5/20/2010

3D: Dinero, Dinero, Dinero

Cuando yo era niño, un View-Master era un regalo popular en Navidad. El View-Master era un visor de plástico con una delgada ranura en su parte superior, en la cual se introducía un disco de cartón con 14 filminas pequeñas dentro de su circunferencia.

Acercabas el aparato a tus ojos y deslizabas hacia abajo una palanca, con lo cual el disco giraba y podías disfrutar de una visión en tres dimensiones de paisajes, programas de T.V. e incluso películas.

Por supuesto, como sólo veías siete escenas por disco, y cada programa de T.V. o película venía en tres discos, no se podía decir que habías visto un programa de “Misión imposible” en 3D, sino más bien que habías visto 21 escenas de “Misión imposible” en 3D.

Cuando ya era más grande, a principios de los años 90, se pusieron de moda los llamados estereogramas. Hasta ese momento, éstos se hacían yuxtaponiendo en una hoja de papel dos fotos tomadas en ángulos ligeramente diferentes. Con la llegada de las computadoras a inicios de los años 90 ya no fueron necesarias las fotos y pudieron ser creados fácilmente con programas de computadora llamados EPA (Estereograma de Puntos Aleatorios).

Los estereogramas aprovechaban la ilusión óptica basada en la capacidad que tienen los ojos de captar imágenes desde distintos puntos de vista.

Como se basaba en una ilusión óptica, para ver un estereograma en tercera dimensión lo principal era entender el resultado esperado, ya que a simple vista no veías sino muchas rayitas sin sentido que formaban una imagen borrosa.

La idea básica era desenfocar la vista de la imagen, de tal manera que fueran captadas ambas perspectivas. Algunos recomendaban mirar al infinito, es decir, fijar la vista en un objeto distante y, sin desenfocar, tratar de mirar la imagen. Otros preferían fijar la vista en un dedo mientras se acercaba lentamente hacia la imagen, o trataban de observar el reflejo de la imagen en un vidrio. El resultado dependía de cada uno y de su condición visual.

Si con 21 escenas de “Misión imposible” era difícil entender la trama de todo el programa, con los estereogramas era casi imposible ver algún resultado. No sé cuántos estereogramas vi en esa época, llevando a mis cansados ojos al límite, enfocando, desenfocando o viendo las malditas imágenes como si las fuera a traspasar con la mirada.

Sólo una vez tuve éxito al ver un estereograma… un éxito parcial: Me dijeron que lo que tenía que ver era una pirámide. Así que tomé la hoja con la imagen y, después de como cinco minutos de mirarla fijamente, por fin apareció la pirámide en todo su esplendor en 3D. El problema fue que vi la pirámide en 3D, ¡pero de cabeza! Esto es, en vez de que el dibujo de la pirámide se elevara de la hoja, se hundía en ésta. Era como ver un agujero con forma piramidal. No fue lo que esperaba, pero de todos modos fue una experiencia “cool”.

Después de estas dos experiencias con la 3D creí que ya nunca más me iba a encontrar con ésta de nuevo. Pero llegó “Avatar” y… la 3D parece haber vuelto por sus fueros.

La película de James Cameron causó en los ejecutivos de los estudios cinematográficos de Hollywood el efecto del “vecino envidioso”: todos se apresuraron a intentar copiar el enorme éxito de “Avatar”, convirtiendo apresuradamente películas filmadas en 2D al nuevo formato en 3D aunque no le agregaran nada, como en “Alicia en el país de las Maravillas” de Tim Burton o la convirtieran en un fiasco, como el remake de “Furia de Titanes”.

De “Avatar” no tengo mucho que decir, ya que no la he visto más que unos 20 minutos y no soy lo que se dice un fan de James Cameron. Con decirles que soy quizá el único en todo el hemisferio occidental que no ha visto “Titanic”.

(En realidad nunca he entendido la fijación que tiene todo el mundo con el naufragio del Titanic. Para mí, ningún naufragio supera a la tragedia del trasatlántico alemán Wilhelm Gustloff, hundido por torpedos soviéticos el 30 de enero de 1945. A bordo del buque se encontraban más de 10,000 personas, en su mayoría mujeres y niños, pero también había heridos, participantes de las batallas contra el Ejército Rojo. Murieron 8,000 personas. 6,477 más que en el Titanic. Y aquí no fue “la arrogancia del hombre” contra la naturaleza; fue la crueldad del hombre contra el hombre. Esa es una historia digna de ser contada y llevada al cine. Las víctimas del Wilhelm Gustloff no se merecen su doble hundimiento: en el mar y en la Historia).

James Cameron es más un genio tecnológico y un experto en mercadeo que un director de cine. Sus películas pueden ser visualmente estupendas, pero en cuestión de narrativa, de historia, dejan mucho que desear.

¿Qué fue entonces lo que hizo babear a los ejecutivos de Hollywood? Simple: “Avatar” ha recaudado a la fecha más de dos mil millones de dólares, siendo la película más taquillera después de… “Titanic”. Ha sido tan grande su éxito monetario, que el mismo James Cameron está pensando en sacar una versión en 3D de ésta última.

La pregunta aquí es: ¿realmente hace falta la 3D?

Si bien algunas películas pueden ganar atractivo (o disimular una falta de buena narrativa, como en el caso de “Avatar”) al utilizar la 3D, la mayoría de las películas no lo necesitan.

La 3D no aporta nada a la experiencia cinematográfica. No se le puede comparar siquiera con la llegada del sonido o el color al cine, ya que en muchos casos es más bien un estorbo que un valor agregado.

Incluso, está demostrado que la experiencia cinematográfica puede prescindir del sonido o del color. Pensemos por ejemplo en la película “Metrópolis” del director alemán Fritz Lang que se estrenó en 1927, antes de la llegada del sonido.

Nadie quien haya visto “Metrópolis” se podrá quejar que la falta de color o sonido le restan atractivo a la película. Al contrario, quizá sea la falta de esos dos elementos lo que le da su enorme fuerza, su belleza.

Fritz Lang murió en 1976 a los 85 años. A los 39 años emigró a los Estados Unidos y desde mediados de 1930 trabajó en Hollywood, siendo uno de los principales artífices del género conocido como cine negro. Siendo el genio de director que era, nunca se le ocurrió siquiera incluir el sonido o el color a su obra maestra. ¿Para qué?

Si cambiamos a James Cameron por Fritz Lang e imaginamos que el primero hubiera sido el director de “Metrópolis” (sé que es mucho pedir, pero es sólo un supuesto) ¿qué hubiera hecho James Cameron con su película al emigrar —el tipo es canadiense— a los Estados Unidos?

Lo más seguro es que nada más contara con la tecnología necesaria, le hubiera incluido el sonido y el color, pensando que con ello mejoraba a “Metrópolis”, lo que le haría ganar más dinero. Esa es la diferencia que hay entre un gran director como Fritz Lang y un gran técnico como James Cameron. El primero es un artista, el segundo un mercader.

Esta tendencia actual de querer cambiar el formato de las películas de 2D a 3D tiene sus antecedentes. En el año 1986 se desató una polémica a nivel mundial cuando en los Estados Unidos se empezaron a colorear películas filmadas originalmente en blanco y negro.

Como señalaba un artículo aparecido el siete de agosto de 1986 en el New York Times: “Los detractores de la coloración de películas en blanco y negro, procedimiento que se está utilizando en EE UU, sostienen que este proceso sirve tan sólo para degradar obras de arte, y lo comparan con pintar una estatua griega con un lápiz de labios. Los defensores del sistema, por el contrario, ven en él una mina de oro, puesto que permite el reciclaje de películas antiguas con la vista puesta en la obtención de grandes beneficios. Entre los detractores de la coloración de filmes en blanco y negro se encuentran grandes directores de películas históricas. John Huston y Woody Allen están también en contra”.

Como puede verse, no hay nada nuevo bajo el sol. A mi juicio, el problema más grave de la nueva fiebre de 3D no es sólo su nulo aporte a la experiencia cinematográfica, sino el que se esté hablando de la televisión en 3D.

Si el cine no gana nada con la 3D, la televisión menos. ¿Qué puede tener de atractivo ver el noticiero de Joaquín López Dóriga, con su cara de palo y sus corbatas horrorosas, en 3D? Y además usando unos incómodos lentes. Y sin poder moverte. Y desde cierto ángulo…

La verdad es que me dan ganas de olvidarme del cine y la televisión y ponerme mejor a buscar esos estereogramas que debo tener guardados por ahí.

Estoy seguro que ahora sí podré ver a una pirámide elevarse del papel.

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