4/22/2010

Piratas vs Piratas

Nunca he comprado mercancía pirata. Para mí, la piratería es una actividad deshonesta, que atenta contra los intereses económicos de creadores y productores y que involucra al crimen organizado. Sin embargo, cada vez más se pone en evidencia que detrás de las campañas contra la piratería se encuentran otros piratas, no menos deshonestos y criminales que los piratas reales.

Como el campo de acción de la piratería es muy amplio, solo me ocuparé de comentar a una las industrias más afectadas por ésta: la industria musical.

Para nadie es un secreto que la industria musical está pasando por tiempos difíciles, mismos que han empeorado desde el inicio de la presente década. Los discos se venden cada vez menos. Según las compañías discográficas, los culpables de su desgracia son la piratería y la descarga ilegal de canciones por Internet. ¿Será?

Antes de responder a esto debemos preguntarnos primero el por qué la gente compra discos piratas en vez de discos originales. La respuesta larga es que la piratería es un fenómeno global y tiene su origen en la desigualdad social, ya que grandes segmentos de la sociedad carecen del poder de compra necesario. ¿La respuesta corta?: el precio.

De esas respuestas, la primera es una verdad a medias, ya que la compra de discos piratas no se limita a los estratos bajos de la sociedad. Las clases más pudientes también consumen grandes cantidades. (La única diferencia válida se da en los segmentos de edades: en el caso de las clases altas son los jóvenes los que compran piratería).

Así que todo es cuestión de precios. Mientras un disco que adquieres en un negocio formal te cuesta 230 pesos, el mismo disco, pero pirata, te cuesta 15 pesos. La diferencia en precio es enorme.

Las compañías discográficas (CD) dicen que esto se debe a que ellas tienen que pagar por la producción, promoción, impuestos, regalías y distribución de un disco, mientras que los piratas no tienen esos costos, por lo que pueden ofrecer su disco pirata muy barato.

Una vez más, nos encontramos con una verdad a medias, ya que esto pudo ser verdad hace veinticinco años, pero no actualmente. En 1985, por ejemplo, las CD tenían la sartén por el mango. Controlaban cada aspecto del lanzamiento de un disco y ejercían un férreo control sobre los intérpretes y distribuidores. Ellas eran las que decidían qué disco escuchar y por qué medio. Cuánto debía de ser el precio final del disco y cuánto correspondía pagar a cada intérprete. Quién triunfaba y quién sería relegado al olvido.

Y como los intérpretes recibían cerca de un 65% de sus ingresos por la venta de álbumes, lo que dijera su CD era la ley. Si no estaban de acuerdo con ella, bien podían ir escogiendo la estación del metro en donde tocar y cantar su música.

Pero las cosas han cambiado desde entonces. Ahora los intérpretes reciben menos del 50% de sus ingresos por ventas de álbumes (el resto lo obtienen con sus presentaciones en vivo) y por eso cada vez más optan por decirle adiós a su CD y se convierten en independientes.

Por otro lado, —y que conste que no los estoy justificando— los que se dedican a la piratería también tienen sus costos. Hay que pagar sobornos, derechos de piso, cuotas de protección y demás corruptelas. ¡Y con quince pesos por disco obtienen ganancia!

La segunda excusa que utilizan las compañías discográficas para culpar a alguien de la baja en las ventas de discos, lo cual las obliga a mantener altos sus precios, es la descarga ilegal de canciones por Internet.

Aquí la palabra clave es “ilegal”. ¿Por qué demonios descargar una canción en Internet es ilegal?

Al inicio de la presente entrada afirmé que yo nunca había comprado mercancía pirata, lo cual es cierto. Sin embargo, sí he descargado canciones por Internet. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que no veo nada malo en ello.

Para explicar esta inconsistencia, retrocedamos en el tiempo unos treinta años, cuando yo todavía era un adolescente. En aquellos días (esto suena a relato bíblico) cuando querías tener una canción dependías de dos cosas: los casetes y de aquellos de tus amigos que tuvieran más dinero que tú, ya que ellos eran los únicos que podían permitirse comprar las últimas novedades en discos, sobre todo los discos importados.

En mi caso, eran mis amigos Isaac y Héctor (sigue sonando a Biblia) los que conseguían los discos. Mi amigo Luis y yo comprábamos nuestros casetes e íbamos a casa de Isaac o de Héctor a fin de grabar canciones individuales, álbumes completos o crear un popurrí de varios artistas.

Nos la pasábamos muy bien, grabamos unos casetes estupendos (no es por presumir, pero mis casetes grabados eran geniales) y nadie en su sano juicio hubiera afirmado que lo que hacíamos yo y mis amigos era ilegal.

Porque NO era ilegal: Todos habíamos compramos los discos o los casetes en tiendas establecidas y no en el mercado negro. Isaac y Héctor nos prestaban sus discos (el pagar el precio de los discos los convertía en propietarios), Luis y yo los grabábamos en nuestros casetes y todo el mundo contento.

¡Y actualmente resulta que hacer lo mismo vía Internet es ilegal! (Miles de usuarios suben a la red sus discos comprados legalmente y, al igual que Isaac y Héctor, permiten que éstos sean descargados. ¿Dónde está pues la ilegalidad?)

Intentando ser justo con las CD, la única situación en la que el argumento de la ilegalidad de la descarga de canciones tiene cierta validez es cuando se trata de lanzamiento de nuevos álbumes. No se vale eso de bajar un álbum completo cuando tiene sólo unas pocas horas de haber sido lanzado al mercado. Fuera de esto, no hay nada ilegal que argumentar.

Pero aún hay otro argumento que opera a favor de la legalidad de las descargas: la compra repetida. ¿A qué me refiero con esto?

Tomemos el álbum doble “The River” de Bruce Springsteen de 1980. Lo más seguro es que si eras un fanático de The Boss —como yo— compraras el álbum doble. Como éste no lo podías oír en el coche, pues entonces te comprabas también el casete. Después, llegaron los discos compactos y, como todo el mundo, te lo comprabas en disco compacto.

Pasan los años; te casas; tus discos de vinil comen polvo en un sitio ignorado; tus casetes ya no encuentran aparatos en los cuales puedas oírlos; algunos de tus discos compactos se han perdido; de repente se te antoja oír “The River” en tu computadora y no encuentras el disco compacto, por lo que decides descargarlo; lo descargas y te dicen que hiciste algo ilegal.

¡¿Dónde está lo ilegal si ya pagaste por el álbum TRES VECES?! Pagaste por tus discos de vinil, pagaste por el casete, pagaste por el disco compacto… ¿Por qué debes pagarle ahora a iTunes casi diez dólares por descargarlo en tu computadora?

Con este tipo de trucos y excusas de las compañías discográficas me pregunto cómo podré saber de hoy en adelante quienes son los verdaderos piratas: Si los que copian y venden los discos a precios ridículos, o los que buscan que su tesoro enterrado no les sea arrebatado.

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