1/13/2007

2007

Según el National Geographic Channel, sólo el 35% de la población mundial celebra el año nuevo el 1° de enero. O sea, un aproximado de 2,275'000,000 de personas.

El autor de estas Crónicas no se suma a ese estimado de personas, aunque por razones distintas. En primer lugar, la variedad de celebraciones de inicio de año en culturas muy diferentes me indica que se trata de algo abritrario; de una fecha escogida por razones de carácter religioso, agrícola o político.

Por lo tanto, dada su arbitrariedad, yo podría escoger iniciar el año el 21 de diciembre —fue en esa fecha en la que nací, hace 45 años— y eso tendría la misma validez que las que actualmente existen.

Sin embargo, no lo hago, por la sencilla razón de que no le veo sentido. Actualmente nos regimos por el calendario Gregoriano. Que vino a sustituir al Juliano. Que vino a sustituir a...

Una vez más, nos encontramos ante una serie de arbirtariedades que me hacen dudar hasta de mi fecha de nacimiento. Es por ello que nunca inicio el año el 1° de enero o en ninguna otra fecha en particular. Para mí, el año que inicia (2007) me sirve sólo como referencia.

Empleando un barbarismo tecno-popular, podría decir que cada día que despierto me "reseteo".

Así es. Cada nuevo día, sin importar la fecha, me encuentro al inicio de algo. Ese algo indefinido que constituye la vida, con su falta de sentido, con sus infinitas sorpresas, con su carga de lo cotidiano, con todo aquello que me hace exclamar: ¡Estoy vivo!

Aún así, sin celebración de inicio de año nuevo, en un 13 de enero arbitrario y por ello con algo de retraso, les deseo a mis ocasionales lectores un feliz año 2007.

Lo que sea que eso signifique.

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