El título del presente
post no es mío, sino de mi tía Mireya, que se quedó impresionada cuando supo
que yo era escritor, y que se impresionó todavía más, si cabe la expresión,
cuando leyó lo que yo escribía. En estos días, mi tía Mireya es una de mis más
fervientes admiradoras.
Y no está sola: desde
que empezó la Feria del Libro Monterrey 2012, en donde por primera vez me atreví
a poner a la vista de todos una muestra del trabajo que he estado realizando en
la sombra desde hace por lo menos 33 años, mi número de admiradores ha crecido
exponencialmente.
Esto me causa
sentimientos encontrados. Por una parte, estoy feliz de que otras personas
puedan compartir conmigo la emoción que siento al escribir; estoy feliz que
podamos unir nuestras mentes; estoy feliz de que les guste lo que escribo.
Pero, por otro lado, me siento un poco apenado (y agradecido) por recibir
tantas muestras de admiración. Esto se debe a que —al contrario de
prácticamente casi todos los escritores— carezco de vanidad.
Yo nunca he escrito
para ser admirado por los demás, ni para ser el centro de atención, ni para
pasearme por el mundo como si fuera de alguna manera superior, o más
inteligente, que los lectores que me leen. Yo escribo porque me apasiona
escribir, porque me gusta crear realidades alternativas en donde no siempre las
cosas son lo que aparentan; yo escribo porque intento trasmutar en palabras algunas
maravillas de este extraordinario e increíble viaje que me ha tocado en suerte
experimentar y al que llamamos vida.
Así que, más que
Crónica de Feria (en donde les podía contar cómo, increíblemente, todos los
libros que había mandado imprimir para venderlos se me acabaron para las 2:30
PM del domingo, el segundo día de la Feria del Libro, sin haber hecho yo alguna
presentación de mi libro, sin haber llevado publicidad, sin tener siquiera mi
gafete de “Escritor Invitado” o una fecha para firma de libros en el stand),
más que Crónica de Feria, les digo, fue una Crónica de Encuentros.
Porque me encontré con
gente interesante: no sólo con otros escritores que comparten los mismos
temores y aspiraciones, sino con lectores que buscan algo nuevo, que se atreven
a recorrer senderos que se alejan o evitan la seguridad que proporciona el leer
a algún escritor ya establecido. Y esto, para mí, no tiene precio.
Así que este breve post
sirva para agradecer a todos los lectores que compraron La punta del iceberg y para
invitarlos a que me manden su crítica a fin de compartirla con otros lectores.
También para pedirles que, si les gustó aquello que leyeron, me recomienden a
otros lectores.
También quiero
agradecer a todos los organizadores del EICAM (Escritores Independientes
Capítulo Monterrey), en especial a mi amigo Luis, el haberme permitido mostrar
una pequeña parte de mi trabajo a los demás.
Porque eso es lo que
significa el título de éste mi primer libro publicado: En un iceberg sólo es
visible el 10% de su volumen. El 90% permanece sumergido.
Vendrán más obras mías.
Eso que permanece bajo el agua poco a poco saldrá a la luz. Los mantendré
informados.
¿Careces de vanidad? Tío, dale una releída a tu post y te encontrarás con un prólogo a la vanidad. Sigue cosechando éxitos, pero nunca niegues esa vanidad, porque déjame decirte, la tienes. Y no es algo malo eh. Vamos, sea usted modesto pero no en tono de "no quiero llamar la atención" porque el trabajo de un escritor es llamarla, para luego ser interpretado, aplaudido y amado por su persona y su trabajo.
ResponderBorrarTienes razón, no carezco de vanidad. Sin embargo, me es difícil llamar la atención porque no deseo ser amado por mi persona, sino por mi trabajo. Grandes escritores a los que admiro su trabajo han sido horribles personas. Pero lo que me importa son sus obras, no sus personas. No sé si me explico.
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