PROFANO, NA.(Del lat. profanus) 1. adj. Que no es sagrado ni sirve a usos sagrados, sino puramente secular. 2. adj. Que no demuestra el respeto debido a las cosas sagradas. 3. adj. Que carece de conocimientos y autoridad en una materia.
9/28/2010
Hipopotomonstrosesquipedaliofobia
9/23/2010
La planta diabólica
9/17/2010
El Infierno, según Isaac
9/12/2010
La rebelión de los herbívoros
9/07/2010
Luna de miel en Atami

Quizá la paradoja más enigmática de la llamada “revolución informática” es el aumento de la soledad derivado de una mayor comunicación.
Parece imposible, pero ahora que contamos con Internet y teléfonos celulares, lo cual nos permite mantener comunicación instantánea con otras personas, el número de individuos que se sienten solos sea cada día más grande.
Una posible causa se encuentra en el hecho de que la mayor parte de la comunicación hoy en día se realiza a distancia. Atrás quedaron los tiempos de la comunicación frente a frente.
Cada vez más, los diálogos entre las personas se llevan a cabo mediante el intercambio de mensajes de texto. Son diálogos mudos, sin voz de por medio, con lo que perdemos un elemento esencial de la comunicación humana.
Chateamos, twitteamos, compartimos información en Facebook y blogs, pero en silencio, como si viéramos una vieja película muda en donde los actores tienen que mostrar gestos exagerados para trasmitirnos el mensaje; una pantomima frenética en donde quizá se logre trasmitir el mensaje, pero donde el diálogo está ausente. Por lo tanto, la interpretación corre a cuenta de cada uno.
Y cuando esto sucede, cuando tratamos de interpretar el mensaje basados tan sólo en lo que somos (nuestras ideas, nuestras conceptos, nuestros prejuicios) la sensación de ser únicos, irremplazables e irrepetibles nos lleva invariablemente hacia la soledad.
Nos bastamos con nosotros mismos. La mera posibilidad de encontrarnos con otra persona que interprete el mundo como lo hacemos nosotros mismos se nos antoja fantástica. De esta manera se reduce nuestra capacidad de relacionarnos con los demás, ya que no estamos dispuestos a aceptar otra interpretación diferente; o quizá si aceptemos otra interpretación diferente, pero tememos que la nuestra no sea aceptada.
En países como el nuestro, donde la penetración de la revolución informática todavía no es tan profunda, persisten los contactos humanos y la sensación de soledad no es tan fuerte.
No así en Japón, en donde la informática reina en un ambiente de estancamiento económico y una población cada vez más vieja, menos capaz de relacionarse entre si y más solitaria.
Un artículo de The Wall Street Journal da cuenta de uno de estos casos. Lo presentan bajo el concepto de “Sólo en Japón…”, como si fuera un hecho aislado que sólo puede ocurrir en la tierra de Godzilla y Poquemón. Pero no es así; su significado es profundo y terrible. Es tal vez la imagen del futuro que nos espera a todos.
El artículo del WSJ trata sobre Atami, un destino turístico japonés que fue muy popular entre los recién casados de los años sesentas del sigo pasado, quienes lo escogían para su luna de miel.
Ahora, en estos tiempos de estancamiento económico y alta tecnología, los promotores de Atami lanzaron una campaña turística destinada a atraer a un nuevo tipo de lunamieleros: hombres jóvenes solteros, cuyas novias las llevan dentro de un estuche de mano.
Son los entusiastas de LovePlus+, un juego de simulación de Nintendo DS que recrea la experiencia de un romance adolescente.
Una vez que el jugador escoge una de tres chicas disponibles, inicia una relación con ella, lo que incluye paseos tomados de la mano y citas después de las clases. El propósito del juego no es sólo escoger a la chica, sino mantener la relación.
Se puede sincronizar LovePlus+ con la fecha y hora reales, lo que permite mantener la relación en tiempo real. Así, la novia de caricatura se levanta, va al colegio, come y duerme a la misma hora que el jugador. Todo se realiza por medio de suaves golpes de stylus sobre la pantalla. Incluso se cuenta con un micrófono que permite mantener conversaciones entre los novios.
Como toda relación, el juego tiene sus retos. Hay que ganar “puntos de novio” completando algunos retos del juego, como hacer la tarea o ejercitarse.
La recompensa del jugador que ha ganado los suficientes “puntos de novio” es un fin de semana virtual en Atami. En LovePlus+, la pareja visita los lugares de interés del centro turístico virtual y se aloja en el elegante Hotel Ohnoya.
Son tantos los entusiastas de LovePlus+ (la mayoría hombres entre sus veintes o treintas) que los promotores del Atami real vieron una oportunidad y lanzaron su campaña en Julio pasado. Cerca de mil quinientos entusiastas de LovePlus+ acudieron al llamado.
Organizados como son, los habitantes de Atami recibieron instrucciones sobre cómo tratar a los recién llegados. Así, por ejemplo, los empleados del Hotel Ohnoya real son instruidos para registrar al jugador de LovePlus+ como si fuera una pareja.
Incluso ha habido jugadores que pagaron una habitación doble (que puede llegar a costar $500 dólares) para llevar su fantasía más lejos.
Una vez establecidos, a los jugadores se les puede ver paseando por Atami, reconociendo lugares ya vistos en el Atami virtual o comiendo unos pasteles especialmente hechos para ellos y sus novias virtuales mientras toquetean la pantalla del Nintendo DS con su stylus.
El japonés tiene la particularidad de interpretar la realidad a partir de una imagen. Admira la foto de la Torre Eiffel más que a la Torre Eiffel misma. Cuando está de turista, ve la realidad a través de la pantalla de la cámara. No es sino hasta llegar a su casa que los cientos de imágenes del viaje tomadas se convierten en la experiencia del viaje (es por eso que el Manga es tan popular en Japón. Las imágenes de sus héroes y heroínas, con sus grandes ojos, su minúscula boca y sus expresiones exageradas de emociones son para ellos tan reales que no les es difícil aceptar una caricatura como algo real).
Pero ni siquiera esto explica el tremendo patetismo que destilan los entusiastas del juego LovePlus+ en la Atami real cuando se registran como pareja en el Hotel Ohnoya, salen a caminar con sus ropas citadinas o comparten pasteles con sus novias de videojuego.
Porque no estamos hablando aquí de personas perturbadas mentalmente. Estamos hablando de hombres jóvenes que perdieron su capacidad de relacionarse con los demás, principalmente con las mujeres. Y lo peor de todo es que este fenómeno no es el único que afecta actualmente a los hombres jóvenes en Japón: también están los chicos come-pasto u hombres herbívoros (soshoku-danshi) de los que hablaré en un próximo post).
Los entusiastas de LovePlus+ son conscientes de su comportamiento inusual. Saben que su relación de “noviazgo” se da entre una persona real (ellos mismos) y una caricatura virtual. El problema aquí es que no les importa. Prefieren el aislamiento social o la burla a intentar superar su incapacidad para relacionarse con los demás.
Después de todo, en LovePlus+ ellos son los que mandan. Quizá tengan una pelea con Manaka, Rinko o Nene, pero en última instancia ellas son criaturas virtuales, no mujeres a las que se pueda herir… ni ser heridos por ellas.
Es muy difícil establecer el grado de culpabilidad de las nuevas tecnologías informáticas y de entretenimiento en la pérdida de la capacidad para relacionarse de los jóvenes japoneses, porque si un juego como LovePlus+ fue posible, es porque sus creadores vieron un nicho de mercado que podía ser cubierto por ellos.
Por otro lado (y esto es lo más seguro) quizá los creadores de LovePlus+ hayan diseñado el juego pensando que éste les serviría a esos jóvenes solitarios como una especie de entrenamiento para establecer una relación real con las mujeres.
De lo que no cabe duda es que Japón —con su estancamiento económico, su población envejecida, su elevado estándar de vida y su manía tecnológica— se ha convertido en un laboratorio donde se lleva a cabo un experimento social cuyos resultados preliminares estamos viendo ahora.
Y créanme, no auguran nada alentador.
9/05/2010
Un baobab en Argentina
Murió Germán Dehesa.
A mí, como a la mayoría (incluso al él mismo) su muerte me tomó por sorpresa. Sin embargo, aún y cuando fue hasta el 25 de Agosto que anunció públicamente que tenía cáncer, en su columna del 9 de Agosto ya nos adelantaba que algo andaba mal.
Como puede verse, yo seguí su columna desde hace muchos años. Pero eso no significa que fuera su fan (mi admiración la reservo para gente como Sergio Sarmiento y Juan Villoro). Lo que me gustaba de Germán Dehesa y que hacía que leyera sus columnas era su amor a la vida y su amor por Jorge Luis Borges, amores ambos que comparto.
Fue precisamente éste último amor el que me llevó a tener mi primer y único contacto con Germán Dehesa. Sucedió que éste viajó a Argentina para seguir los pasos de Borges y escribió un paseo imaginario de Borges por Buenos Aires. En dicho paseo, el escritor llegaba a un parque y se sentaba a la sombra de un baobab.
Días después, Germán Dehesa presentaba una fe de erratas y decía que fue un error de su parte haber confundido un baobab con un simple árbol gomero. Esto sí que no se lo aguanté y le escribí el siguiente correo:
Estimado Germán:
Así que ahora resulta que el baobab era un árbol gomero y que todo fue un "imperdonable error" de su parte. ¿Cómo está eso? (Como diría el inolvidable clavillazo: ¡Nuuunca me haga eso!)
Para la gran mayoría de sus lectores, su viaje a la Argentina no pasó de ser una ocasión más para disfrutar con su divertida prosa. No para mí.
Yo sí sé lo que representó para usted el viajar hasta el fin del mundo (recuerde que estuvo en Ushuaia) para recorrer, en Buenos Aires, invisibles senderos frecuentados por un poeta ciego. También sé lo que lo llevó a buscar la visión de un hombre en una esquina rosada y la mirada de un tigre.
Lo sé porque también yo soy discípulo de Borges. A éste lo descubrí por azar cuando yo tenía unos dieciséis años y visitaba durante las vacaciones de verano la biblioteca del CUM. (Terra ignota, dicho sea de paso, ya que yo pertenecía a las huestes lasallistas en aquellos días).
No recuerdo qué fue lo primero que leí de Borges, pero desde ese momento quedé prendado. Además, sin saberlo, pasé a formar parte de una minoría selecta. Porque hay que reconocerlo: en este país habemos muy pocos borgeanos.
Por ello me alegró bastante el que usted emprendiera un viaje de búsqueda que yo mismo he soñado con realizar algún día. Siempre he disfrutado con sus escritos, pero ahora realmente gocé con su crónica tras los pasos de Borges, sobre todo con "Un viejo pasea", donde menciona al baobab y se reúne con Borges bajo su sombra.
¡Y ahora me sale con que siempre no, que no hay baobab! No se deje confundir por comentarios de gente que no estuvo con usted y que no aman a Borges.
Le diré lo que creo que realmente pasó: En Buenos Aires, usted llegó a un parquecito dedicado a Francisco Mitre y se sentó a la sombra de un baobab. Y este baobab existe porque usted lo produjo. Me explicaré.
Como usted muy bien sabe, Borges nos narra que en Tlön no es infrecuente la duplicación de objetos perdidos. Estos objetos secundarios se llaman "hrönir" y su metódica elaboración ha permitido interrogar y modificar el pasado.
Sin embargo, continúa Borges, existe algo más extraño y puro que todo "hrön" y es el "ur": la cosa producida por sugestión, el objeto elucido por la esperanza.
Pues bien, yo sostengo que fue su devoción por Borges (la cual comparto) lo que le llevó a usted a producir un "ur": el baobab.
Así que para mí, y gracias a usted, Argentina cuenta con un parquecito donde existe un baobab que todavía conserva la sombra de Jorge Luis Borges.
Saludos,
Jaime.
Por supuesto, no esperaba respuesta de parte de Germán Dehesa. Por ello me sorprendí cuando recibí la siguiente respuesta:
Estimado Jaime:
Me conmovió mucho tu correo y te agradezco que "te hayas puesto en mis zapatos". Es muy grato encontrar a una persona que comulga con uno en algo tan entrañable. Gracias, amigo.
Un abrazo,
Germán Dehesa.
Días después, Germán Dehesa escribió una columna en donde devolvía el baobab a su lugar de origen, el parquecito dedicado a Francisco Mitre.
Murió Germán Dehesa. Murió un amigo al que ayudé a replantar un baobab en Buenos Aires, en donde Borges meditaba a su sombra. Lo extrañaré.
9/03/2010
...Ni los hombres de Marte
“Entonces Yavé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Y le quitó una de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yavé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada”. (Génesis 2, 21-23)
Desde ahí empezó el problema. Después de poner nombre a todos los animales, al idiota de Adán no se le ocurre algo mejor que también ponerle nombre a la chica que Dios le llevó. ¿Por qué no presentarse simplemente y dejar que la recién llegada dijera su nombre?
¡Ah, no!, el muy torpe tenía que llamarla “mujer, porque del varón ha sido tomada” (nunca me ha quedado claro cómo Adán pudo darse cuenta de ello si estaba dormido), perdiendo así quizá la única oportunidad que tuvieron los hombres de ser vistos por las mujeres de manera diferente.
Porque así como vimos que las mujeres son juzgadas en base a simples mitos, también a los hombres se nos juzga de la misma manera, con el agravante de que al juzgarnos se utiliza muy “mala leche” lo cual, dicho sea de paso, es una especialidad femenina.
El mito más popular sobre el género masculino (cualquier encuesta de oficina lo confirma) es aquel que dice: Todos los hombres son iguales.
En serio. Cuando se reúnen dos o más mujeres y la plática deriva al asunto masculino, la conclusión a la que llegan invariablemente es que todos los hombres somos iguales. Pero no iguales en cuanto al valor o caballerosidad, sino iguales en tanto a que todos somos unos cerdos. La conclusión es tajante: no sólo no existe un hombre que sea mejor que otro, todos somos peores que los demás. Los ejemplos abundan, y cada mujer en particular tiene los suyos.
Admito que como género tenemos comportamientos muy similares, pero eso no es excusa para igualar un hombre en particular a todos los demás hombres.
Otro de los mitos es el que dice que los hombres nunca maduramos. ¡Por supuesto que los hombres maduramos!, sólo que nunca dejamos de comportarnos como niños.
Esto es un misterio para las mujeres, que a partir de los once años comienzan un proceso de maduración acelerada que culmina unos cinco años después, cuando se convierten en las criaturas más aburridas del planeta después de los moluscos.
Por ejemplo, no muestran interés alguno en ver programas como “A prueba de todo” en donde Bear Grylls nos enseña cómo podemos aprovechar el agua que contiene la popó de algún hervívoro para sobrevivir en el Sahara o cómo alimentarse de larvas de gusano para no perecer en la selva amazónica.
Para las mujeres ver esos programas es perder el tiempo. Razonan, con lucidez femenina, que siendo tan remota la posibilidad que nos encontremos algún día extraviados en el desierto del Sahara o en la selva amazónica, no tiene sentido aprender esas cosas. (Y tienen razón, por supuesto. Pero aún así, los hombres nos preguntamos: ¿y qué si algún día me pierdo en algún lugar sin agua o en un ambiente selvático?).
Aquí está la diferencia fundamental de enfoque entre mujeres y hombres (y también es la razón principal por la que entre los exploradores famosos no haya mujeres). Además, ayuda a entender el por qué las mujeres no destacan tanto como los hombres en los ámbitos de los descubrimientos científicos y el desarrollo tecnológico.
No es que los hombres seamos más inteligentes que las mujeres, no. Las mujeres son tanto o más inteligentes que los hombres. Pero eso que ellas interpretan como un comportamiento infantil de los hombres es (aunque usted no lo crea) la clave del progreso humano.
¿A quién si no a un hombre se le ocurriría utilizar un líquido inflamable como la gasolina para impulsar un motor, o saltar de un avión con un pedazo de tela unido por cuerdas a una mochila, o utilizar el veneno más potente conocido en la naturaleza (la toxina botulínica) para evitar arrugas en la cara?
Sólo los hombres son tan infantiles —o tan idiotas— para combinar elementos peligrosos y sentarse “a ver qué sucede”. Para las mujeres, el mundo tal como lo vemos actualmente está completo; para los hombres, es un mundo incompleto que aún no es lo demasiado rápido, lo demasiado amplio ni lo demasiado alto para estar conformes.
Por eso los hombres, por más maduros que seamos, nunca dejamos de ser niños. No es que seamos infantiles, sino que somos inconformistas.
Otro de los mitos populares es aquél que dice que los hombres sólo piensan en sexo. ¡Eso no es verdad! Los hombres no pensamos todo el tiempo en sexo; también pensamos en… en… ¡En otras cosas!
La verdad es que este mito es todo un problema para los hombres, ya que como se tiende a pensar que todos somos iguales, al final quedamos como unos zombis: sin voluntad propia para resistir nuestros más bajos impulsos sexuales.
Por desgracia, hay muchos hombres —quizá demasiados— que se creen a pie juntillas este mito y usan su supuesta “hiper-sexualidad” como excusa para abusar de las mujeres.
Porque realmente los hombres no son más sexuales que las mujeres, sólo varía (otra vez) el enfoque que tenemos ambos del sexo.
Siendo hombre, no soy capaz de expresar aquí lo que el sexo representa para las mujeres, ya que, aunque me he adentrado bastante en la psique femenina, en su mayor parte es aún terra incognita para mí. Sólo puedo decirles que los hombres sí le damos al sexo una mayor importancia que la que se merece.
Con los años, esa importancia empieza a perder sentido ya que, como dicen por ahí, no es lo mismo “Los tres mosqueteros” que “Veinte años después”. Es por eso que, poco antes de llegar a los cincuenta años, esa diferencia tan abismal que parece existir entre hombres y mujeres parece que empieza a cerrarse.
Con la edad, el hombre se da cuenta de que en realidad no es tan diferente a la mujer, y que ambos comparten un camino y un destino tan similar que resulta una tontería considerar las diferencias y no las coincidencias.
Que quede claro: Las mujeres no son de Venus ni los hombres de Marte.
Ambos pertenecen a la Tierra, para bien o para mal.