6/22/2010

El rey tuerto

En éste último fin de semana, la muerte de Carlos Monsiváis ha levantado un vendaval de reacciones, todas ellas positivas, lamentando su pérdida. Como la muerte de Monsiváis casi coincidió con la muerte de José Saramago, hubo quienes afirmaron que la pérdida literaria fue por partida doble. Como si hubiera un punto de comparación entre los dos escritores.

En lo personal, considero que la muerte de Carlos Monsiváis se hermana más con una muerte acaecida hace casi un año y que no tiene nada que ver con la literatura. Me refiero a la muerte de Michael Jackson.

“Un genio”. “El más grande artista que haya existido jamás”. “Sin su enorme contribución, la música actual sería imposible”. Estas y muchas otras frases hiperbólicas amortajaron el cadáver de Michael Jackson. Y hubo muchas personas —sobre todo los muy jóvenes— que se lo creyeron todo.

Y mientras se sucedían los halagos exagerados (alentados por los promotores de la fallida gira “This is it” que trataban de encontrar la manera de recuperar su inversión) muy pocas voces —si es que hubo alguna— recordaban al mundo de que hacía tan sólo ocho años, en 2001, el “Rey del Pop” había demandado a Sony por supuestamente no promocionar su álbum “Scream” el cual, aunque sí se vendió, no lo hizo con el enorme éxito de sus dos álbumes anteriores, “Bad” y “Thriller”.

Pero ni con toda la promoción del mundo hubiera podido la disquera levantar las ventas de “Scream”, por la sencilla razón de que Michael Jackson se había vuelto… aburrido.

Sí. Porque al contrario de —por ejemplo— Madonna (quien en cada temporada cambiaba de look o de estilo) Michael Jackson seguía mostrando más de lo mismo: las canciones eran muy similares, los mismos pasos de baile individuales, el mismo baile en grupo. Aburrido.

Y si a esto le agregamos los escándalos por pederastia (de los cuales estoy seguro que fue inocente) y los problemas financieros derivados de dichos escándalos, podemos entender el por qué mucha gente no estaba emocionada cuando anunció que haría una nueva gira.

Tuvo que ser su repentina muerte lo que, paradójicamente, le dio vida a Michael Jackson.

Lo que nos lleva de nuevo a Carlos Monsiváis. Aquí también abunda lo hiperbólico: No lo bajan de “genio”, “maestro” o “cronista de lo cotidiano de conocimiento enciclopédico”. Al igual que con “Jacko Waco”, mezclan su vida personal con su obra, a tal grado que resulta difícil separar una de la otra.

Nada tengo que decir ni que objetar de la vida personal de Carlos Monsiváis. Para mí, la vida personal de un escritor es irrelevante. Lo único importante son sus obras literarias.

Y si en lo personal Carlos Monsiváis fue un gran hombre y un gran mexicano, en lo profesional fue un escritor mediocre, que cometió el mayor pecado que puede cometer un escritor: ser ilegible.

Carlos Monsiváis pudo haber tenido una cultura excepcional y también un conocimiento enciclopédico, pero cuando trataba de plasmar sus ideas en sus escritos el resultado era muy malo, llegando la más de las veces a ser espantoso.

Por supuesto, muchos son conscientes de ello, pero como no quieren ser “políticamente incorrectos”, dicen que la prosa de Monsiváis era “heterodoxa” o “barroca”.

Otra de las supuestas “virtudes” de Monsiváis era su amplio espectro de intereses, que iban de la Literatura (así, con mayúsculas) a lo popular, de Shakesperare al “Blanquita” o teatro de carpa.

Esto puede realmente ser una virtud. Sin embargo, en manos de Monsiváis dicha virtud se trocaba en vicio. Sus digresiones al escribir eran tan profusas y ramificadas que lo llevan a uno a preguntarse si Carlos Monsiváis era acaso el único que se entendía a sí mismo.

Quedan algunas de sus frases, aforismos y “ocurrencias” como diría Octavio Paz, pero no mucho más que eso. México ha perdido sin duda a un hombre excepcional, que merece ser recordado con cariño. Pero no ha perdido a un gran escritor.

Si se ha armado tanto alboroto con la muerte de Carlos Monsiváis es porque sencillamente en México —salvo Carlos Fuentes— no existe una figura literaria viva importante.

Aquí se cumple aquél antiguo adagio que dice: En tierra de ciegos, el tuerto es rey.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario