4/11/2010

Narcketing

Cuando una vez le preguntaron al famoso periodista Bob Woodward que por qué no investigaba a los narcos, éste respondió sencillamente que porque era “muy peligroso”.

Extraña respuesta de un periodista del que se dice que tenía relaciones con la Inteligencia Naval, que supuestamente era miembro destacado de sociedades secretas de Yale y que siguiendo un “soplo” de un informante anónimo (Garganta Profunda, cuya identidad se mantuvo en secreto durante 33 años) logró, junto con Carl Bernstain, destapar el escándalo Watergate que obligó a la renuncia de Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos, supuestamente el hombre más poderoso del mundo.

Para los mexicanos, que en los últimos años hemos vivido una violencia cada vez más virulenta del narco, la respuesta de Woodward nos parece no sólo sensata, sino la única posible. Esto se debe no tanto a la carnicería que se presenta en varios estados del país, como al escenario de pesadilla que nos presentan día a día los medios escritos y electrónicos. Ahora bien, ¿qué tan real es este escenario de pesadilla?

Yo vivo en Monterrey, ciudad que en las últimas semanas se ha vuelto referente destacado en la ola de violencia vinculada al narco. Un observador externo, que se base sólo en los reportes periodísticos, catalogaría de inmediato a Monterrey como zona de guerra. Sin embargo, esta visión extrema contrasta con la realidad cotidiana de millones de habitantes de Monterrey y su zona conurbana que viven su vida en paz.

Es cierto que han ocurrido hechos violentos no sólo en Monterrey, sino en todo el estado de Nuevo León —negarlo sería estúpido— y también que muchas personas afirman que los medios se quedan cortos, ya que todos los días hay matanzas de decenas de individuos que no se reportan (aunque esto último sea más una proyección del pánico generalizado que una realidad objetiva), pero el hecho seguro es que lo real ha sido superado por lo meta-real. En otras palabras, nos encontramos ante una realidad aumentada.

¿Y a qué se debe todo esto? No a los medios, ni a los chismes trasmitidos de boca en boca, sino más bien a una exitosísima campaña de marketing orquestada por el narco.

Esto de por sí puede parecer inverosímil, ya que una de las características principales de las bandas criminales de todos los tiempos ha sido precisamente el secreto. Los criminales prosperan en las sombras. Llevan sus turbios negocios en silencio, ocultándose del ojo público, temerosos de que sus actividades sean descubiertas por las autoridades. De ahí los sobornos y el terrible desprecio que sienten por los “soplones”; de ahí las “casas de seguridad”, guaridas y demás sitios ocultos que les sirven a la vez de oficina y refugio.

Pero en el México actual esto parece estar sucediendo al revés. Desde que en 1919 Johnston McCulley publicó La maldición de Capistrano presentando a su personaje El Zorro, nunca se había vuelto a presentar el caso de que alguien sintiera temor ante la última letra del alfabeto.

Lo peor de todo es que no son los bandidos de ficción de la antigua California los que tiemblan a la sola visión o mención de la letra “Z”, sino ciudadanos comunes y corrientes.

Por supuesto, tratándose de criminales con raíces rurales (todos los narcotraficantes fueron en sus orígenes aparceros o campesinos o pastores) y que la educación no es una prioridad para llevar a cabo sus negocios ilícitos, sus estrategias de marketing son burdas y brutales.

Mientras las agencias publicitarias utilizan a los medios escritos y electrónicos para promover las ventas de sus productos mediante anuncios comerciales y desplegados, los narcos decapitan, “encobijan”, ahorcan, “encajuelan”, “levantan” o cuelgan cartulinas y mantas cargadas de amenazas y faltas ortográficas.

Por supuesto, el “narcketing” también involucra a los medios. En estos se proclama al “chapo” Guzmán como uno de los hombres más ricos del mundo y a los “zetas” y narcos mexicanos en general como los seres más sanguinarios del mundo.

El mensaje que los narcos quieren dejar en claro con su estrategia de narcketing es simple: somos muy malos y muy poderosos. Y si te metes con nosotros vas a perder.

Lo peor de todo es que, como toda campaña de marketing exitosa, la gente termina por creérsela. Cualquier mexicano medianamente inteligente te puede decir que la guerra contra el narco está perdida, que lo mejor sería rendirse ya y buscar caminos alternos, como la legalización de la marihuana o de todas las drogas juntas.

Y esto, señoras y señores, es falso.

Porque si realmente los narcos fueran tan poderosos como dicen, si en verdad ya tuvieran la llamada “guerra contra las drogas” ganada, el “narcketing” sería superfluo. Seguirían en las sombras como cualquier célula criminal que se precie, haciendo sus negocios ilícitos como lo venían haciendo antes de que el presidente Felipe Calderón les hiciera frente.

(Nota importante: como saben los pocos e inteligentes lectores de estas Crónicas Profanas, no comulgo con ningún partido político o tendencia ideológica. Mi mención a la actitud del presidente Felipe Calderón frente al narco es simplemente la descripción de un hecho, y no equivale a apoyar o denostar sus políticas. Eso corresponde decidirlo a cada uno de los lectores).

En realidad son los narcos los que van perdiendo la guerra. Nadie sale de la protección que proporcionan las sombras porque sabemos que la luz nos vuelve vulnerables. Y cuando somos vulnerables y nuestra supervivencia depende de que no se sepa que lo somos, lo que debemos hacer es aparentar lo contrario.

Y nada mejor que iniciar una campaña de marketing, cuyo propósito principal es “torcer” un poco la realidad con el fin de que pueda venderte mi producto.

Para aquellos lectores que piensen que lo dicho hasta ahora es una reverenda estupidez, sólo les recuerdo que esta campaña de “narcketing” —que lleva casi cuatro años— tuvo su último desarrollo hace unos pocos días, cuando El Mayo Zambada (uno de los principales jefes del narco) buscó a Julio Scherer.

Y eso lo dice todo.

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