5/04/2010

El Cosmos desde una silla de ruedas

No cabe duda de que Stephen Hawking es un genio: no cualquier físico consigue, veintidós años después de su último gran éxito de ventas, colocar una serie en el Discovery Channel.

No se me malinterprete. Sé quién es Stephen Hawking. Conozco su trayectoria y sus logros, tanto intelectuales como personales. Sin embargo, los dos capítulos iniciales de la serie “El Universo de Sthepen Hawking” me hicieron pensar en si el profesor jubilado de la cátedra Lucasiana de matemáticas de la Universidad de Cambridge ya dejó atrás sus días de gloria.

Una gloria a la que, paradójicamente, mucho han contribuido la terrible esclerosis lateral amiotrófica (o enfermedad de Lou Gehrig) que padece desde 1963 y que lo confinó a una silla de ruedas y la posterior pérdida de su voz por una traqueotomía que se le practicó en 1985 después de una pulmonía y que le obligó a utilizar una computadora para sintetizar su voz electrónicamente.

Porque, seamos sinceros: Si su libro de divulgación “Breve historia de tiempo” de 1988 lo hubiera escrito alguno de sus colegas (como Roger Penrose o Jim Hartle) el libro no habría llegado a ser un best-seller. Si la gente se acercó al libro de Hawking fue porque su autor estaba en silla de ruedas, hablaba como robot y se lo comparaba con Einstein.

Repito: no intento minimizar la contribución de Stephen Hawking a la cosmología moderna o reducir su figura a una mera atracción de feria. Lo que intento decir es que su enfermedad le proporcionó una ventaja de la que carecen muchos de sus colegas: lo hizo más humano.

Porque el mundo donde se mueve Stephen Hawking es un mundo habitado por genios y los seres humanos normales tienden a considerar a los genios como una raza aparte. Como no alcanzan a comprender su lenguaje colmado de ecuaciones, fuerzas y partículas, prefieren mantener la distancia y dejarlos soñar en las alturas de sus elevados pensamientos.

La silla de ruedas resultó el lugar perfecto de encuentro entre el genio y el hombre común, ya que equilibraba de manera misteriosa las fuerzas.

Quizá mucha gente no sabe quienes fueron Paul Dirac, Max Planck o Henri Poincaré, pero todo el mundo sabe quién es Stephen Hawking. Y esto fue lo que llevó a los ejecutivos del Discovery Channel a proponerle una nueva serie. Yo, de haber sido Stephen Hawking, les hubiera respondido que no.

Porque no es lo mismo Stephen Hawking que Sthephen Hawking veintidós años después.

El primer episodio de la serie “El Universo de…” (ya saben quién, hasta este momento he repetido diez veces su nombre) trataba de los extraterrestres.

Partiendo de la premisa de que es razonable creer en los E.T., el programa se desarrolló en base a los mismos argumentos de siempre: la vastedad del Universo y la posible existencia de civilizaciones más avanzadas que la nuestra. (Para aquellos que no conocen mi opinión con respecto a los extraterrestres, les recomiendo que lean el post “Por qué no creo en los OVNIS” en el archivo correspondiente a diciembre 2006 de estas Crónicas Profanas).

No hubo nada nuevo o revelador en el primer episodio. Ningún punto de vista novedoso, ningún argumento que no haya sido enunciado muchas veces anteriormente.

Paradójicamente, fue esa decepción con el primer capítulo de la serie lo que me animó a ver el segundo, que trataba de los viajes a través del tiempo. Porque pensé que quizá Stephen Hawking no estaba en su elemento en cuanto al tema de los E.T., pero que de seguro lo estaría al tratar el asunto del tiempo, dada su importancia en el campo de la física teórica.

Me equivoqué. El segundo episodio estuvo igual de soso y predecible que el primero. Nada nuevo bajo el sol. ¿O deberíamos decir, sobre la silla de ruedas de Stephen Hawking?

Porque la silla de ruedas, ese artefacto que rebajó al genio hasta el nivel del hombre común, permitiéndole atisbar a éste el interior de una mente prodigiosa, nos ha mostrado que no es un símbolo, ni una medida del valor de un ser humano superior a nosotros intelectualmente.

Esa silla de ruedas simplemente cumple con el propósito para la que fue diseñada: servir de soporte para un ser humano cada vez más enfermo.

Es muy probable que continúe viendo la serie “El Universo de Sthepen Hawking”, pero no porque ésta me enseñe algo nuevo, sino por rendirle una especie de tributo a un hombre al que siempre he admirado; un hombre que se consume mientras intenta trasmitirnos cómo se ve el Cosmos desde una silla de ruedas.

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