6/11/2010

Inventos malditos

Japón es el único lugar del mundo donde hay saludadores profesionales. Algunas tiendas tienen empleados cuyo único trabajo consiste en recibirte con una reverencia cuando traspasas sus puertas. Parece un buen detalle de su parte, hasta que recuerdas que un karateka también te hace una reverencia antes de molerte a patadas.

Hoy voy a reseñar dos inventos que, para mí, se encuentran entre los más abominables concebidos jamás por mente humana. Y resulta que ambos son inventos japoneses.

Esto puede ser casualidad, ya que en lo personal no tengo nada contra los japoneses. Me parecen un pueblo amable y laborioso. Sin embargo, sus constantes sonrisas y reverencias ocultan un lado siniestro.

No hace falta más que ver sus programas de concursos para saber a qué me refiero.

En los programas de concursos occidentales, el concursante que no atina a la pregunta o no alcanza a superar el obstáculo de un juego queda simplemente eliminado y no obtiene el premio. En los programas de concurso japoneses, por el contrario, no les basta con eliminar a un competidor, sino que además lo castigan por haber perdido.

¿El concursante no pudo responder correctamente a la pregunta? ¡Pues entonces tiene que besar a un cangrejo vivo mientras el conductor del programa le arroja una cubeta de crema agria en la cabeza!

Y lo más asombroso de todo es que no sólo los espectadores del programa aplauden y ríen a carcajadas, sino que también el concursante castigado no aguanta la risa mientras besa al cangrejo y se llena de crema. (Entonces, más que un lado siniestro, se puede decir que los japoneses tienen un sentido del humor siniestro).

Pero vayamos a nuestros dos inventos malditos.

El primero de ellos se llama Tamagotchi y es una mascota virtual creada en 1996 por Aki Maita. No me detendré en su descripción porque creo que ya todo el mundo lo conoce.

Le regalé uno a mi hija en una navidad cuando ésta tenía nueve años. Como el aparatejo tenía sólo tres botones, a mi hija no le tomó más de doce nanosegundos entender cómo funcionaba y se puso a jugar con éste, mientras me explicaba qué era lo que se hacía con un tamagotchi: sólo había que cuidarlo.

Había que darle de comer, llevarlo al baño, jugar, regañarlo o felicitarlo, curarlo de alguna enfermedad y encenderle y apagarle la luz. En otras palabras, salvo pagar las colegiaturas, tener un tamagotchi era como tener un hijo propio.

En ese momento pensé que, después de todo, el tamagotchi podría tener un influjo positivo en mi hija. Aunque era una niña, quizá le haría bien una práctica pre-futuro. (Ni se me vino a la cabeza el hecho de que le había regalado a mi hija ¡un invento japonés! ¿Vieron esa película de terror japonesa, The grunge? Pues les digo que no es nada comparado a lo que pasó).

Al principio —como en toda película de terror— todo fue normal. Mi hija “empolló” un huevo virtual y esperó. Esperó. Esperó. Esperó. Esperó. Esperó... ¡El maldito huevo no eclosionaba! (Ya no recuerdo cuánto tiempo, según las instrucciones, había que esperar a que naciera el tamagotchi). Sin embargo, sí me acuerdo que mi hija empezaba a treparse por las paredes cuando un pitido estridente anunció que el tamagotchi había nacido.

Mi hija tomó el tamagotchi y, en vez de estar feliz por el nuevo recién nacido, puso cara de esposa cuando le dices que quizá no alcance para comprar esos zapatos tan bonitos.

—¿Qué pasó?— le pregunté.

—Fue niño y yo quería niña — me respondió.

No soy japonés y por lo tanto me quedé con la boca abierta cuando mi hija me explicó que no sólo había tamagotchi niño y tamagotchi niña, sino que había tamagotchi conejo/gato y tamagotchi pato verde.

Y que los tamagotchis se llamaban Mametchi, Kuchipatchi, Masktchi, Memetchi, Chamametchi (este es un conejo hermanita de Mametchi), Gozarutchi, Makiko, Mimitchi, Androtchi (un robot), Violetchi (un oso), Hanatchi (una lombriz) y Makakito que es un “fantasmita”.

Todos ellos vivían en una ciudad llamada Tamatown, que tenía hasta alcalde, el cual era nada más y nada menos que Hanatchi, la lombriz de tierra. (Eso es lo que pasa cuando una niña de nueve años espera a que nazca su tamagotchi: se mete a Internet).

En fin, que el nacimiento del tamagotchi sólo fue el inicio…

Mi hija aceptó el sexo de su tamagotchi, pero le puso “Lelo”. Y Lelo tenía hambre y sonaba un pitido; Lelo quería ir al baño y sonaba un pitido; Lelo quería jugar y sonaba un pitido. Y mi hija iba y venía, atendiendo amorosamente a su niño.

Esto duró unos cuantos días, hasta que de pronto Lelo se puso más exigente. ¡Lelo quiere comer!, ¡Lelo quiere jugar!, ¡Lelo quiere ir al baño!, ¡Lelo quiere que le expliquen la doctrina del libre albedrío!

Y mi hija empezaba a mostrar signos de desesperación. Cuando le pregunté por qué un niño como Lelo exigía más y más, mi hija me dijo que era porque Lelo ya no era un niño. Lelo se había convertido ¡en un adolescente!

Creo que estarán de acuerdo conmigo si les digo que estos japoneses están locos.

Y el drama siguió cuando Lelo dejó atrás la adolescencia y se hizo adulto. Disminuyeron sus peticiones, pero ahora enfermaba más. Y mi hija lo curaba y le daba de comer, pero la seguía viendo muy preocupada.

Así que le dije que mejor se olvidara de Lelo y que dejara de atenderlo.

—No puedo hacer eso —me dijo.

—¿Y por qué no?

—Porque si no se muere.

¡Oh, rayos! Los malditos tamagotchis eran mortales. Esto era el colmo.

Pero pudo más la impaciencia de mi hija que su amor por Lelo, su tamagotchi: abrió un cajón de su cómoda y lo aventó dentro.

No le dije nada a mi hija. Días después, le pregunté por su tamagotchi y me dijo que fuera a verlo al cajón de su cómoda. Por curiosidad fui a su cuarto y abrí el cajón, preguntándome cómo sería el cadáver de un tamagotchi. Me quedé helado al ver a un nuevo tamagotchi recién salido de su huevo virtual.

Sí, los tamagotchis mueren, pero también se reproducen.

La historia del segundo de los inventos de esta reseña se inicia cuando un cantante japonés de nombre Daisuke Inoue quería complacer a algunos de sus seguidores que lo querían acompañar en sus conciertos cantando sus canciones favoritas.

Como Inoue sabía que no sería bien recibido por su público el que compartiera el escenario con un puñado de desconocidos, se le ocurrió inventar un artefacto que hiciera su parte (esto es, pusiera la música) mientras sus “fans” hacían la otra, o sea, cantar sus canciones.

Así nació el “karaoke”, que literalmente significa orquesta vacía (aunque los académicos modernos lo definen más acertadamente como “cráneo hueco”).

La popularidad del karaoke fue instantánea, no sólo en Japón sino en el mundo entero. Esto se debe a un mito que al parecer comparten todos los seres humanos, sin importar su raza, sexo, religión o ideología: que el canto forma parte de la evolución.

No tengo a la mano alguna encuesta fiable, pero según mi experiencia, cerca del 98% de las personas —excluyendo a sordomudos y recién nacidos— creen que saben cantar. Y de ese porcentaje, el 85% consideran que lo hacen “extremadamente bien” y el 13% “perfecto”.

¿De dónde saca la gente esta idea? Cualquiera que haya presenciado una sesión de karaoke en una fiesta o en un bar puede constatar que es una ficción.

Aunque nadie duda de sus propias habilidades para el canto, la mayoría de la gente necesita armarse de valor para cantar karaoke. Y nada mejor para vencer el “pánico escénico” que unas cuantas copas de alcohol.

Y si la mezcla de alcohol y gasolina es poco recomendable por ser peligrosa, la mezcla de alcohol y karaoke resulta abominable. (Un cálculo conservador sería considerar que el 90% de las canciones de karaoke se cantan bajo el influjo del alcohol).

Y si cuando están sobrias la mayoría de las personas cantan como Asurancetúrix (el bardo de las historietas de Astérix), cuando hacen karaoke cantan como Asurancetúrix ebrio.

Lo peor de todo viene cuando el alcoholizado cantante de karaoke, habiendo destrozado ya varias canciones en su idioma vernáculo, se lanza al “crossover” e intenta cantar en otro idioma, que por lo general es el inglés.

¿Qué les puedo decir? Las canciones de karaoke en inglés —cantadas por alguien que no habla inglés en su vida cotidiana— se oyen como un castor rindiendo un tributo musical a John Lennon.

Así que ya lo saben, si acaso alguien los engañó y los dejó con el corazón roto, o sufrieron alguna traición, o buscan venganza pero detestan la violencia, o se oponen a la pena de muerte pero quieren castigar a algún asesino, no tienen más que regalarles un tamagotchi o cargar en su iPod su propia versión en karaoke de “Somebody to love”, de Queen.

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