10/28/2006

Melodía de una sola nota

El otro día, mientras recorría sin prisas un centro comercial, vi en exhibición un automóvil BMW flamante, de color negro brillante, con llantas y rines deportivos e interiores color rojo que armonizaban a la perfección con el tono de gris del tablero, cuyos detalles me admiraron.
El enamoramiento fue, quizá, inevitable.
Al instante, vinieron a mi mente las dos preguntas que siempre guardo de reserva para estos casos: ¿Lo necesito realmente? y ¿podré pagarlo?
La primera pregunta se respondió sola apenas fue formulada: No. Para responder a la segunda, sin embargo, tuve que levantar el BMW y darle vuelta, ya que de seguro la etiqueta del precio venía adherida al chasis. Acerté: la etiqueta con su código de barras me informó que el auto costaba cuatrocientos cincuenta pesos, IVA incluído.
Volví a dejar el auto en su estante de exhibición ya que, aunque pensé que se vería muy vien estacionado junto a mi computadora personal, lo mejor sería gastarme esos cuatrocioentos cincuenta pesos en otra cosa.
Esta breve anécdota encierra uno de los trucos más sencillos del quehacer literario, encaminado a sorprender al lector. Primero se hace que éste se forme una imagen mental del objeto descrito basado en su experiencia personal y bruscamente se cambia la prespectiva. En este caso, el tamaño. Así, lo que parecía ser un auto BMW de proporciones normales se reduce a lo que era en realidad: un modelo a escala exhibido en un estante.
Sin embargo, mi intención no fue el sucitar la sorpresa en el lector, sino llamar su atención sobre lo fácil que puede ser el que alguien cambie la prespectiva de cualquier cosa y la adapte a su visión pesonal, a fin de convencerle que dicha visión es la única verdadera.
Cuando se trata de jugar con situaciones ficticias, el asunto no pasa de ser mero entretenimiento. El problema se presenta cuando el objeto a ser manipulado es la realidad. La vida misma.
Me explicaré. Durante todo el año 2006, pero particularmente desde el mes de junio, casi todos los editorialistas, periodistas y comunicadores en general, han reducido la realidad cotidiana de los mexicanos a su mínima expresión: la política.
Como émulos de Lenin, para quien no existía nada más que no fuera la política, toda su energía y capacidad creativa (en algunos casos excepcional) se han centrado en hacernos creer que todo es política. No importa el tópico que traten en sus columnas diarias o espacios noticiosos, la realidad es que todo es política.
Como si hubieran utilizado al unísono una monstruosa prensa cósmica, han aplastado la realidad hasta reducirla a una minúscula oblea bidimensional.
Porque el mundo Política (o el mundo real visto exclusivamente bajo el aspecto político) es un mundo realmente extraño. Para empezar, es completamente plano, de sólo dos dimensiones: no existen arriba y abajo; sólo centro, derecha e izquierda. Te puedes mover del centro hacia la derecha o hacia la izquierda, pero estas últimas no pueden tocarse, jamás.
El mundo Política también carece de la dimensión temporal. El presente no existe. Todo está en función de un pasado que tampoco existió y de un futuro —inexistente todavía, por definición— que puede llegar a ser de dos formas solamente: utópico o apocalíptico. Los actores principales de este mundo, los políticos profesionales (de los que hablaré en otra ocasión) prometen llegar siempre a ese futuro utópico apelando a medios apocalípticos.
Este mundo Política es de color gris, con cuatrocientos treinta y cinco millones ochocientos veinte mil dos tonalidades (estadística tomada de los archivos soviéticos desclasificados recientemente).
Tomando en cuenta lo anterior, no es de extrañar que yo me clasifique como apolítico. Para mí la política es lo peor que ha llegado a concebir la mente humana. La política todo lo ensucia, todo lo corrompe, todo lo pudre.
Para quien esta postura personal se le haga extrema, bástame mencionar un ejemplo de cómo la simple adición de la política a cualquier concepto la corrompe. Tomemos el caso de una madre, a la cual basta agregar la palabra "política" para que se convierta en ¡suegra!
Así, una figura reverenciada en todas las culturas pasa a ser una figura ridiculizada en todas las culturas. Porque no es lo mismo madre que suegra, se mire por donde se mire.
Y si eso es en el plano de lo cotidiano, cuando pasamos al plano más amplio de lo social la cuestión deja de tener gracia. Otro ejemplo: agréguese la palabra política a la palabra economía y lo que era una ciencia inexacta se convierte en una verdadera amenaza. Porque no es lo mismo la economía que la economía política, se mire por donde se mire.
No niego que sea bueno e incluso saludable hablar de política. Después de todo, ésta forma parte de la realidad de toda sociedad. Lo que niego es que se reduzca la política a la única realidad.
Aquellos que se pregunten, ¿y si la política no es la única realidad, entonces qué?
Esos están condenados a perderse la maravillosa sinfonía de la vida. Para ellos solo quedará el sentimiento de vacío al seguir escuchando una melodía de una sola nota.

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