2/11/2011

¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?

En el capítulo siete de Alicia en el país de las Maravillas, “Una merienda de locos”, el Sombrerero Loco pregunta: ¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? (Why is a Raven like a writing desk?). El mismo autor, Lewis Carroll, afirmaba en el prólogo del libro que él desconocía la respuesta.

La absurda pregunta del Sombrerero se me vino a la mente después de los acontecimientos que han tenido lugar en las dos últimas semanas. (Como he escrito antes, estas Crónicas no se enfocan en temas de actualidad. Algunas veces sí se comenta o reflexiona aquí de algo que aún causa alboroto en la opinión pública, pero por lo general se tiene una dimensión temporal propia. La causa de esto es que lo instantáneo pertenece a la esfera del periodismo y estas Crónicas Profanas no son, ni intentan ser, periodismo).

¿Cuáles son esos acontecimientos recientes? Los sonados casos de WikiLeaks, Top Gear y Aristegui.

En los tres casos, mi pregunta a la Sombrerero podría ser: ¿En qué se parece la libertad de expresión a una rosa? Porque cuando se trata de la libertad de expresión, nadie parece tener una respuesta.

Todo el mundo exige libertad de expresión, todos dicen defenderla; pero cuando se presenta la oportunidad de ejercerla o aceptarla, las cosas se complican: la libertad de expresión se convierte en una pregunta sin respuesta, ya que al parecer cada persona tiene su propia y muy particular definición de qué es la libertad de expresión.

Y puesto que todos tenemos definiciones diferentes, lo más sensato sería el intentar una definición de libertad de expresión que fuera aceptada por la mayoría (el intentar que sea aceptada por todos es una quimera).

Sin embargo, esa definición está fuera del alcance de estas Crónicas, no sólo por falta de espacio (necesitaría un post demasiado largo para tal propósito), sino porque para lograr esa definición antes convendría analizar unos puntos muy importantes.

Primero que nada, está la distinción entre las esferas pública y privada. En los llamados estados totalitarios, el ideal es la famosa “casa de cristal” de la que hablaba André Bretón. Esto es, la ausencia de una esfera privada. Según el punto de vista totalitario, dado que el Estado es el ciudadano, ¿qué sentido tendría para el ciudadano ocultarse algo a sí mismo?

Sobran ejemplos acerca de la espantosa pérdida de la privacidad en los estados totalitarios, en donde el Estado tiene el derecho a exigirte que te muestres tal y como eres ante tus conciudadanos, sin ocultarles nada, permitiéndoles que te vean a través de las paredes traslúcidas de tu casa de cristal.

Sin embargo, para aquellos que piensan que por vivir en un estado democrático no tienen que temer este tipo de situaciones, sólo me queda decirles que pecan de ingenuos. No sé cuándo o por qué se empezó a borrar el espacio entre las esferas pública y privada en las democracias, pero no hay duda de que es un hecho consumado. Si en los estados totalitarios la falta de privacidad tenía por objeto el control de los ciudadanos, en la democracia esa falta de privacidad se ha convertido en moneda de cambio.

Que esto es así lo podemos ver en la proliferación de las revistas del corazón, los talk shows, los paparazzi, los noticieros. Miles de millones de dólares se mueven en este tráfico de privacidades rotas. Existe un apetito desmedido y demencial de la gente por enterarse de la vida privada de los “famosos”.

La mayoría de las personas son incapaces de establecer una frontera definida entre lo público y lo privado. Aducen a un supuesto “derecho a la información” para justificar de alguna manera su malsano placer de meterse en lo que no les importa.

Porque, ¿qué importancia puede tener la inclinación sexual de Ricky Martin? ¿A quién en su sano juicio le interesa lo que coma Lady Gaga o las inclinaciones políticas de Sean Penn o los cigarrillos furtivos de Barack Obama?

Constantemente somos bombardeados por los medios con este tipo de informaciones de carácter privado que ni de frívolas podemos calificar. Y si esto sucede es porque la gente está ávida de este subproducto de la estupidez humana. (Son tantas las notas sin sentido que se manejan en los medios, que una vez me tocó ver una fotografía en la revista ¡Hola! en la que se veía a un actor —ya no recuerdo cuál— caminando con una botella de plástico en la mano. La leyenda de la fotografía decía algo así como: “Aquí vemos a Fulanito mientras se dirige a su auto después de haber comprado una botella de agua”. Les juro que no lo estoy inventando).

Por otro lado, siempre estamos exigiendo libertad de expresión, siendo que no sabemos usarla ni aceptarla. No la sabemos usar, porque confundimos libertad con libertinaje.

Porque la libertad de expresión no significa la posibilidad de decir lo que quiera, cuando lo quiera. Es más bien la libertad de expresarme sin que reciba una censura a cambio.

En lo que respecta a la aceptación de la libertad de expresión, existe una profunda hipocresía. Porque solicitamos para nosotros el derecho a expresarnos libremente, pero pedimos la censura para otra persona que, ejerciendo también su derecho a expresarse libremente, su discurso no empate con nuestras convicciones.

Al usar nuestro derecho a expresarnos libremente podemos injuriar, difamar, calumniar, incitar al odio, a la violencia, al desamor. Todo eso lo podemos hacer porque sentimos que es nuestro derecho. Pero, ¿qué hay con nuestra obligación?

Todos piensan en ejercer sus derechos, nadie piensa en sus obligaciones. Está tan sesgado a nuestro favor el asunto de los derechos, que prácticamente nadie puede decir cuáles son nuestras obligaciones.

Pregunta: ¿a qué estamos obligados cuando de libertad de expresión se trata? (Dejo abierta la pregunta a los lectores de estas Crónicas Profanas, sólo para que se den cuenta hasta qué punto hemos olvidado la parte de nuestras obligaciones. Por supuesto, pueden compartir sus reflexiones en la sección de comentarios).

Los tres casos que mencioné en un principio (WikiLeaks, Top Gear y Aristegui) rozan aspectos importantes acerca de la libertad de expresión.

En los tres casos se ejerció el derecho a la libertad de expresión, con alcances y reacciones diferentes. Con WikiLeaks, Julian Assange alcanzó el nivel de héroe popular, aunque son pocos los que se han puesto a pensar en las implicaciones negativas de sus actos. (Aunque es encomiable el hecho de que haya sacado a la luz informaciones clasificadas de diversos gobiernos, no todo es tan color de rosa como parece. Porque así como los “famosos” tienen derecho a la privacidad, las empresas y los gobiernos tienen derecho al secreto. No todo lo que es secreto necesariamente es algo malo. Hay secretos que deben seguir siéndolo).

No voy a tratar aquí todo el asunto de WikiLeaks porque da para mucho. Sólo quiero dejar en claro que cuando alguien divulga secretos, nada es tan simple como parece.

El caso de Top Gear es tan ridículo, que apenas si vale la pena el mencionarlo. Tres ingleses de un show de autos lanzan una retahíla de comentarios de estereotipos mexicanos, causando una reacción desmesurada: el embajador mexicano en el Reino Unido manda una carta en la que los acusa de xenófobos y racistas; la opinión pública de México estalla en una ira nacionalista; la BBC ofrece una tímida disculpa; y ayer hizo frío aquí en Monterrey.

En otras palabras, no pasó nada. Estoy de acuerdo con que los conductores de Top Gear hicieron comentarios ofensivos para mucha gente, lo cual estuvo mal. Sin embargo, dichos comentarios ofensivos no se acercan ni con mucho a los comentarios ofensivos, xenófobos y racistas que nos intercambiamos los mexicanos cotidianamente en los foros de opinión: chilangos vs norteños; izquierdistas vs derechistas, panistas vs perredistas vs priístas vs PT vs Peña Nieto vs pejistas vs calderonistas… todos y cada uno de los bandos se insultan mutuamente, a tal grado de que los comentarios de los de Top Gear suenan como halagos en comparación.

Todos se sienten con el derecho a expresarse libremente; nadie se siente con la obligación de escuchar lo que dicen los demás, que también ejercen su derecho a expresarse.

Con Aristegui (así se llama a ella misma, en tercera persona) el problema fue de que hizo la pregunta correcta a la persona equivocada. Estemos a favor o en contra de la periodista, hay que consignar el hecho de que violó un principio fundamental: exigir al acusado, y no al acusador, que compruebe la acusación. (Si Juan me dice que anoche fue abducido por un extraterrestre y yo no le creo, es a Juan a quien le corresponde probar que fue abducido, no a mí el probar que no es verdad).

El pedir Aristegui a la presidencia que explicara la veracidad de la acusación que hizo el diputado Noroña y compañía acerca del alcoholismo del presidente Calderón no fue lo correcto. Lo correcto hubiera sido que Aristegui le pidiera al diputado Noroña y compañía las pruebas que tenían para divulgar la acusación. A mí me tiene sin cuidado Aristegui. Nunca oigo el radio y evito los noticieros televisivos. No estoy a favor ni en contra de ella. Lo único que digo es que ella se equivocó.

¿Lo hizo o no a propósito? Esa es la cuestión.

Una última cosa: El alcoholismo no es una enfermedad, es un vicio.
  
  

1 comentario:

  1. Anónimo12:39 a.m.

    Mí estimado escritor que siempre invitas a la reflexión, sea a favor o en contra, te puedo hablar desde el punto de vista de un periodista que carece de ortografía y morbo.

    Tienes mucha razón, la libertad de expresión es casi una película delgada que se rompe bajo cualquier argumento cuando no le gusta a la persona que es exhibida, los artistas o figuras públicas viven de eso, de lo que dicen aunque sea un “chisme” negativo eso les permite estar vigentes, otra cosa que merma todo es que las personas leen eso, y eso provoca la demanda y la oferta, desafortunadamente se vende demasiado con eso.

    Quizá aquí tengamos que regresar al principio de “tus derechos terminan donde comienzan los míos”, pero es un doble discurso ya que mientras a los famosos no les gustan que los retraten en fachas (como a cualquier persona normal) provocan las fotografías donde salen comprando equis botella de agua purificada o incluso paseando a la mascota, cual es la trascendencia de eso, en tus mismas palabras; nada.

    En el tema de los estereotipos no puedo estar más de acuerdo, los mexicanos nos burlamos de todo, de nosotros mismos, de otros partidos, de las personas diferentes (Y digo nos, solo por no excluirme del problema, aunque siento que no formo parte del) sin embargo cuando hablan de nosotros bien enaltecemos esas palabras y cuando hablan mal, todo el patriotismo para defender, ¿Qué? Las verdades a medias que comentaron Richard, Jeremy y James de Top Gear, porque se quedaron cortos, y no hacemos nada por cambiar ese estereotipo que tenemos, lo peor, en vez de reconocer, empiezan los ataques a los ingleses en todos los medios de comunicación y ahí sí, todos somos mexicanos, y en los mundiales, pero para temas serios somos apáticos.

    Donde esta nuestra moral verdadera, porque hay una doble moral por parte de todos nosotros, donde podemos decir pero no que nos digan. En palabras urbanas “si te llevas te aguantas”.

    Te felicito por los diversos puntos de vista que tocas.

    Te recuerdo soy un egresado de periodismo que le falta morbo para las noticias o (no tengo que saber cosas que no me interesan) y mi ortografía es un enemigo personal, con esos puntos en contra te puedes dar cuenta de que tan acertado o equivocado estuve al elegir mi carrera, sin embargo en esencia, me agrada.

    Saludos

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