelión que fumar marihuana.

La primera de estas ideas se halla íntimamente ligada con una noción muy USA: “entre más grande, mejor”. Esto los ha llevado a erigir rascacielos enormes, construir anchas autopistas y, en general, a realizar portentosas obras de ingeniería. Pero también ha ocasionado las gigantescas porciones de comida que sirven en los restaurantes (y que afectan la salud de sus ciudadanos) y el derroche de energía para operar vehículos extravagantes, como los “Hummer” (que tuvieron que vender a los chinos) o estructuras enormes, como los casinos de Las Vegas.

La idea de la rebelión al establishment al fumar marihuana les viene desde los años sesenta del siglo pasado, cuando surge el llamado movimiento “hippie” como una reacción a la guerra de Vietnam. Estos también fueron los años de la lucha por los derechos civiles, del asesinato de JFK, la liberación sexual y de la guerra fría con los rusos. Posteriormente fueron superados estas luchas y estos miedos (o más bien se cambiaron por otras luchas y otros miedos), pero la idea de rebelarse fumando marihuana se quedó.

Vista de cerca, esta “rebelión” se adapta perfectamente a la forma de ser de los gringos. Es muy individualista, se realiza en forma privada y no ataca o amenaza a las Instituciones. En otras palabras, es cualquier cosa menos una rebelión.

Que esto es verdad puede comprobarse fácilmente, ya que estudios recientes muestran que el grupo de edad que muestra el mayor incremento en consumo es el de los llamados “baby boomers”: De acuerdo a un estudio de 2007 publicado por la Encuesta Nacional de Uso de Drogas y Salud de los EEUU, casi el 6% de todos los adultos de entre 50 y 59 años dijeron haber fumado marihuana el año anterior.

Si hasta los abuelos se suben al “pot train” no debe de sorprendernos que el asunto de la legalización esté tan candente en los Estados Unidos actualmente. Menos sorprendente aun es el hecho de que el estado de California es el que lidera los esfuerzos de legalización de la marihuana. Para el próximo mes de noviembre se espera una votación sobre la legalización que puede resultar crucial para el futuro de la droga en los Estados Unidos y, por ende, en México.

California tiene una tradición liberal y enfrenta serios problemas de presupuesto. Estas dos características han hecho del estado el motor principal de los esfuerzos pro-legalización.

Fue precisamente en el estado de California donde se dio el primer paso importante: en 1996 se legalizó el consumo de la marihuana con fines medicinales (actualmente son 13 los estados que siguen el ejemplo de California). Este ha sido el principal argumento que han esgrimido los activistas pro-legalización: la marihuana cura.

Para tal efecto se abrieron dispensarios médicos de la hierba en donde, previa presentación de receta médica, ya se podía conseguir legalmente la marihuana. Sin embargo, la ley del estado de California es muy vaga: dice que los pacientes pueden usar, sembrar o comprar marihuana con fines medicinales, pero no autoriza específicamente a nadie para empezar un negocio de marihuana. Esto hizo que de los aproximadamente 1,000 dispensarios que se abrieron (¡tan sólo en el condado de Los Ángeles!) desde 2002 hoy estén amenazados por los gobiernos locales, que están argumentando que la ley sólo permite negocios sin fines de lucro.

Lucro. Este concepto es el que últimamente la ha dado un gran impulso al proceso de legalización en los EEUU. Para nadie es un secreto que los gringos (como el resto del mundo) aún están lejos de recuperarse de la terrible crisis financiera de 2009 y que el estado de California es uno de los más afectados.

Así que, ¿por qué no legalizar la marihuana? De esta manera se puede controlar su uso y con ello obtener ingresos por medio de impuestos. Al legalizar la marihuana, todos salen ganando.

¿Dónde está la falla, pues? ¿Dónde el wishful thinking que mencioné en un principio?

Como todas las propuestas, la legalización de la marihuana se ve muy bien en papel. Pero la realidad nos muestra otra cosa. Analicemos separadamente los dos argumentos principales del bando pro-legalización en los Estados Unidos:

No voy a discutir aquí los efectos terapéuticos de la marihuana. Han salido un sinnúmero de estudios que apoyan sus beneficios médicos. Sin embargo, dichos beneficios han sido muy exagerados por los del bando pro-legalización.

Cualquiera que haya oído hablar a un activista pro-legalización de las bondades curativas de la marihuana se dará cuenta de ello. Hasta parece que nos tratan de vender una de esas “medicinas milagro” que anuncian en la televisión (mi favorita es el “Secretagoge”, que se supone tiene que ver con la hormona del crecimiento y que sirve para curar el hígado, bajar el nivel del colesterol, retardar el envejecimiento, controlar la diabetes, ¡las canas! y quién sabe para cuántas cosas más) y que no tienen siquiera efectos secundarios.

Además, te dicen cosas como: “La marihuana no causa adicción”. “Nadie ha muerto nunca de una sobredosis de marihuana”. “El humo de la marihuana no es cancerígeno”. (Adivine el lector cuál de estas tres aseveraciones es la única verdadera).

Con tantas bondades medicinales de la marihuana uno se pregunta el por qué no la incluyen como complemento a los desayunos escolares.

Por otro lado, algo que ha demostrado la práctica de los dispensarios de marihuana para uso terapéutico es que el esquema se presta a abusos. Aunque sí hay personas que realmente necesitan de la marihuana para aliviar sus dolencias, existe un gran número de usuarios totalmente sanos que se aprovechan de la situación.

Para esto cuentan con decenas de “doctores” que por una módica cantidad de dinero recetan la milagrosa droga. “Pacientes” a los que “les duele aquí atrás de la rodilla” o que “sienten una especie de náusea o mareo cuando suben a un bote” llegan al dispensario y obtienen la dosis necesaria para “curarse”.

En lo que respecta al lado económico del asunto, todavía está por verse cómo y quiénes podrían obtener las ganancias. En lo que se presenta como una auténtica pesadilla para los liberales, se dice que las compañías tabacaleras también quieren su parte del pastel y están comprando parcelas para una eventual siembra de marihuana. Y tal vez suceda que las grandes compañías farmacéuticas también decidieran invertir en el desarrollo de nuevos fármacos que utilicen a la marihuana como principio activo (¿Se imaginan el dilema ético de un liberal ante estos movimientos económicamente razonables de sus archi-enemigos?).

En la cuestión de los impuestos a la marihuana (los cuales según sus promotores salvaría no sólo al estado de California, sino a todo el país) la cosa no se presenta menos complicada. Porque, ¿cómo gravar la marihuana?

Si se legalizara la hierba, como siempre han soñado millones de gringos marihuanos, y cada quien pudiera sembrar su marihuana para auto consumo, ¿por qué tendrían que pagar un impuesto?

Ahora bien, supongamos que sembrar hierba para auto consumo no fuera permitido. ¿Cómo gravaría el Gobierno a la marihuana? ¿Un impuesto especial como a las drogas permitidas, alcohol y tabaco? Cualquiera sabe que estos impuestos se clasifican de especiales porque llevan un ingrediente de sobre costo, supuestamente con el fin de desincentivar el consumo o cubrir “costos” por los problemas de salud derivados de su consumo.

Tomemos de ejemplo el impuesto a los cigarrillos en Estados Unidos. El impuesto federal es de $1.01 dólares por cajetilla, mientras el impuesto promedio estatal es de $1.34 por cajetilla.

Como cada estado establece su propia tasa impositiva, la cual se suma al impuesto federal, se crean serias distorsiones. Mientras el estado de Rhode Island tiene el impuesto más alto por cajetilla: $3.46, el estado de Carolina del Sur tiene el más bajo: 7 centavos. Esto hace que los fumadores busquen comprar sus cigarrillos en los estados más baratos o que acudan a los contrabandistas. (En los EEUU se calcula que hay unos 46 millones de fumadores, los cuales en su mayor parte son gentes de ingresos bajos a moderados, y un cuarto de estos fumadores están bajo la línea de pobreza).

Y si esto pasa con el tabaco, ¿alguien en su sano juicio consideraría que con la marihuana sería diferente?

Fuego cruzado:

En México, para variar, la situación es más complicada que la de los gringos. Aquí no sólo se ha visto un incremento en la adicción a las drogas, sino que la violencia generada por el tráfico de drogas ha llegado a extremos insospechados.

Ante la aparente incapacidad de las autoridades por contener la violencia, cada vez más mexicanos —incluidos un ex presidente e intelectuales— se suman al clamor de legalizar la marihuana.

Como siempre que se quiere apoyar una causa, los proponentes de la legalización basan sus argumentos en las experiencias de Holanda y, más recientemente, Portugal.

Todo el mundo sabe que en estas dos naciones europeas se ha avanzado más que nadie en la cuestión de la legalización de la marihuana (en Portugal incluso se han legalizado otras drogas más “duras”). En ambas naciones se habla de un éxito rotundo, ya que al parecer el consumo de drogas no se ha disparado y la violencia asociada a las drogas se ha reducido drásticamente.

Sin embargo, tomar las experiencias holandesa o portuguesa como ejemplos a seguir no tiene mucho sentido en el caso de México.

El problema no está, como muchos piensan, en que esas dos naciones europeas tienen una cultura diferente de la nuestra. Por supuesto que las diferencias culturales entre Europa y México cuentan, pero no está ahí la clave.

La clave es que esas dos naciones europeas son consumidoras y no productoras, como es el caso de México.

Una queja muy común que se oye en México es que el por qué no se capturan narcos en los Estados Unidos. ¿Qué no hay narcos allá? ¡Por supuesto que hay narcos en los EEUU! No sólo hay muchos más narcos en los EEUU que en México, sino que, según estimaciones de la Casa Blanca, noventa centavos de cada dólar producto del narcotráfico se quedan en los Estados Unidos. ¿Entonces?

Entonces resulta que lo que pasa es que Estados Unidos también es un país consumidor, como Holanda y Portugal. Y en los países consumidores la violencia derivada del narco es muy diferente a la de un país productor como México, o como Colombia.

En esos países consumidores la mayor parte de los delitos narcos tienen que ver con daños a la propiedad, asaltos con violencia o robos perpetuados por adictos. El crimen organizado se realiza en las sombras. Los sobornos se reparten a todos los niveles del gobierno y de la sociedad. Los territorios se negocian entre bandas. La violencia existe, pero esta se lleva a cabo en parajes aislados o en callejones oscuros. Los cadáveres desaparecen, no se exhiben.

La violencia que padecemos en México actualmente tiene que ver (además de ser un país productor) con la crisis económica en los EEUU y con las acciones que ha emprendido el gobierno contra el narco.

Como todo el mundo, los narcos también han sufrido con la crisis económica global. No son inmunes ante la pérdida del poder adquisitivo que han tenido los gringos. Además, con la paranoia que se cargan nuestros vecinos del norte, cada día se hace más difícil traficar la droga hacia ese país.

Y como el mercado interno (aunque ha crecido) no alcanza para absorber la droga que no se puede cruzar por la frontera, entonces los narcos tuvieron que diversificar sus acciones. De ahí los secuestros y las extorsiones, los robos de vehículos, la piratería.

El narcotráfico en México tiene una larga historia. No es un fenómeno nuevo. Tampoco es producto de la falta de oportunidades, bajo nivel de educación, desigualdades sociales o crisis económicas internas. México siempre ha tenido esos factores presentes. Y estos han sido casi una constante en los últimos 35 años.

Aunque pueda sonar extraño, en sí mismo el narcotráfico no es un negocio violento (con esto me refiero a la violencia contra la población civil que vemos actualmente).

Durante los años setenta, ochenta y noventa del siglo pasado y hasta los primeros cinco años del presente siglo, el negocio del narcotráfico estuvo presente en la vida nacional. Y salvo algunas zonas como Culiacán, Sinaloa y Tijuana, Baja California, en donde el narco era una actividad casi se podría decir “cotidiana”, en el resto de los estados mexicanos ni nos enterábamos que enormes cantidades de drogas eran transportadas a los EEUU.

Por último, aunque la mayoría de los mexicanos no lo aceptan, las acciones del gobierno sí han tenido un fuerte impacto en las organizaciones criminales. Es mentira eso de que si cae un capo, otro ocupa de inmediato su lugar. Literalmente puede ser cierto, pero en la práctica aún entre los narcos hay gentes capaces y gentes que no lo son.

No me meto a especular qué pasaría en México si se legalizara la marihuana y el Gobierno se propusiera gravarla con un impuesto. Esto porque en el México actual es muy difícil definir al crimen organizado. ¿Quiénes lo conforman?: ¿Los narcos y secuestradores? ¿Los diputados y senadores? (La respuesta la dejo abierta al lector).

Por lo que hemos comentado hasta aquí podemos concluir que legalizar la marihuana no es la panacea que todo el mundo (o muchos, al menos) espera. Es posible que la legalización traiga consigo algunos beneficios, pero que éstos superen a los actuales problemas…

Y eso que no hablamos de lo que los narcos (los de aquí y los de Estados Unidos) harían en caso que la marihuana fuera legalizada.

Una cosa es cierta: no se quedarían cruzados de brazos viendo como otros les arrebatan su negocio, cantando aquella vieja canción que dice:

“La cucaracha, la cucaracha/

ya no puede caminar/

Porque le falta, porque no tiene/

marihuana que fumar…/

13 comentarios:

  1. Anónimo6:07 p.m.

    Siempre en todo lo que se relaciona con el poder, y más aún si se trata de poder económico, los gobiernos o la mayor parte de ellos están involucrados.

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