4/05/2007

La Declaración de Deshechos Humanos

Hablar de los Derechos Humanos en lo teórico es la cosa más sencilla del mundo, ya que se vale incluir cualquier tipo de idea utópica. Aquí, los conceptos de igualdad, justicia y libertad alcanzan sus más altos vuelos. No parece haber nadie en el mundo que se oponga en lo teórico a los Derechos Humanos.

Sin embargo, hablar de los Derechos Humanos en la práctica es, quizá, lo más difícil del mundo, ya que existe tal diferencia entre la teoría y la práctica, que realmente abruma.

Como todas las demás declaraciones con buenas intenciones, ésta se empezó a gestar en la ONU prácticamente al terminar la Segunda Guerra Mundial (después de un conflicto de tal magnitud, qué mejor que una declaración que atenuara el horror sufrido y diera al mundo una esperanza, ¿no?) y se le dio carácter oficial a partir de 1948.

Pues bien, lo que casi todos ignoran es que el encargado de redactar personalmente en San Francisco, en el año de 1945, la Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, fue Jan Christian Smuts.

¿Y eso qué tiene de extraño? ¡Casi nada!: Que este tipo, Smuts, fue el artífice también de las primeras medidas concretas de Ingeniería Social en Sudáfrica, ¡echando los cimientos legislativos de un Estado semitotalitario basado en el principio de la división racial y que derivó en el apartheid!

Así nos encontramos, desde el inicio, con un terrible error conceptual que envenena —y quizás, invalida— la Declaración de Derechos Humanos: considerar que algunos seres humanos son más humanos que otros.

Ese error (horror) conceptual que llevó a Smuts a considerar como Seres Humanos sólo a los que fueran blancos como él y no a los de raza negra no fue exclusivo de éste. Su aplicación universal (en otros contextos, no sólo raciales) continúa hasta nuestros días.

Así, se considera a al fumador como un vicioso y al alcohólico como un enfermo; los pobres son víctimas, los ricos verdugos; el cáncer debe ser erradicado, la malaria puede esperar… La lista es interminable.

Y a ese error se le suma otro —aunque tal vez sea el mismo error visto desde otra perspectiva—: Según lo expresó Kundera en La Inmortalidad, “…la lucha de los derechos humanos, cuanto más ganaba en popularidad, más perdía en contenido concreto y se convertía en una especie de postura genérica de todos hacia todos, en una especie de energía que convierte todos los deseos humanos en derechos (la cursiva es mía). El mundo se convirtió en un derecho del hombre y todo se convirtió en derecho: el ansia de amor en derecho al amor, el ansia de descanso en derecho al descanso…, el ansia de gritar de noche en la plaza en derecho a gritar en la plaza.”

Esto ha llevado a los derechos humanos al abuso. Todos tenemos derecho a todo, aunque eso signifique soslayar o anular los derechos de terceros. (En México podemos comprender de inmediato este abuso: basta recordar cualquiera de las marchas de protesta en que “el pueblo” hace valer su derecho de protestar bloqueando vialidades que impiden el derecho de libre tránsito de los que no son manifestantes).

La manera en que la Declaración de Derechos Humanos busca evitar estos errores (que sin embargo estaban presentes y/o latentes desde su redacción) es aplicando el concepto de Derechos Humanos en automático. Esto es, poseemos nuestros derechos desde el momento mismo de la concepción. (Dejemos a un lado por el momento la contradicción que esto conlleva con el tema del aborto. Eso será tratado en otra ocasión).

Sin embargo, esta aplicación de derechos “innata” a los seres humanos es, para mí, el principal obstáculo para que el concepto teórico de los derechos humanos se lleve felizmente a la práctica.

Porque, si bien estoy de acuerdo en principio con que todos los seres humanos tengamos derechos desde nuestra concepción, estoy en contra de que esos derechos se conserven hasta nuestra muerte.

Con esto quiero decir que en ningún lugar de la Declaración de Derechos Humanos se menciona que estos derechos puedan perderse. Se habla de derechos humanos, pero no de obligaciones humanas.

Entramos así en la parte medular y más estúpida de la llamada Declaración de Derechos Humanos: Se tienen derechos sin ofrecer nada a cambio. Son derechos innatos y no se pueden perder.

Por supuesto, los únicos beneficiados con esto han sido, son y serán los criminales.

Cada criminal de este planeta debería de tener una copia de la Declaración de Derechos Humanos en un lugar visible, ya que gracias a ella son casi invulnerables.

Ellos pueden quitarle la vida a cualquiera, por la razón que sea y, sin embargo, no se les puede condenar a muerte porque eso sería “una violación a su derecho más sagrado: el de su propia vida”.

Los terroristas pueden actuar como jueces, dictaminando que ciertas personas que no comparten sus creencias merecen morir; pero cuando se les atrapa reclaman su derecho a un “juicio justo”.

No sé ustedes, pero yo no estoy de acuerdo con esto. Por eso, propongo que se reescriba la Declaración de Derechos Humanos y se agreguen aquellas circunstancias en que dichos “derechos” pueden ser revocados. Que se especifique cuando un “ser humano” deja de serlo y se le quiten sus derechos para actuar en consecuencia.

¡Agreguemos las Obligaciones Humanas a la declaración de Derechos! De otra manera, seguiremos como hasta ahora: con una declaración que, más que otra cosa, protege a los Deshechos Humanos.

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