7/22/2010

CSI Latinoamérica

El domingo 30 de mayo los restos de 14 próceres mexicanos fueron sacados de la Columna de la Independencia en el Paseo de la Reforma en una ceremonia trasmitida por televisión. El fin de la grotesca ceremonia fue el preparar los restos para ser exhibidos públicamente en Palacio Nacional, luego de que antropólogos físicos del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) certificaran la identidad de los restos.

No es la primera vez que los huesos peregrinan por Ciudad de México. El 17 de septiembre de 1823 fueron trasladados en un magnífico funeral a la Capilla de San Felipe de Jesús, en donde permanecieron sólo dos días, ya que la devoción mostrada quienes se hincaban frente a las urnas con los restos de los 14 próceres hizo que los canónigos solicitaran llevarlos a la bóveda del Altar de los Reyes, en donde permanecieron hasta el 16 de septiembre de 1925, cuando el presidente Plutarco Elías Calles (peleado a muerte con la Iglesia Católica) los trasladó a la Columna de la Independencia.

En 2010 no hubo nadie quien se hincara ante los restos de los próceres en el desfile militar rumbo al Castillo de Chapultepec precedido por el presidente Felipe Calderón, en parte por no ver algún sentido en la ceremonia, en parte por dudar de que los restos paseados fueran realmente de los 14 próceres muertos hace dos siglos, ya que algunos fueron muertos en campos de batallas y otros fusilados y decapitados por las fuerzas realistas.

Ya sé que México es surrealista, pero aún el surrealismo tiene sus límites. No es posible que un Estado que se supone laico lleve a cabo una de las ceremonias más retrógradas de la Iglesia católica: la veneración de huesos.

Pareciera que con ello quieren refrendar uno de los grandes mitos de la sociedad mexicana que aún cuenta con una vigencia popular que asusta: me refiero al mito de que el mexicano se burla de la muerte.

Cada año, el día dos de noviembre se convierte en el día oficial de la simulación. En ese día se exhiben todas las artes posibles con el fin de demostrarle al mundo de que el mito ese es verdad: se alzan simulacros de “altares de muertos” (son simulacros porque la mayoría de los mexicanos no creen que los espíritus de los muertos regresen a los altares para disfrutar de sus diversas ofrendas); se escriben breves rimas burlescas llamadas “calaveras” por mera tradición; los supermercados venden “pan de muerto” y calaveras de azúcar destinadas al montaje de los simulacros… Sin embargo, basta ver a los deudos de alguien que perdió la vida por cualquier circunstancia para constatar que el mito es mentira: a los mexicanos nos duele la muerte de un ser querido como a cualquier habitante de este planeta. La muerte no tiene nada de graciosa. No nos burlamos de ella. La tememos y la negamos, como todos.

Pero si el objetivo del Gobierno no fue perpetuar el mito, ¿cuál fue? Según lo que se deja entrever en las notas periodísticas, el objetivo real fue el intentar establecer la identidad de los 14 próceres, no fuera a ser que Andrés Quintana Roo presumiera la cadera de Leona Vicario.

La pregunta aquí es: ¿realmente tiene importancia eso? ¿En verdad es importante que en los restos de Miguel Hidalgo lo más probable sea que el cráneo no le pertenezca, ya que fue decapitado y su cabeza exhibida?

Estén juntos o estén revueltos, sean o no sean nuestros próceres, esos restos óseos de hace dos siglos no representan nada. Si algo nos queda son sus ideas, sus motivos, sus acciones y sus fracasos, no sus huesos.

Pero esta falta de sentido común al intentar vendernos a los mexicanos la idea de unos huesos “patrióticos” palidece frente a otro hecho que tuvo lugar el pasado 16 de Julio en Venezuela, donde Hugo Chávez anunció por twitter la exhumación de los restos de Simón Bolívar.

Así como no presencié el desfile de huesos por Paseo de la Reforma, tampoco he tenido la oportunidad de ver la exhumación del Libertador (voy a ver si encuentro el video en You Tube), por lo cual me quedo con el artículo de Xavier Velasco en Milenio donde se narra el hecho.

Coincido con la conclusión de Xavier Velasco: Hugo Chávez no está buscando confirmar qué mató a Simón Bolívar (si fue la tuberculosis —sus padres murieron por esa misma enfermedad— o la malaria, como afirman algunos historiadores). No, lo que busca el presidente Chávez es quién mató a Simón Bolívar, ya que está convencido que ¡el libertador fue asesinado!

Aunque todos sabemos que la región de Latinoamérica no se caracteriza precisamente por un sistema de justicia expedito, estas investigaciones forenses con dos siglos de antigüedad nos muestran el por qué las sociedades latinoamericanas no logran emerger del atraso y la desigualdad: porque son sociedades aferradas a un pasado que consideran idílico.

Sin embargo, tal Edad de Oro no existió jamás. Desde sus anárquicos y convulsos inicios como sociedades independientes, los distintos países latinoamericanos siempre han tenido en su seno a “patriotas” miopes ante el porvenir. Ni uno solo de sus “próceres” ha obrado con miras a un futuro lejano. El concepto de largo plazo está ausente en esta región del mundo.

Es por eso que las pugnas electorales que se viven en México actualmente —y que tendrán su culminación en Julio 2012— se parecen de manera tan escalofriante a las luchas intestinas de la Revolución Mexicana de 1910; es por eso que el presidente Chávez intenta distraer la atención de todos con un supuesto asesinato cometido hace casi dos siglos.

Y mientras nuestros gobernantes sigan aferrados a su miope visión de corto plazo, aquí en Latinoamérica seguiremos estancados en un presente perpetuo, viendo cómo los forenses examinan unos frágiles huesos viejos en busca de una identidad o la huella de un asesino.

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