6/18/2010

Ni futbolistas locos ni toreros cobardes

Mientras veía el noticiero del lunes por la noche, pasaron unas imágenes en las que se veía a un torero enfrentando al toro bajo la lluvia. Estaba a punto de cambiar de canal (si pasan una escena taurina en un noticiero, de seguro el torero va a resultar herido) cuando sucedió lo increíble: el toro embistió, el torero le dio un muletazo al toro y ¡echó a correr!

El torero corrió hasta la barrera, la saltó (los abucheos de los aficionados se mezclaban con el sonido de la lluvia) caminó por el callejón y se acercó al que parecía el juez de plaza. Después apareció de nuevo en el ruedo y alguien le pasa la gorra o como sea que se llame eso que usan los toreros en la cabeza. El torero toma la gorra y la regresa. Luego volvió al ruedo con las manos sobre la nuca.

Yo no sabía lo que estaba haciendo el torero hasta que éste separó las manos y enseñó su coleta cortada. La lluvia caía. Los abucheos no cesaban. Luego, como si ofreciera una oreja al público, abandonó el ruedo.

El juez de plaza Roberto Andrade ordenó que detuvieran a Christian Hernández, novillero de 22 años, pues estaba faltando al compromiso para el que fue contratado, al negarse matar a su segundo toro de la tarde.

No soy en absoluto un aficionado al toreo. Aunque respeto a quienes gustan del espectáculo de la tauromaquia, en lo personal defino al toreo como la manera más cruel de matar a un bovino. (Por otro lado, no soy uno de esos fanáticos que se alegran cuando un toro coge al torero. Para mí, el torero siempre resultará más valioso que un toro).

La reacción general ante el incidente en la Plaza México fue de desprecio y de burla. De inmediato, el novillero queretano fue calificado como cobarde.

“El torero cobarde” podía leerse en cada nota o video relacionado. Sin embargo, ¿qué tan adecuado es el adjetivo cobarde en este caso?

Veamos el punto de vista del ex novillero: "Hice mi declaración frente al juez, le expliqué que tuve mucho miedo y que no podía matar a ese novillo. Para los taurinos puede ser un hecho inexplicable, pero para mí está perfectamente claro. La profesión que yo creí que era mía no lo es. Respeto y admiro a todos los toreros, hay que tener muchos huevos para ponerse delante de un toro, y a mí hoy, me faltaron".

Si todos lo calificaron de cobarde; si el mismo Christian Hernández admitió haber sentido miedo y huido, ¿por qué cuestiono este calificativo de cobarde?

Porque para mí, lo que hizo Christian Hernández esa lluviosa tarde en la Plaza México fue cualquier cosa, menos un acto de cobardía.

¿Recuerdan la Copa del Mundo en Alemania hace cuatro años? ¿Recuerdan el partido final entre Francia e Italia?... ¿Zinedine Zidane les dice algo?

En ese partido final, Zidane marcó un gol de penalti, poniendo a Francia por delante. Sin embargo, Italia forzó la prórroga, y a los cinco minutos del segundo tiempo suplementario, tras un altercado con Marco Materazzi, éste lo insultó y Zidane le propinó un cabezazo en el pecho, lo que le valió su expulsión por tarjeta roja directa.

¡En la final de la Copa del Mundo! ¡En el que iba a ser su último partido como profesional! Todo el mundo sabía que Zindedine Zidan era temperamental. Materazzi lo sabía. El propio Zidan lo sabía. Vino el insulto cuando ambos jugadores se alejaban. Zindan se detuvo y se volvió. Se acercó a Materazzi y le dio el cabezazo en el pecho.

En ese período de tiempo que medió entre el insulto de Materazzi y el cabezazo que éste último recibió, Zidan sabía que se jugaba la final de la Copa del Mundo; Zidan sabía que su reacción le acarrearía la expulsión. Y, sin embargo, a Zidane nada de esto lo detuvo: le asestó un cabezazo en el pecho al que lo insultó y salió expulsado de la cancha.

Volvamos al ruedo de la plaza México. La lluvia cae. Los abucheos e insultos son cada vez más fuertes. Christian Hernández se acaba de cortar la coleta. Ahí, bajo la lluvia, muestra en su mano la coleta cortada.

Hernández sabe que hizo mal al huir del toro. Sabe que el repudio de los aficionados está justificado. Sabe que ha traicionado a todos aquellos que lo apoyaron. Y ahí lo vemos, con el brazo extendido, mostrando la coleta en la mano derecha y una expresión en la cara que dice más que mil palabras.

Christian Hernández quizá le haya tenido miedo al toro, pero no le tuvo miedo al público. De ahí el corte de la coleta, ese acto simbólico con el que da por terminada su carrera como torero.

Como dije anteriormente, no soy un aficionado a los toros, pero ese momento me pareció sublime. No vi a ningún torero cobarde. Vi a un hombre valiente que decía con sus gestos: ¡Sí, me equivoqué! ¿Y? Aquí tienen la coleta. Ya todo acabó.

Con aquél cabezazo al pecho, con esa coleta cortada, vemos que no existen los futbolistas locos ni los toreros cobardes. Tan sólo existen los hombres.

Así, sencillamente: hombres.


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