2/03/2011

El dios móvil

Supongamos un viajero del tiempo que viajara de 1920 hasta nuestros días. De seguro que dicho viajero temporal encontraría demasiadas cosas de qué sorprenderse.

Sin embargo, una de las cosas que quizá más le sorprendería sería el notar que “los hombres del futuro” muestran una marcada tendencia a hablar solos mientras caminan. Además,  le parecería que la mayoría tiene problemas de torceduras en el cuello o dolores de oído, ya que son muy comunes los peatones que matienen ladeada la cabeza mientras la sostienen con una mano. Dentro de los autos observaría algo similar: muchos de los conductores tienen la cabeza torcida mientras hablan solos y conducen con una sola mano.

Nuestro hipotético viajero temporal ignora que esos “hombres del futuro” están haciendo algo tan común y corriente como hablar por teléfono. Por supuesto, él conoce el teléfono, pero como no ve los aparatos y ninguno de los que hablan mientras caminan o conducen arrastran un cable tras de sí.

El teléfono celular —o móvil, como lo conocen en España y en otros lugares— llegó para quedarse. El año pasado, por primera vez, la venta de dispositivos móviles (que incluyen los teléfonos celulares) superó a la de la de las computadoras fijas.

Aún me acuerdo que tan sólo algunos años atrás ¡COF-COF-COF-COF! (perdón) era muy raro ver a alguien con teléfono celular. Sólo los actores o los altos ejecutivos portaban en una mano un maletín y en la otra un ladrillo de plástico que tenía botones para marcar.

En los primeros tiempos de los celulares, las llamadas eran carísimas y tenías más cobertura si utilizabas señales de humo. Sin embargo, los teléfonos celulares eran ENORMES, lo cual los hacía un símbolo de estatus muy visible y, por lo tanto, muy apreciado. (Ya saben la definición. Estatus: comprar una cosa que no necesitas, con un dinero que no tienes, para mostrarle a gente que no te gusta, una persona que no eres).

Tiempo después, los ladrillos de plástico con botones para marcar fueron sustituidos por modelos más discretos y ligeros. Como ahora ya no eran tan visibles, los usuarios de los teléfonos celulares recurrieron a un viejo truco para llamar la atención: gritar.

Usuario de celular de 2002 (mientras hace cola frente al cajero en el súper): ¿QUÉ ONDA? ¿CÓMO ESTÁS? ¡TE LLAMO PORQUE LA FILA PARA PAGAR ESTÁ LENTA Y YA ME ABURRÍ! ¿QUÉ DÓNDE ESTOY? ¡EN EL SÚPER! ¡TE ESTOY HABLANDO DESDE MI TELEFONO CELULAR! ¿ME OYES BIEN? PORQUE YO TE OIGO ESTUPENDAMENTE…

Aunque aún hay quienes todavía gritan cuando hablan por su teléfono celular, ya éste perdió su estatus: ahora cualquiera puede tener uno. Sin embargo, el estatus es algo que la mayoría de la gente no está dispuesta a perder, aunque le cueste su orgullo, su inteligencia o su sentido común.

Esto lo saben los fabricantes de equipos móviles, que ni tardos ni perezosos sacaron al mercado lo que podemos llamar “súperteléfonos”: Smartphones, Blackberry, iPhone, Android… toda una gama de productos móviles con el fin de esclavizarnos y vaciarnos los bolsillos.

Porque seamos sinceros: para hablar por teléfono nadie necesita un iPhone. Con un teléfono Nokia de $400 pesos (unos 30 dólares) es más que suficiente. Además, ese teléfono barato cuenta con capacidad para guardar hasta 500 contactos, tiene calendario, alarmas múltiples, puede mandar y recibir mensajes, tiene altavoz, capacidad para poner en conferencia, llamada en espera y decenas de cosas más que hacen superfluo un “súperteléfono”.

Sin embargo, toda aquella persona que tiene un Smartphone o una Blackberry o un iPhone está convencida que (por lo menos a lo que a ella respecta) esos aparatos son in-dis-pen-sa-bles. No pueden estar sin ellos. No imaginan la existencia sin sus “súperteléfonos”.

Admito que haya personas cuya actividad les haga indispensables los dispositivos móviles de comunicación, pero no creo que su número rebase el millar ¡en todo el mundo!

Porque la abrumadora mayoría de quienes cuentan con “súperteléfonos” también cuentan con conexión de banda ancha, tanto en su casa como en su oficina, por lo que checar sus correos electrónicos o ingresar a Internet no les supone mayor problema.

Véase a un usuario de “súperteléfonos” en un lugar público y, ¿qué hace? Escribir mensajes insulsos: “Estoy en el aeropuerto. Si el vuelo no se retrasa llegaré a las 10 o “Recuerda que mañana vamos a casa del tío Humberto”. O pasa su tiempo leyendo e-mails que muy bien pudo checar en su oficina o surfeando en la red para leer el New York Times en versión estampilla, sólo para enterarse de que ya empezaron a cobrar por su versión on-line.

Pero ni con esto se convence que un “súperteléfono” es superfluo. Porque si le pones la evidencia en sus narices te responderá que un teléfono Nokia de $400 pesos sólo sirve para hablar por teléfono (lo cual, dicho sea de paso, es precisamente su función) además de que no puede conectarse a Internet y tampoco acepta “Aplicaciones”.

¡Ah, las Aplicaciones!, las famosas “App’s”. (La compañía Apple acaba de anunciar que ya rebasó las diez mil millones de descargas de “App’s”. ¡¡Diez mil millones!! Y cada “App” cuesta. Tiene un precio que va desde unos cuantos centavos de dólar a muchos dólares. Hay algunas Aplicaciones que pueden resultar útiles —como las de mapas— pero en su mayor parte resultan francamente estúpidas).
  
La triste realidad es que ya la mayoría de la gente se convirtió en esclavo de su teléfono móvil. Muchos de los que celebraron la independencia de una línea telefónica fija, ahora se hayan inmersos en una dependencia obsesiva con una línea telefónica móvil.

Esta dependencia obsesiva parte de una idea equivocada: Hay que estar comunicados todo el tiempo. Así, sin preguntarse el por qué, vemos a millones de personas en todo el mundo intentando estar comunicados todo el tiempo, sin importar las consecuencias.

No sé en otras ciudades, pero en lo que respecta a Monterrey, puedes ver cómo al menos tres de cada diez personas van hablando por su teléfono celular mientras conducen; en los cines no es raro ver pantallas de celulares brillando entre las filas de asientos mientras se proyecta la película; dos amigos se toman un café en Starbucks mientras uno “twittea” y el otro checa su correo electrónico en su iPhone.

Si el propósito del teléfono celular fue facilitar y fomentar la comunicación, entonces se puede decir que fue un rotundo fracaso: hoy en día las personas están más incomunicadas que nunca. Esto no quiere decir que no se comuniquen entre ellas, sino al contrario, que se comunican en exceso: la comunicación ha perdido en calidad lo que ha ganado en cantidad.

Con el teléfono celular sucede lo mismo que con la fotografía digital: Antes, en los tiempos de los rollos de película, la persona que tomaba las fotos era consciente de que sólo tenía 24 ó 36 oportunidades (dependiendo del rollo) para tomar una buena foto. Ahora, una persona con una memoria de 8Gb en su cámara de fotos es capaz de tomar cientos de fotografías sin fijarse mucho en si tomó o no una buena foto. Después de todo, alguna de las 350 fotos que tomó tiene que salir buena, ¿o no?

Las conversasiones a través de los teléfonos celulares han perdido su calidad. Son tan fáciles de hacer, las podemos hacer desde tantos lugares y a cualesquier hora, que por lo común compartimos puras trivialidades con quienes hablamos.

¡Qué diferencia con aquellos tiempos ¡COF-COF-COF-COF! (perdón) en que en la casa mis hermanas y yo teníamos prohibido hablar por teléfono porque papá estaba esperando una “llamada importante”! A nosotros nos molestaba eso, por supuesto, pero ninguno teníamos la menor duda de que la llamada de papá realmente era importante.

Y no porque fuera nuestro padre, sino porque sabíamos que la persona que le hablaba tenía razones de peso para haberle dicho a papá que le llamaría a tal hora de tal día, que estuviera pendiente: cuando haces esa clase de compromiso no vas a trasmitir alguna trivialidad.

Pero lo peor de todo el asunto es que estamos perdiendo la comunicación frente a frente, en donde podemos compartir ya sean trivialidades, ya sean cosas importantes. Ahora con el teléfono celular los rompimientos se hacen a distancia, los afectos se trasmiten separados por cientos o miles de kilómetros, los contactos humanos se desvanecen en señales de microondas.

Nunca antes como ahora habíamos estado tan comunicados… ni tan solos.


1 comentario:

  1. Anónimo11:59 a.m.

    Muy buen punto, esto seguro que de ser a la inversa, un hombre del 2011 que viaje a 1911 también sentiría las diferencias, aunque estas ya están marcadas por la historia y no se extrañaría tanto, extrañaría mas el 2011, pero lo demás y esta sabido por la historia.
    Seguramente al hombre del 2011 le verían extraño a él en 1920 no como el de 1920 en el 2011 que pasaría tan extraño y desapercibido en nuestras vidas cada vez más egoístas (Ciudad fantasma).
    Te doy la razón el objetivo de un celular es estar comunicado, sin embargo entre tecnologías, etc., se le han adaptado tantas cosas que “te permiten” no llevar tu cámara, reproductor de mp3 o laptop, porque todo está en un solo aparato, con los mensajes de texto se acabaron los pagers, y todo “como toda buena tecnología” busca ser más accesible, más completa, mas en menos…
    Muy atinado el ejemplo de la cámara de filme (aun conservo la mía, con la que aprendí) y ahí hay sentimientos encontrados pues al estudiar fotografía eche a perder al menos unos 25 rollos aprendiendo, entre la toma, el revelado, la impresión, y ahora con las digitales sigue la misma regla disparar tres veces la misma toma (al menos yo así lo hago) y gracias por las tarjetas de mayor capacidad y que podemos ver el resultado al instante para no llevarnos el fiasco de que por algún error la toma no haya salido cuando ya no la podemos repetir, aplausos a los fotógrafos de antes que usaban el rollo, aunque te aseguro que ellos también disparaban unas tres veces la misma toma.
    Y desafortunadamente entre tantas tecnologías, vamos quedando un poco mas incomunicados, pero un punto a favor de la tecnología es la rapidez, la distancia que cubre, los amigos que re encuentras en las redes sociales, y los que re encuentras por algún conocido en común.
    Yo me aisló de todo cuando camino con mi ipod (que en principio fue un walkman, después un cd player), y aunque me pierdo de muchas cosas, me aisló también de las cosas que no me interesan.
    Saludos

    ResponderBorrar