EL INFIERNO, SEGÚN ISAAC
Después de un sueño caótico
poblado de imágenes disímiles
(daguerrotipos de realidad, facsímiles)
desperté en un mundo gótico.
Mi despertar fue como un preámbulo
a una sucesión de irrealidades,
donde no existen las posibilidades,
salvo el velado rostro del sonámbulo.
El tiempo giraba sobre sí mismo
y el espacio, impotente, se curvaba
ante aquel torbellino. Yo observaba,
asombrado, la génesis de un abismo.
El abismo existió, y me vi arrojado
hacia aquella garganta inconcebible,
con la enorme fuerza -inconfundible-
de un dios que escupe, enojado.
Desamparado, asistí con terror
creciente a ¡mi nuevo nacimiento!
Tuve el fatal y atroz presentimiento
de ser la víctima de un gran error.
Porque según recordaba, desesperado
había terminado ya con mi absurda
vida de mierda: atando una burda
soga a un madero, morí suicidado.
¿Qué hacía yo ahora, en el umbral
mismo de una nueva existencia,
condenado a repetir la experiencia
espantosa de otra vida mortal?
El angustioso llanto del recién nacido
brotó incontenible de mi fuero interno.
Era mi anuncio de llegada al Infierno,
ese que nunca creí haber merecido.
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