3/04/2007

Sympathy for the devil

Pleased to meet you / Hope you guess my name
The Rolling Stones.

“Ayer estuvo el diablo aquí” —exclamó el presidente de Venezuela Hugo Chávez ante la asamblea de Naciones Unidas en 2006— “Huele a azufre todavía.”

El comentario del mandatario propició una carcajada general e incluso se escucharon algunos aplausos aislados en la sala. A ninguno de los presentes se le tuvo que explicar a quién se refería Hugo Chávez, ya que la imagen actual del diablo pertenece al inconsciente colectivo y no es otra que la de George W. Bush, presidente de los Estados Unidos de América.

El sentimiento de odio que provoca el presidente Bush es asombroso, no sólo por su ubicuidad —abarca a todo el planeta— sino porque dicho odio parece superar todas las barreras ideológicas, raciales, económicas y religiosas: suscita odio por igual en cristianos, musulmanes, ateos, taoístas, socialistas, demócratas, comunistas, ricos, pobres, anglosajones, asiáticos... Y esto, en un mundo que no se caracteriza principalmente por sus acuerdos, resulta sumamente curioso.

¿Cuál es el origen de este odio? ¿Realmente George W. Bush merece ser considerado la encarnación de Satanás? ¿El odio hacia su persona está justificado o se trata de un odio irracional que enmascara algo más profundo y siniestro?

Analicemos al diablo. Arrogante y orgulloso, de hablar suave y con un marcado acento tejano, George W. Bush parece un ranchero rico extraviado en Washington o, más correctamente, un tenedor de libros de la mafia de Houston. Posee el mismo carisma que medio kilo de ostiones con una semana fuera del refrigerador.

Cristiano renacido y habiendo superado su problema con el alcohol, George W. Bush ve el mundo en blanco y negro. Está convencido de la grandeza de su nación y cree que Dios (o por lo menos, la Historia) le dio la oportunidad de estar al frente de un pueblo con altos valores morales, los cuales, junto con su eficiente modelo económico, merecen ser extendidos por el mundo entero para llevar la libertad y la prosperidad a todas las naciones.

A primera vista, lo del diablo parece estar justificado. Sin embargo, un examen más atento nos señala que esos ideales torcidos (el mandato divino o histórico, la superioridad moral, el compartir con otros pueblos un sistema económico que lleve a la prosperidad general) no es exclusivo de George W. Bush. Varios de los actuales líderes mundiales (entre los cuales podemos incluir a Hugo Chávez) predican el mismo mensaje.

Entonces, por qué sólo George W. Bush y no alguno de los otros líderes es percibido como el diablo?

Una primera aproximación puede ser el hecho de que, en su camino para convertirse en el diablo, George W. Bush ha venido a representar al perfecto chivo expiatorio.

Literalmente, todos los problemas que aquejan al mundo actual le son atribuidos a George W. Bush, desde la crisis en Oriente Medio hasta el estancamiento económico de Corea del Norte, pasando por el Calentamiento Global y el reciente conflicto ¡en Oaxaca! (Increíble, pero cierto: en Oaxaca hubo pintas y mantas que rezaban: “¡Ulises y Bush, fuera de Oaxaca!” ¿Qué ingerencia tuvo Bush en Oaxaca? ¡Ninguna! Pero este hecho en apariencia increíble resulta ser clave, como se verá más adelante).

Cuando a alguien se le señala como el chivo expiatorio es posible atribuirle la culpa de cualquier cosa, sin importar si tuvo algo que ver o no en sus orígenes.

En el asunto del calentamiento Global, por ejemplo, se le atribuye a Bush toda la culpa por no haber ratificado la firma del Protocolo de Kioto. Pero, si hacemos memoria, nos damos cuenta de que fue el gobierno de Bill Clinton el que se negó a firmar (con justificada razón) dicho acuerdo. Entonces, ¿por qué no se incluye a Bill Clinton entre los culpables del Calentamiento Global?

¿Y qué hay con respecto a la desastrosa invasión a Iraq? ¿No fue el diablo de Bush quién inició una guerra sin sentido que ha llevado a la muerte a miles de personas y a Iraq a una virtual guerra civil?

Para empezar, pudiéramos utilizar aquí el viejo refrán mexicano que dice: “No tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre” (refrán que, dicho sea de paso, siempre me ha parecido de mal gusto). Si a Osama Bin Laden no se le hubiera ocurrido planear el acto más estúpido de los últimos dos mil años (el ataque al W.T.C. en septiembre 2001 ha demostrado ser un acto idiota que no benefició absolutamente a nadie) George W. Bush, por más diablo que digan que es, no hubiera iniciado la invasión a Iraq.

¿Y las armas de destrucción masiva qué, no fue acaso esa la excusa que utilizó el diablo para iniciar la invasión a Iraq?

En el asunto de las armas de destrucción masiva podemos encontrar otra característica de síndrome del chivo expiatorio: la transferencia de culpabilidad. Una vez más, podemos utilizar el mismo refrán de mal gusto acerca del indio que hacemos compadre: si Saddam Hussein no hubiera insistido reiteradamente en impedir las visitas de inspección de la ONU, el diablo de Bush no hubiera tenido su excusa.

Ahora bien —y aquí me permito una digresión— se dice que la invasión de Iraq fue un acto ilegal al no haber existido ninguna arma de destrucción masiva. Sin embargo, sí que había al menos un arma de destrucción masiva en Iraq: Saddam Hussein. (Un arma de destrucción masiva no tiene por fuerza que ser un artefacto que explote o una sustancia tóxica que al ser liberada en el ambiente mate a miles de personas. Un arma de destrucción masiva muy bien puede ser un hombre de carne y hueso. Ahí tenemos a Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot y… Saddam Hussein).

Con la amnesia característica del síndrome del chivo expiatorio, se acusa a Bush de ser el culpable de la muerte de miles de seres humanos (iraquíes, soldados americanos y otros) con la invasión a Iraq. Se olvida que el ahora extinto Saddam Hussein inició no una, sino dos guerras: contra Irán, de 1980 a 1988, que costó un millón de muertos (el 60% iraníes y cerca de 100,000 kurdos) y al invadir Kuwait en 1990, en la que hubo 25,000 muertos y 2,000 heridos. (Y eso sin contar los miles de muertos que hubo en Iraq en “tiempos de paz” mientras duró el salvaje régimen de Saddam Hussein).

Así que ahora resulta que George W. Bush es el diablo y que el monstruo que fue Saddam Hussein tan sólo una víctima. ¡Por favor!

El considerar a alguien el diablo o el chivo expiatorio conlleva tres graves problemas. El primero de ellos es que el señalar a una persona como el culpable de todo sirve para apuntalar los regímenes autoritarios y a los que están en proceso de serlo. Así, la falta de libertades individuales o el fracaso económico de un régimen autoritario se achacan a la amenaza o a la injerencia de un “enemigo” (en este caso George W. Bush) y no a la ineficacia o autoritarismo del régimen mismo.

El segundo de los problemas es que los chivos expiatorios tienen, por decirlo de una manera, una “vida útil” que inexorablemente se agota. En el caso de George W. Bush, sus días como chivo expiatorio están contados. Además del revés que sufrió recientemente, cuando el partido demócrata recuperó el control del Congreso, faltan menos de dos años para que termine su mandato. Y cuando esto suceda, ¿quién se convertirá en el próximo chivo expiatorio? ¿A quién culparán ahora los palestinos y los árabes? ¿Quién será el próximo blanco de las pullas de Hugo Chávez?

Lo cual nos lleva al último de los problemas, cuya clave encontramos en la absurda petición que se leían en las pintas y mantas de Oaxaca: que en realidad el diablo no es George W. Bush, sino el pueblo de los Estados Unidos de América.

Son trescientos millones de estadounidenses a los cuales el mundo entero odia. Ellos son en conjunto ese diablo que hoy en día se concentra en la figura de George W. Bush. No es una sola persona, es todo un pueblo. Como el antisemitismo, el anti-americanismo es un sentimiento irracional y destructivo que sólo sirve para alimentar dictaduras.

Por eso el título de la presente crónica está en su idioma original, ya que al ser traducido pierde su sentido real. Porque desde que se salió el álbum de los Stones Beggar’s Banquet en 1968 que incluye la canción Sympathy for the devil (mi canción favorita) “sympathy” se tradujo al español como “simpatía” y no en su forma correcta, que es “compasión”.

Porque eso es lo que siento con todo este asunto, compasión por el diablo.

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