3/18/2007

La guillotina arcoiris

En ocasiones, cuando quiero exponer una idea que por su naturaleza no se adapta al estilo del ensayo, recurro a la ficción. Así, podemos encontrar en el archivo de estas Crónicas Profanas correspondiente a noviembre 2006 dos relatos fantásticos, “La noche es de los sapos” —que sustenta la idea del absurdo del poder político— o el breve “Saalam”, en donde juego con otra idea no menos absurda: la reencarnación. (Invito al lector curioso a leer ambos relatos).

Por supuesto, el utilizar la ficción no aumenta la validez de una idea —al contrario, parece disminuirla— pero esto se compensa por el hecho de que la ficción permite ahondar más profundamente en un tema y, sobre todo, crea una mayor comunicación con el lector, llevándolo a la reflexión.

Para la presente nota la situación es similar, aunque con una variación. En este caso no estoy convirtiendo en ficción una idea, sino que esta idea nació ya como una ficción: revisando el cajón de mi escritorio me encontré con el borrador de un cuento intitulado “La guillotina arcoiris”. Además de la idea central del cuento, el borrador incluía algunos párrafos de inicio.

Dado que la idea tras “La guillotina arcoiris” es polémica, prefiero dejar las cosas como están. Es decir, me limitaré a transcribir los párrafos de inicio del cuento, comentar la idea central y a partir de ahí desarrollar la línea de pensamiento que tuve.

He aquí la trascripción del inicio del cuento, truncado:

LA GUILLOTINA ARCOIRIS

Se dice que “la necesidad es la madre de la invención”. Falso. La necesidad no es otra cosa que una máscara que se pone sobre el rostro de la desesperación a fin de hacerla pasar por virtud. El necesitado no carece de recursos. Carece de opciones.

Por eso estaba en el despacho del director, porque no tenía otra opción. O hacía lo que se me pedía o me despedían. ¿Principios? ¡Claro que tengo principios! Sin embargo, estos no pagan las deudas o alimentan a mis hijos. Aún así, para algo los tengo. Y si los tengo, los uso.

—Con todo respeto —me defendí— no creo ser el indicado para ello. Después de todo, soy redactor, no periodista.

—Eso me tiene sin cuidado —respondió el director, cruzando las piernas con suavidad para evitar que Hermenegildo Zegna mostrara una sola arruga. —Todos los que trabajan para el periódico son mis empelados. Y mis empleados hacen lo que yo les ordeno.

—Pero eso de los disfraces y la foto…

—No los llames disfraces —respondió, con ese tono de voz terso que trasluce una furia contenida. Una furia como la de un rey que tiene que rebajarse hasta el punto de dar una explicación a uno de sus súbditos. —Llámalos más bien “medios de expresión”. Con ellos expresan sus diferencias, su reclamo al derecho de ser escuchados y respetados, ¿entiendes?

—Sí y no —respondí. Aunque sabía que haría todo lo que aquel tipo quisiera que hiciera, sentía una especie de regocijo en hacerlo enojar.

Sin embargo, no mordió el anzuelo. Más bien desenvainó la espada y atacó.

—¿Tienes algo en contra de los homosexuales? —preguntó.

¿Cómo responder a eso? La sinceridad estaba excluida en ese momento, ya que la homosexualidad del director del periódico era conocida por todos. Es cierto que él nunca lo había reconocido y que incluso había tenido varias relaciones con mujeres de sociedad. Pero todos sabían que esos eran meros artificios utilizados por el director para ocultar sus preferencias sexuales.

—No, en absoluto —respondí, sintiéndome miserable.

—Bueno, pues entonces, ¡a trabajar! —exclamó, con esa satisfacción que se siente en ocasiones después de aplastar a un bicho molesto.

Salí de la oficina sin despedirme y me fui a mi casa para prepararme. Durante el trayecto medité lo más que pude sobre el asunto.

En realidad, no estaba en contra de los homosexuales, ni a favor. De la misma manera que no estaba ni a favor ni en contra de los baños turcos o de los pingüinos. La vida es demasiado breve como para tomar partido de todo. Debemos de dejar zonas neutrales para conservar nuestra salud mental.

Ese afán que tiene la mayoría de las personas de que te decidas por un lado o por otro de cualquier asunto es realmente enfermizo. Además, casi siempre mi posición (cuando me decido a tomarla) cae dentro de lo que se conoce como “políticamente incorrecto”.

Hasta aquí con el cuento. Ya no lo continué.

Mi decisión para incluirlo (inconcluso y todo) dentro de las Crónicas Profanas se derivó del anuncio que hizo recientemente un integrante del grupo RBD con relación de que era homosexual; de un artículo espantoso que comparaba el “decadente” amor heterosexual con el “puro” amor homosexual que leí el pasado 14 de febrero, y de la entrada en vigor de la nueva Ley de Convivencia.

Ahora bien, ¿cuál era esa idea central de La guillotina arcoiris?

La idea central del cuento es que es un grave error de juicio el considerar —como lo hace todo el mundo— a los homosexuales como una categoría única, ya que existen al menos dos tipos de homosexuales: el homosexual “introvertido” y el “expresivo”.

Al primer grupo pertenecen aquellos homosexuales que son abusivos, explotadores y se auto-victimizan. Ocultan su homosexualidad. Explotan y utilizan a otros para obtener derechos e influencias. Son poderosos. Los que conocen su homosexualidad los respetan. Incluso les rinden deferencia.

Ellos son los verdaderos verdugos. Son los que utilizan la temible guillotina arcoiris contra todos aquellos que se les opongan, sean homosexuales o heterosexuales.

Los que sufren de verdad, las verdaderas víctimas, son los que pertenecen al segundo grupo, el “expresivo”: Aquí encontramos al homosexual afeminado.

Esas son las víctimas reales: Son los homosexuales afeminados (que aquí en México se les conoce como “jotos” o “maricones”) los que dan rienda suelta a su sexualidad; son ellos los que realmente luchan por su “derecho” de ser respetados. Estos sí son abusados tanto por heterosexuales (que los acosan, golpean o ridiculizan) como por los propios homosexuales introvertidos, que se aprovechan de ellos para obtener ventajas para si mismos.

Basta con atenerse a los hechos para ver que realmente la idea tras La guillotina arcoiris es correcta: hacemos mal al englobar a los homosexuales en una sola categoría.

¿Cuáles son estos hechos? Empecemos con el más obvio: Es muy difícil reconocer a un homosexual “introvertido” de un heterosexual.

Realmente no hay nada que nos indique a simple vista la diferencia entre ambas inclinaciones sexuales. Quién lo dude no tiene más que hacer memoria y recordar las sorpresas mayúsculas que nos hemos llevado todos cuando nos enteramos de que tal o cual artista reconoce públicamente su homosexualidad. (Para muestra basta un botón: Rock Hudson. ¿Quién, fuera de sus íntimos, se imaginó alguna vez que aquél galán hollywoodense fuera homosexual? La respuesta correcta es: nadie).

Otro hecho irrefutable es que, conforme se han ido desarrollando las sociedades, la tolerancia hacia los homosexuales “introvertidos” ha ganado mucho terreno. Salvo algunas regiones del mundo atrasadas democráticamente, resulta políticamente correcto estar a favor de los homosexuales. Aquellos que se oponen a ellos son inmediatamente llevados a la guillotina arcoiris: se les tacha de intolerantes, homofóbicos, retrógrados, fascistas o nazis. (Me quito el sombrero ante aquellos que reconocieron públicamente ser homosexuales durante las primeras siete décadas del siglo pasado. Esos sí fueron valientes. Porque reconocer ser homosexual después de que el mundo fuese atacado por el virus del SIDA ya fue otra cosa: el mundo cobró conciencia de que era un problema de todos, no sólo de los homosexuales).

Por otro lado, existen comunidades culturales, comerciales e industriales en donde los homosexuales “introvertidos” no sólo son tolerados, sino que son los que mandan: los mundos del cine y de la moda son los dos ejemplos más destacados.

Podría seguir señalando hechos como éstos, pero creo que no es necesario. Sólo aquél que no quiera aceptar que actualmente los homosexuales “introvertidos” gozan de una mayor libertad, se está engañando a sí mismo.

Pero si ellos están mejor, los homosexuales “expresivos” o afeminados son los que siguen acaparando la nota roja de los diarios. Se les sigue ridiculizando en la televisión. Son acosados y perseguidos por heterosexuales retrógrados.

Y aún y cuando los homosexuales expresivos se atengan a las mismas reglas que los homosexuales introvertidos, su parte “femenina” les impedirá obtener las mismas ventajas. Y seguirán sufriendo.

Hay que defender al homosexual expresivo. Este representa la parte vulnerable de ese —para mí— enigma que significa la homosexualidad. Es también la parte alegre, vital, expresiva del movimiento gay, palabra que lo contiene y define. Porque no todos los homosexuales merecen ser llamados así. Sólo aquellos que viven su propia sexualidad dividida tienen derecho a ser llamados gay.

Por ellos son por los que empecé a escribir un cuento intitulado “La guillotina arcoiris”, el cual dejé inconcluso.

¿Vale la pena continuar con la historia del cuento e incluirlo completo en estas Crónicas Profanas? No lo sé.

Tú, lector, ¿qué opinas?

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