5/27/2010

La cucaracha

¡Legalicen las drogas! Este es un clamor que se escucha cada vez con más fuerza en ambos lados de la frontera. Cada día son más las personas (sobre todo en los Estados Unidos) que apoyan la iniciativa de legalizar las drogas, empezando por la marihuana.

En México, es la violencia la que le da fuerza al argumento pro-legalización. Dado que el uso de drogas está prohibido —se argumenta— esto encarece el producto y es un incentivo muy grande para los criminales. Si se legalizara su uso, las drogas bajarían de precio y ya no serían un negocio tan atractivo, lo cual se traducirá en la desaparición de la violencia. Además, según los entendidos, la marihuana representa cerca del 40% de los ingresos de los cárteles de la droga.

En los EEUU, por su parte, es la libertad individual la que da fuerza al argumento, el cual se puede expresar de la siguiente forma: “Toda persona adulta es libre de usar su cuerpo de la manera que mejor le parezca, incluido el tomar drogas, siempre y cuando no vulnere los derechos de terceros”. (Aún y cuando por principios estoy totalmente de acuerdo con este argumento, difícilmente se puede concebir algo más opuesto a la libertad que engancharse a alguna droga, la que sea).

Las diferencias no terminan ahí. Mientras la gran mayoría de los mexicanos consideran a la marihuana como una droga realmente nociva —popularmente se les llama “marihuanos” a todos aquellos que presentan un estado mental alterado que no sea producto de la ingesta de alcohol— para los gringos (utilizo este término por cuestiones de brevedad) la marihuana “It’s just a plant that makes you giggle and eat junk food”, o sea, es sólo una planta que te hace reír y comer comida chatarra.

¿Quién tiene la razón, los gringos o los mexicanos? Como en todos los asuntos complejos (y pocos asuntos son tan complejos como el de las drogas) ambos pueblos tienen sólo parte de razón. Y esto se debe a que sus argumentaciones se basan en gran parte en lo que los gringos llaman “wishful thinking” y los mexicanos “ilusiones”.

Empecemos con los puntos de vista de los gringos, que son los principales promotores de la legalización de la marihuana.

Limos & Pot:

Como todos los pueblos, los gringos tienen sus ideas fetiche. Para ellos no hay nada que supere en elegancia al viajar en una limosina, ni mayor expresión de rebelión que fumar marihuana.

La primera de estas ideas se halla íntimamente ligada con una noción muy USA: “entre más grande, mejor”. Esto los ha llevado a erigir rascacielos enormes, construir anchas autopistas y, en general, a realizar portentosas obras de ingeniería. Pero también ha ocasionado las gigantescas porciones de comida que sirven en los restaurantes (y que afectan la salud de sus ciudadanos) y el derroche de energía para operar vehículos extravagantes, como los “Hummer” (que tuvieron que vender a los chinos) o estructuras enormes, como los casinos de Las Vegas.

La idea de la rebelión al establishment al fumar marihuana les viene desde los años sesenta del siglo pasado, cuando surge el llamado movimiento “hippie” como una reacción a la guerra de Vietnam. Estos también fueron los años de la lucha por los derechos civiles, del asesinato de JFK, la liberación sexual y de la guerra fría con los rusos. Posteriormente fueron superados estas luchas y estos miedos (o más bien se cambiaron por otras luchas y otros miedos), pero la idea de rebelarse fumando marihuana se quedó.

Vista de cerca, esta “rebelión” se adapta perfectamente a la forma de ser de los gringos. Es muy individualista, se realiza en forma privada y no ataca o amenaza a las Instituciones. En otras palabras, es cualquier cosa menos una rebelión.

Que esto es verdad puede comprobarse fácilmente, ya que estudios recientes muestran que el grupo de edad que muestra el mayor incremento en consumo es el de los llamados “baby boomers”: De acuerdo a un estudio de 2007 publicado por la Encuesta Nacional de Uso de Drogas y Salud de los EEUU, casi el 6% de todos los adultos de entre 50 y 59 años dijeron haber fumado marihuana el año anterior.

Si hasta los abuelos se suben al “pot train” no debe de sorprendernos que el asunto de la legalización esté tan candente en los Estados Unidos actualmente. Menos sorprendente aun es el hecho de que el estado de California es el que lidera los esfuerzos de legalización de la marihuana. Para el próximo mes de noviembre se espera una votación sobre la legalización que puede resultar crucial para el futuro de la droga en los Estados Unidos y, por ende, en México.

California tiene una tradición liberal y enfrenta serios problemas de presupuesto. Estas dos características han hecho del estado el motor principal de los esfuerzos pro-legalización.

Fue precisamente en el estado de California donde se dio el primer paso importante: en 1996 se legalizó el consumo de la marihuana con fines medicinales (actualmente son 13 los estados que siguen el ejemplo de California). Este ha sido el principal argumento que han esgrimido los activistas pro-legalización: la marihuana cura.

Para tal efecto se abrieron dispensarios médicos de la hierba en donde, previa presentación de receta médica, ya se podía conseguir legalmente la marihuana. Sin embargo, la ley del estado de California es muy vaga: dice que los pacientes pueden usar, sembrar o comprar marihuana con fines medicinales, pero no autoriza específicamente a nadie para empezar un negocio de marihuana. Esto hizo que de los aproximadamente 1,000 dispensarios que se abrieron (¡tan sólo en el condado de Los Ángeles!) desde 2002 hoy estén amenazados por los gobiernos locales, que están argumentando que la ley sólo permite negocios sin fines de lucro.

Lucro. Este concepto es el que últimamente la ha dado un gran impulso al proceso de legalización en los EEUU. Para nadie es un secreto que los gringos (como el resto del mundo) aún están lejos de recuperarse de la terrible crisis financiera de 2009 y que el estado de California es uno de los más afectados.

Así que, ¿por qué no legalizar la marihuana? De esta manera se puede controlar su uso y con ello obtener ingresos por medio de impuestos. Al legalizar la marihuana, todos salen ganando.

¿Dónde está la falla, pues? ¿Dónde el wishful thinking que mencioné en un principio?

Como todas las propuestas, la legalización de la marihuana se ve muy bien en papel. Pero la realidad nos muestra otra cosa. Analicemos separadamente los dos argumentos principales del bando pro-legalización en los Estados Unidos:

No voy a discutir aquí los efectos terapéuticos de la marihuana. Han salido un sinnúmero de estudios que apoyan sus beneficios médicos. Sin embargo, dichos beneficios han sido muy exagerados por los del bando pro-legalización.

Cualquiera que haya oído hablar a un activista pro-legalización de las bondades curativas de la marihuana se dará cuenta de ello. Hasta parece que nos tratan de vender una de esas “medicinas milagro” que anuncian en la televisión (mi favorita es el “Secretagoge”, que se supone tiene que ver con la hormona del crecimiento y que sirve para curar el hígado, bajar el nivel del colesterol, retardar el envejecimiento, controlar la diabetes, ¡las canas! y quién sabe para cuántas cosas más) y que no tienen siquiera efectos secundarios.

Además, te dicen cosas como: “La marihuana no causa adicción”. “Nadie ha muerto nunca de una sobredosis de marihuana”. “El humo de la marihuana no es cancerígeno”. (Adivine el lector cuál de estas tres aseveraciones es la única verdadera).

Con tantas bondades medicinales de la marihuana uno se pregunta el por qué no la incluyen como complemento a los desayunos escolares.

Por otro lado, algo que ha demostrado la práctica de los dispensarios de marihuana para uso terapéutico es que el esquema se presta a abusos. Aunque sí hay personas que realmente necesitan de la marihuana para aliviar sus dolencias, existe un gran número de usuarios totalmente sanos que se aprovechan de la situación.

Para esto cuentan con decenas de “doctores” que por una módica cantidad de dinero recetan la milagrosa droga. “Pacientes” a los que “les duele aquí atrás de la rodilla” o que “sienten una especie de náusea o mareo cuando suben a un bote” llegan al dispensario y obtienen la dosis necesaria para “curarse”.

En lo que respecta al lado económico del asunto, todavía está por verse cómo y quiénes podrían obtener las ganancias. En lo que se presenta como una auténtica pesadilla para los liberales, se dice que las compañías tabacaleras también quieren su parte del pastel y están comprando parcelas para una eventual siembra de marihuana. Y tal vez suceda que las grandes compañías farmacéuticas también decidieran invertir en el desarrollo de nuevos fármacos que utilicen a la marihuana como principio activo (¿Se imaginan el dilema ético de un liberal ante estos movimientos económicamente razonables de sus archi-enemigos?).

En la cuestión de los impuestos a la marihuana (los cuales según sus promotores salvaría no sólo al estado de California, sino a todo el país) la cosa no se presenta menos complicada. Porque, ¿cómo gravar la marihuana?

Si se legalizara la hierba, como siempre han soñado millones de gringos marihuanos, y cada quien pudiera sembrar su marihuana para auto consumo, ¿por qué tendrían que pagar un impuesto?

Ahora bien, supongamos que sembrar hierba para auto consumo no fuera permitido. ¿Cómo gravaría el Gobierno a la marihuana? ¿Un impuesto especial como a las drogas permitidas, alcohol y tabaco? Cualquiera sabe que estos impuestos se clasifican de especiales porque llevan un ingrediente de sobre costo, supuestamente con el fin de desincentivar el consumo o cubrir “costos” por los problemas de salud derivados de su consumo.

Tomemos de ejemplo el impuesto a los cigarrillos en Estados Unidos. El impuesto federal es de $1.01 dólares por cajetilla, mientras el impuesto promedio estatal es de $1.34 por cajetilla.

Como cada estado establece su propia tasa impositiva, la cual se suma al impuesto federal, se crean serias distorsiones. Mientras el estado de Rhode Island tiene el impuesto más alto por cajetilla: $3.46, el estado de Carolina del Sur tiene el más bajo: 7 centavos. Esto hace que los fumadores busquen comprar sus cigarrillos en los estados más baratos o que acudan a los contrabandistas. (En los EEUU se calcula que hay unos 46 millones de fumadores, los cuales en su mayor parte son gentes de ingresos bajos a moderados, y un cuarto de estos fumadores están bajo la línea de pobreza).

Y si esto pasa con el tabaco, ¿alguien en su sano juicio consideraría que con la marihuana sería diferente?

Fuego cruzado:

En México, para variar, la situación es más complicada que la de los gringos. Aquí no sólo se ha visto un incremento en la adicción a las drogas, sino que la violencia generada por el tráfico de drogas ha llegado a extremos insospechados.

Ante la aparente incapacidad de las autoridades por contener la violencia, cada vez más mexicanos —incluidos un ex presidente e intelectuales— se suman al clamor de legalizar la marihuana.

Como siempre que se quiere apoyar una causa, los proponentes de la legalización basan sus argumentos en las experiencias de Holanda y, más recientemente, Portugal.

Todo el mundo sabe que en estas dos naciones europeas se ha avanzado más que nadie en la cuestión de la legalización de la marihuana (en Portugal incluso se han legalizado otras drogas más “duras”). En ambas naciones se habla de un éxito rotundo, ya que al parecer el consumo de drogas no se ha disparado y la violencia asociada a las drogas se ha reducido drásticamente.

Sin embargo, tomar las experiencias holandesa o portuguesa como ejemplos a seguir no tiene mucho sentido en el caso de México.

El problema no está, como muchos piensan, en que esas dos naciones europeas tienen una cultura diferente de la nuestra. Por supuesto que las diferencias culturales entre Europa y México cuentan, pero no está ahí la clave.

La clave es que esas dos naciones europeas son consumidoras y no productoras, como es el caso de México.

Una queja muy común que se oye en México es que el por qué no se capturan narcos en los Estados Unidos. ¿Qué no hay narcos allá? ¡Por supuesto que hay narcos en los EEUU! No sólo hay muchos más narcos en los EEUU que en México, sino que, según estimaciones de la Casa Blanca, noventa centavos de cada dólar producto del narcotráfico se quedan en los Estados Unidos. ¿Entonces?

Entonces resulta que lo que pasa es que Estados Unidos también es un país consumidor, como Holanda y Portugal. Y en los países consumidores la violencia derivada del narco es muy diferente a la de un país productor como México, o como Colombia.

En esos países consumidores la mayor parte de los delitos narcos tienen que ver con daños a la propiedad, asaltos con violencia o robos perpetuados por adictos. El crimen organizado se realiza en las sombras. Los sobornos se reparten a todos los niveles del gobierno y de la sociedad. Los territorios se negocian entre bandas. La violencia existe, pero esta se lleva a cabo en parajes aislados o en callejones oscuros. Los cadáveres desaparecen, no se exhiben.

La violencia que padecemos en México actualmente tiene que ver (además de ser un país productor) con la crisis económica en los EEUU y con las acciones que ha emprendido el gobierno contra el narco.

Como todo el mundo, los narcos también han sufrido con la crisis económica global. No son inmunes ante la pérdida del poder adquisitivo que han tenido los gringos. Además, con la paranoia que se cargan nuestros vecinos del norte, cada día se hace más difícil traficar la droga hacia ese país.

Y como el mercado interno (aunque ha crecido) no alcanza para absorber la droga que no se puede cruzar por la frontera, entonces los narcos tuvieron que diversificar sus acciones. De ahí los secuestros y las extorsiones, los robos de vehículos, la piratería.

El narcotráfico en México tiene una larga historia. No es un fenómeno nuevo. Tampoco es producto de la falta de oportunidades, bajo nivel de educación, desigualdades sociales o crisis económicas internas. México siempre ha tenido esos factores presentes. Y estos han sido casi una constante en los últimos 35 años.

Aunque pueda sonar extraño, en sí mismo el narcotráfico no es un negocio violento (con esto me refiero a la violencia contra la población civil que vemos actualmente).

Durante los años setenta, ochenta y noventa del siglo pasado y hasta los primeros cinco años del presente siglo, el negocio del narcotráfico estuvo presente en la vida nacional. Y salvo algunas zonas como Culiacán, Sinaloa y Tijuana, Baja California, en donde el narco era una actividad casi se podría decir “cotidiana”, en el resto de los estados mexicanos ni nos enterábamos que enormes cantidades de drogas eran transportadas a los EEUU.

Por último, aunque la mayoría de los mexicanos no lo aceptan, las acciones del gobierno sí han tenido un fuerte impacto en las organizaciones criminales. Es mentira eso de que si cae un capo, otro ocupa de inmediato su lugar. Literalmente puede ser cierto, pero en la práctica aún entre los narcos hay gentes capaces y gentes que no lo son.

No me meto a especular qué pasaría en México si se legalizara la marihuana y el Gobierno se propusiera gravarla con un impuesto. Esto porque en el México actual es muy difícil definir al crimen organizado. ¿Quiénes lo conforman?: ¿Los narcos y secuestradores? ¿Los diputados y senadores? (La respuesta la dejo abierta al lector).

Por lo que hemos comentado hasta aquí podemos concluir que legalizar la marihuana no es la panacea que todo el mundo (o muchos, al menos) espera. Es posible que la legalización traiga consigo algunos beneficios, pero que éstos superen a los actuales problemas…

Y eso que no hablamos de lo que los narcos (los de aquí y los de Estados Unidos) harían en caso que la marihuana fuera legalizada.

Una cosa es cierta: no se quedarían cruzados de brazos viendo como otros les arrebatan su negocio, cantando aquella vieja canción que dice:

“La cucaracha, la cucaracha/

ya no puede caminar/

Porque le falta, porque no tiene/

marihuana que fumar…/

5/20/2010

3D: Dinero, Dinero, Dinero

Cuando yo era niño, un View-Master era un regalo popular en Navidad. El View-Master era un visor de plástico con una delgada ranura en su parte superior, en la cual se introducía un disco de cartón con 14 filminas pequeñas dentro de su circunferencia.

Acercabas el aparato a tus ojos y deslizabas hacia abajo una palanca, con lo cual el disco giraba y podías disfrutar de una visión en tres dimensiones de paisajes, programas de T.V. e incluso películas.

Por supuesto, como sólo veías siete escenas por disco, y cada programa de T.V. o película venía en tres discos, no se podía decir que habías visto un programa de “Misión imposible” en 3D, sino más bien que habías visto 21 escenas de “Misión imposible” en 3D.

Cuando ya era más grande, a principios de los años 90, se pusieron de moda los llamados estereogramas. Hasta ese momento, éstos se hacían yuxtaponiendo en una hoja de papel dos fotos tomadas en ángulos ligeramente diferentes. Con la llegada de las computadoras a inicios de los años 90 ya no fueron necesarias las fotos y pudieron ser creados fácilmente con programas de computadora llamados EPA (Estereograma de Puntos Aleatorios).

Los estereogramas aprovechaban la ilusión óptica basada en la capacidad que tienen los ojos de captar imágenes desde distintos puntos de vista.

Como se basaba en una ilusión óptica, para ver un estereograma en tercera dimensión lo principal era entender el resultado esperado, ya que a simple vista no veías sino muchas rayitas sin sentido que formaban una imagen borrosa.

La idea básica era desenfocar la vista de la imagen, de tal manera que fueran captadas ambas perspectivas. Algunos recomendaban mirar al infinito, es decir, fijar la vista en un objeto distante y, sin desenfocar, tratar de mirar la imagen. Otros preferían fijar la vista en un dedo mientras se acercaba lentamente hacia la imagen, o trataban de observar el reflejo de la imagen en un vidrio. El resultado dependía de cada uno y de su condición visual.

Si con 21 escenas de “Misión imposible” era difícil entender la trama de todo el programa, con los estereogramas era casi imposible ver algún resultado. No sé cuántos estereogramas vi en esa época, llevando a mis cansados ojos al límite, enfocando, desenfocando o viendo las malditas imágenes como si las fuera a traspasar con la mirada.

Sólo una vez tuve éxito al ver un estereograma… un éxito parcial: Me dijeron que lo que tenía que ver era una pirámide. Así que tomé la hoja con la imagen y, después de como cinco minutos de mirarla fijamente, por fin apareció la pirámide en todo su esplendor en 3D. El problema fue que vi la pirámide en 3D, ¡pero de cabeza! Esto es, en vez de que el dibujo de la pirámide se elevara de la hoja, se hundía en ésta. Era como ver un agujero con forma piramidal. No fue lo que esperaba, pero de todos modos fue una experiencia “cool”.

Después de estas dos experiencias con la 3D creí que ya nunca más me iba a encontrar con ésta de nuevo. Pero llegó “Avatar” y… la 3D parece haber vuelto por sus fueros.

La película de James Cameron causó en los ejecutivos de los estudios cinematográficos de Hollywood el efecto del “vecino envidioso”: todos se apresuraron a intentar copiar el enorme éxito de “Avatar”, convirtiendo apresuradamente películas filmadas en 2D al nuevo formato en 3D aunque no le agregaran nada, como en “Alicia en el país de las Maravillas” de Tim Burton o la convirtieran en un fiasco, como el remake de “Furia de Titanes”.

De “Avatar” no tengo mucho que decir, ya que no la he visto más que unos 20 minutos y no soy lo que se dice un fan de James Cameron. Con decirles que soy quizá el único en todo el hemisferio occidental que no ha visto “Titanic”.

(En realidad nunca he entendido la fijación que tiene todo el mundo con el naufragio del Titanic. Para mí, ningún naufragio supera a la tragedia del trasatlántico alemán Wilhelm Gustloff, hundido por torpedos soviéticos el 30 de enero de 1945. A bordo del buque se encontraban más de 10,000 personas, en su mayoría mujeres y niños, pero también había heridos, participantes de las batallas contra el Ejército Rojo. Murieron 8,000 personas. 6,477 más que en el Titanic. Y aquí no fue “la arrogancia del hombre” contra la naturaleza; fue la crueldad del hombre contra el hombre. Esa es una historia digna de ser contada y llevada al cine. Las víctimas del Wilhelm Gustloff no se merecen su doble hundimiento: en el mar y en la Historia).

James Cameron es más un genio tecnológico y un experto en mercadeo que un director de cine. Sus películas pueden ser visualmente estupendas, pero en cuestión de narrativa, de historia, dejan mucho que desear.

¿Qué fue entonces lo que hizo babear a los ejecutivos de Hollywood? Simple: “Avatar” ha recaudado a la fecha más de dos mil millones de dólares, siendo la película más taquillera después de… “Titanic”. Ha sido tan grande su éxito monetario, que el mismo James Cameron está pensando en sacar una versión en 3D de ésta última.

La pregunta aquí es: ¿realmente hace falta la 3D?

Si bien algunas películas pueden ganar atractivo (o disimular una falta de buena narrativa, como en el caso de “Avatar”) al utilizar la 3D, la mayoría de las películas no lo necesitan.

La 3D no aporta nada a la experiencia cinematográfica. No se le puede comparar siquiera con la llegada del sonido o el color al cine, ya que en muchos casos es más bien un estorbo que un valor agregado.

Incluso, está demostrado que la experiencia cinematográfica puede prescindir del sonido o del color. Pensemos por ejemplo en la película “Metrópolis” del director alemán Fritz Lang que se estrenó en 1927, antes de la llegada del sonido.

Nadie quien haya visto “Metrópolis” se podrá quejar que la falta de color o sonido le restan atractivo a la película. Al contrario, quizá sea la falta de esos dos elementos lo que le da su enorme fuerza, su belleza.

Fritz Lang murió en 1976 a los 85 años. A los 39 años emigró a los Estados Unidos y desde mediados de 1930 trabajó en Hollywood, siendo uno de los principales artífices del género conocido como cine negro. Siendo el genio de director que era, nunca se le ocurrió siquiera incluir el sonido o el color a su obra maestra. ¿Para qué?

Si cambiamos a James Cameron por Fritz Lang e imaginamos que el primero hubiera sido el director de “Metrópolis” (sé que es mucho pedir, pero es sólo un supuesto) ¿qué hubiera hecho James Cameron con su película al emigrar —el tipo es canadiense— a los Estados Unidos?

Lo más seguro es que nada más contara con la tecnología necesaria, le hubiera incluido el sonido y el color, pensando que con ello mejoraba a “Metrópolis”, lo que le haría ganar más dinero. Esa es la diferencia que hay entre un gran director como Fritz Lang y un gran técnico como James Cameron. El primero es un artista, el segundo un mercader.

Esta tendencia actual de querer cambiar el formato de las películas de 2D a 3D tiene sus antecedentes. En el año 1986 se desató una polémica a nivel mundial cuando en los Estados Unidos se empezaron a colorear películas filmadas originalmente en blanco y negro.

Como señalaba un artículo aparecido el siete de agosto de 1986 en el New York Times: “Los detractores de la coloración de películas en blanco y negro, procedimiento que se está utilizando en EE UU, sostienen que este proceso sirve tan sólo para degradar obras de arte, y lo comparan con pintar una estatua griega con un lápiz de labios. Los defensores del sistema, por el contrario, ven en él una mina de oro, puesto que permite el reciclaje de películas antiguas con la vista puesta en la obtención de grandes beneficios. Entre los detractores de la coloración de filmes en blanco y negro se encuentran grandes directores de películas históricas. John Huston y Woody Allen están también en contra”.

Como puede verse, no hay nada nuevo bajo el sol. A mi juicio, el problema más grave de la nueva fiebre de 3D no es sólo su nulo aporte a la experiencia cinematográfica, sino el que se esté hablando de la televisión en 3D.

Si el cine no gana nada con la 3D, la televisión menos. ¿Qué puede tener de atractivo ver el noticiero de Joaquín López Dóriga, con su cara de palo y sus corbatas horrorosas, en 3D? Y además usando unos incómodos lentes. Y sin poder moverte. Y desde cierto ángulo…

La verdad es que me dan ganas de olvidarme del cine y la televisión y ponerme mejor a buscar esos estereogramas que debo tener guardados por ahí.

Estoy seguro que ahora sí podré ver a una pirámide elevarse del papel.

5/14/2010

Agustín Carstens y el fenómeno OVNI


La relación que guarda el actual gobernador del Banco de México con los extraterrestres es, hasta donde tengo conocimiento, nula. Sin embargo, si tomamos en cuenta el hecho de que un OVNI por definición no tiene por qué ser de origen extraterrestre y que dicho acrónimo puede ser utilizado para describir otra cosa, entonces la cosa cambia.

No voy a escribir aquí ni de finanzas nacionales ni de alienígenas, sino a denunciar un acto de discriminación de dimensiones planetarias: Obesos Viviendo una Nueva Inquisición.

No es nada fácil para mí hablar de este nuevo fenómeno OVNI, ya que en cuestión de masa corporal estoy en el extremo opuesto de la obesidad. Soy muy delgado y peso lo mismo que hace veinte años. Sin embargo, me molesta sobremanera que otro grupo de la sociedad esté siendo atacado sistemáticamente.

Primero se fueron contra los fumadores, ahora están contra los obesos. ¿Quiénes vendrán a continuación? ¿Los feos?, ¿los que consumen carne?, ¿los miopes?... Porque, puestos a segregar, cualquiera de estos calificaría para la persecución.

Lo único que necesita el Gobierno (y por Gobierno me refiero a todos los implicados en el proceso de gobernar, sin distinguir partidos, niveles ni cargos) es encontrar algo que suene políticamente correcto y tratar de vender la idea de que si se los persigue es “por su propio bien”. Por otra parte, los ciudadanos siempre están echando pestes de su Gobierno pero, basta con que éste señale a algún grupo y ¡ay!, todos se unen a la persecución.

Las armas que se utilizan son siempre las mismas: la ignorancia de las masas y estadísticas sin sustento. Para muestra basta un botón. En un artículo aparecido en Milenio.com esta semana se hablaba del “box lunch”, engendro lingüístico creado por las secretarías de Salud y Educación, cuyo propósito es sacar de las escuelas públicas la “comida chatarra”, los refrescos y las bebidas azucaradas a partir del próximo ciclo escolar.

El “box lunch” se conformará, entre otras cosas, por una manzana, un sope “no frito”, un sándwich de atún y una botella de agua.

Esto se hizo, según el artículo, porque “de acuerdo con investigaciones sanitarias, los niños llegan a consumir en el recreo de media hora 2 mil calorías diarias, es decir, 10 mil calorías de lunes a viernes, sin considerar el desayuno, la comida y la cena”.

¡2 mil calorías en un recreo de media hora! ¡10 mil calorías acumuladas por semana! ¡Y sin contar las calorías consumidas por el niño en el desayuno, la comida y la cena!

Señores del Gobierno: Aquí estamos hablando de niños, ¡no de cetáceos!

Esto es lo que más me desespera cuando alguien trata de difamar a un grupo de personas basándose en criterios ideológicos o en prejuicios. Siempre es igual: ya se trate de atacar a los judíos o a los homosexuales o a los inmigrantes o a los fumadores o a alguna minoría étnica, siempre hay un “estudio” o una “investigación” a mano que apoya su tesis de odio.

En el ejemplo que nos ocupa, ¿quiénes elaboraron esas “investigaciones sanitarias”? ¿Cuál fue el tamaño de la muestra? ¿Qué criterios se utilizaron para medir las variables? ¿Se trató de investigadores independientes o de empleados o asesores de las secretarías de educación o de Salud, lo que implicaría un conflicto de intereses?

Si no conocemos las respuestas a esas preguntas, debemos considerar esas “investigaciones sanitarias” en su justo valor: cero. No sirven. Se mencionan sólo para dar algún sentido de verosimilitud a sus propuestas.

¡Y la gente se lo cree! La gente se cree todo lo que lee en los periódicos u oye en la radio o lee en Internet. Y eso me da mucha lástima. Y enojo.

Pero, antes de analizar la tremenda falsedad de las “investigaciones sanitarias” que llevaron a la creación del “box lunch” debemos de hacer un paréntesis y definir lo que es una caloría.

Se define a la caloría como la cantidad de energía calorífica necesaria para elevar un grado centígrado la temperatura de un gramo de agua pura, desde 14.5 °C a 15.5 °C, a una presión normal de una atmósfera. (Yo en lo personal prefiero la definición que dice que una caloría es la unidad que mide el grado de sabor de los alimentos. O sea, entre más calorías tiene un alimento, mejor es su sabor y viceversa).

La información que aparece en las etiquetas de los alimentos indica el valor energético que poseen algunos alimentos y suele expresarse en kcal/kg o también en raciones de 100 g. o en las que correspondan a una dieta normal. (Aquellos que se preocupan de estas cosas hacen la distinción entre las calorías con valor nutricional y las calorías “vacías” que no aportan nutrientes, sólo energía).

Volviendo a nuestro asunto… Si la gente dejara de aceptar lo que oye o lee sin cuestionar y se tomara la molestia de investigar, se podría encontrar con lo siguiente:

Hamburguesa = 380 calorías.

Hot-dog = 290 calorías.

Pizza (1 rebanada) = 250 calorías.

Barra de granola = 125-130 calorías.

Soda de naranja = 100 calorías.

Coca-Cola (lata) = 80 calorías.

Palomitas con mantequilla (1 taza) = 70 calorías.

Aún y cuando un niño de los que mencionan en las “investigaciones sanitarias” ingiriera todo lo anterior en un recreo de 30 minutos, su ingesta de calorías sería de 1,300 con lo cual aún le faltarían 700 calorías para llegar a la escalofriante cifra de 2,000 calorías.

No son muchos los niños que sean capaces de comerse en treinta minutos esa cantidad de comida. Además, no se están tomando en cuenta las diferencias de edades de los niños y se iguala a un alumno de primer grado de primaria con uno de segundo grado de secundaria.

Por si fuera poco, cualquier persona que esté en contacto con el sistema educativo (mi esposa es maestra de primer grado en una escuela privada) les podrá decir que la mayoría de los niños muchas veces ni siquiera tienen tiempo de comer algo en el recreo. A ellos lo que les interesa es jugar. Corren, juegan al futbol, se persiguen, saltan. Conforme avanzan de grado se vuelven más sedentarios, pero nunca al grado de pasarse los treinta minutos del recreo comiendo.

En cuanto al famoso “box lunch”…

Sándwich de atún = 122 calorías.

Sope “no frito” = 160 calorías.

Manzana = 70 calorías.

Botella de agua = 0 calorías.

“Entre otros” = ¿?

A primera vista, las 352 calorías del “box lunch” parecen adecuadas. El problema es que no se especifica en qué consiste ese “entre otros”, lo cual podría incrementar el número total de calorías.

Ahora bien, si un niño come en el recreo un hot-dog con una coca en lata estaría ingiriendo sólo 18 calorías más que con el “box lunch”. Si comiera una rebanada de pizza y se tomara un refresco de naranja estaría dos calorías por debajo del “box lunch”. También podría comerse una hamburguesa acompañada de una botella de agua (a algunos niños les gusta el agua) y sólo estaría ingiriendo 28 calorías más que con el “box lunch” (otra vez, sin tomar en cuenta el “entre otros”, con lo cual quizá quedarían empatados).

¿Por qué entonces escoger el “box lunch”? Lo único que les queda a sus proponentes es al de apelar a las famosas calorías “vacías” de la “comida chatarra”. No hay de otra.

Pero, digan lo que digan, una caloría es una caloría es una caloría.

Esa cifra de 2,000 calorías ingeridas por niño en un recreo de treinta minutos es totalmente falsa. En México existen quizá millones de familias en las que sus miembros en conjunto no alcanzan a ingerir 2,000 calorías diarias.

Si realmente se quiere combatir la “epidemia” de obesidad en México debemos de empezar por dejar de creer en estadísticas falaces e inventadas y tomar en cuenta la dignidad de las personas.

Por último, para aquellos de mis lectores que viven fuera de México, una breve aclaración final: el Dr. en economía Agustín Carstens es el actual gobernador del Banco de México (el Banco Central) y antes fungió como Secretario de Hacienda. En el ambiente de las altas finanzas sus opiniones son muy apreciadas, no sólo a nivel nacional, sino internacional. Y ha sido el peso de su inteligencia, más que el peso de su figura, el que lo ha llevado a tan altos cargos públicos.


5/08/2010

Asado de puerco

Ingredientes:

3.5 kg. de costilla de puerco cargada.

1 kg. de espinazo o de chuletas de puerco.

Aceite

Sal

1/2 vaso de agua

6 chiles anchos cocidos, hasta que se desbaraten. Reservar el agua.

1 cabeza de ajos mediana, cortada de las puntas, entera.

6 dientes de ajo pelados.

Pimienta negra recién molida.

Orégano recién molido.

Comino recién molido.

(Se muele por separado, todo en el molcajete).

5 hojas de laurel redondo.


Preparación:

Se corta la carne de puerco en bocados medianos. En una olla extendida y grande (puede ser de metal, gruesa) o un disco grande, se pone a flama alta y se coloca un poco de aceite seguido de todo el puerco. Se sala un poco y se le coloca la cabeza de ajos entera. Se le agrega el medio vaso de agua al empezar a hervir (para que la carne suelte toda la grasa). Se deja cocinar a fuego alto y cuando empieza a dorar se le baja la flama a ¾ y se fríe.

En este punto ponemos en la licuadora el chile, un poco del agua que reservamos de los chiles, los seis dientes de ajo, sal, y una pizca de comino, orégano y pimienta molidos previamente en el molcajete. Moler muy bien.

Agregar lo licuado directamente a la olla con la carne y dejar que se guise. Rectificar la sal. Ya que hirvió un poco checar cómo está de condimentos (para esto no hay medida, hay que ir probando, siempre por partes iguales, orégano, comino y pimienta, que se incorporan poco a poco. El sabor lo da la combinación de los tres). Introducir en este punto las hojas de laurel.

Si vemos que el guiso se está resecando, disolver un poco del caldo de los chiles con un poco de agua y se lo agregamos. El guiso no debe quedar muy reseco, pero tampoco aguado. En este punto bajar toda la flama y taparlo por 15 minutos para que se suavice un poco.

Se puede acompañar con arroz blanco y tortillas de maíz.

5/07/2010

Narcoproletariado

(Nota: El presente post tiene un año de antigüedad. No sé el por qué no lo incluí en estas crónicas recién lo escribí. Sin embargo, como el asunto del narco en México por desgracia sigue vigente, el post no ha perdido su actualidad. Algunas cosas pueden sonar anacrónicas, pero en su mayor parte es como si lo hubiera escrito ayer).

En Julio 2007 me fui de vacaciones a Mazatlán, Sinaloa. En mi equipaje llevaba dos libros que me compré ex profeso. Uno de ellos era “Freakonomics” de Steven Levitt y Stephen Dubner. El libro incluía un ensayo intitulado: “¿Por qué los traficantes de crack viven con sus madres?” que me llamó mucho la atención, ya que argumentaba algo que yo ya había sospechado: que ser narcotraficante no es el gran negocio como se cree popularmente.

A primera vista esto parece un sin sentido, dado el increíble monto de dinero involucrado en el negocio ilícito del narcotráfico: miles de millones de dólares que recorren el mundo por las múltiples redes del crimen organizado. ¿Cómo no puede ser esto el negocio más lucrativo de todos? Bueno, es que todo depende en dónde estés situado, si en la cima o en la base.

En enero pasado causó gran revuelo el que la revista Forbes incluyera a Joaquín Guzmán Loera, alias “el Chapo Guzmán”, entre los hombres más ricos del mundo. Esto ocasionó una enérgica protesta de la presidencia de la República, misma que fue criticada por la mayoría de comentadores políticos, intelectuales y —obviamente— por los partidos de la oposición.

El reclamo presidencial era simple: Forbes había cometido una imprudencia al enaltecer a un criminal, equiparándolo con exitosos y honrados hombres de empresa. La respuesta de sus contrarios fue también simple: ponían en entredicho no tanto el éxito, sino la supuesta honradez de algunos de los hombres de empresa ahí listados, por lo cual la inclusión del “Chapo” en la lista no se veía tan desencaminada.

¿Quién tenía la razón, el presidente o sus detractores? Por esta ocasión, el presidente Felipe Calderón. Y esto es porque el mensaje que se grabó en la mente de la gente es que el ser un narcotraficante es un muy buen negocio. (Además, la gran mayoría razonó que, ya que los narcos tenían tanto dinero, toda acción de la autoridad encaminada a combatirlos estaba condenada al fracaso).

En ese entonces pensé en escribir un post en estas crónicas apoyando el punto de vista del presidente, pero por alguna causa que no recuerdo no lo hice. Hasta que el día de ayer leí en un periódico sobre la detención de Gabriel Ayala Romero, alias “Gaby”, quien resultó ser el “zar” de la piratería en Nuevo León, ligado con los Zetas.

No ahondaré en la noticia. Sólo quiero señalar un dato importante: que por los doscientos millones de pesos recaudados por medio de extorsión y “derechos de piso” a vendedores de mercancía pirata (la mayor parte proporcionada por la banda de extorsionadores) en un periodo de ocho meses, el “Gaby” recibió una camioneta Ranger 2008 de color blanco.

En otras palabras, por organizar una banda de piratas y extorsionadores, que incluían diez laboratorios clandestinos de copiado, con sus operadores y empleados, más los encargados de recabar las extorsiones, más aquellos encargados de repartir amenazas y sobornos, por lo cual se obtuvo una ganancia en ocho meses de doscientos millones para los jefes, “Gaby” recibe ¡una camioneta!

Una de dos: o el zar de la piratería ama realmente extorsionar a la gente o rompió un récord Guinness al pagar doscientos millones de pesos por una camioneta (que muy bien hubiera podido robarse).

Y su caso no es el único: a uno de los dos presos recapturados después de la fuga de 53 reos de una cárcel de Zacatecas le pagaban sólo $6,000 mensuales por delinquir; los policías y tránsitos detenidos en Nuevo León por complicidad con el crimen organizado recibían de $3,000 a $5,000 mensuales; en las redadas en las que capturan a los tan temidos “sicarios” estos visten como mineros en paro. ¿Y vieron a la mamá del “pozolero”? A la pobre mujer la entrevistaron frente al anafre donde calentaba las frituras que vendía para sobrevivir.

Habrá alguien que objete esto, argumentando que muchos narcomenudistas y sicarios andan en automóviles y camionetas de lujo, sin tomar en cuenta que prácticamente todos esos vehículos no se los compraron ellos mismos, sino que son robados… o los recibieron de premio por haber contribuido con doscientos millones de pesos para el jefe del cártel, como en el caso del “zar” de la piratería en Nuevo León.

La realidad es que los únicos que ganan con esto del narcotráfico son los de arriba. Las bases —los narcoproletarios— se las ven negras para sobrevivir. Las condiciones laborales en Corea del Norte son una maravilla comparado a las que enfrentan nuestros sicarios y narcomenudistas: el suyo es un trabajo muy peligroso, sin seguro de gastos médicos o prestaciones. No hay vacaciones pagadas ni posibilidad de jubilarse. Los horarios son pesadísimos, ya que deben tener disponibilidad de 24 horas al día. No hay sindicatos que los protejan. No tienen derecho a renunciar ni a cobrar su finiquito, ya que si los despiden es con una bala en la nuca. Y ni a quién reclamarle.

En un artículo reciente en el periódico El Norte, Rosaura Barahona comentaba la impresión que le produjo la declaración de un “sicario” capturado en un operativo del ejército. Éste le respondió a un reportero que le preguntó el por qué mataba: “Porque matar es mi pasión” fue la respuesta.

Una respuesta que tomada al pié de la letra, como lo hizo Rosaura Barahona, causa espanto. ¿Pero realmente sentía esa pasión por matar? ¡Por supuesto que no! Lo que sucede es que el tipo ese estaba muerto de miedo ante su situación actual: lo habían capturado y sabía lo que le esperaba en la cárcel. Su respuesta era un “farol” (como dicen los españoles) dirigida no al reportero, sino a sus captores y a sus futuros compañeros de celda.

“¡Soy muy malo y más les vale que nadie se meta conmigo!” Ese es el mensaje que quería dar a entender el infeliz. Un mecanismo de defensa.

Porque salvo algunos psicópatas, los “sicarios” y demás narcos no sienten pasión por matar. Entran al narcotráfico porque lo ven como una actividad en la que es posible ganar mucho dinero en poco tiempo. ¿Y de dónde sacan esta errónea conclusión?

Es aquí donde entran a escena los medios de comunicación (y también los intelectuales y los escritores): todos presentan sólo un lado de la moneda. La información que recibimos de ellos está sesgada, dando lugar a una irrealidad acerca del narcotráfico que mucho daño causa a la sociedad, ya que no sólo altera la percepción de los ciudadanos respetuosos de la ley con respecto al conflicto, sino que sirve de base para crear falsas expectativas en aquellos que buscan una manera rápida e ilícita de conseguir dinero.

Aunque estoy en contra de toda forma de censura contra los medios o los individuos, sí me gustaría que estos dejaran de hablar por un tiempo sólo del inmenso poder y riqueza de los capos del narco, sin mencionar a aquellos que están en las bases y quienes se encargan de realizar el trabajo duro.

Porque nunca he visto un reportaje periodístico de fondo o leído un libro donde se exponga la cruda realidad de la vida del narcoproletariado. Sólo encuentro crónicas que describen a los capos del narcotráfico, con su enorme poder y riqueza.

Ahí está el multimillonario “Chapo” en la lista de Forbes como ejemplo.

Pero ¡ay! una vez que entran al “lucrativo negocio” del narcotráfico, los narcoproletarios se dan cuenta de que han caído en una trampa sin salida. Un puñado de oligarcas, allá en la cima, controla sus vidas, como en los regímenes comunistas, donde los altos jerarcas del partido son los que detentan todos los privilegios, en tanto los explotados proletarios esperan una revolución que los llevará a ellos al poder y a los privilegios.

Y la cruel realidad es que, como se ha demostrado una y otra vez, esa revolución nunca llega. Y siguen las ejecuciones. Y la desesperación. Y la maldita impotencia de saber que por más enemigos que mates, por más extorsiones que consigas, por más secuestros y robos y tráfico de drogas que hagas, nunca en tu vida saldrás en la lista de Forbes.

5/04/2010

El Cosmos desde una silla de ruedas

No cabe duda de que Stephen Hawking es un genio: no cualquier físico consigue, veintidós años después de su último gran éxito de ventas, colocar una serie en el Discovery Channel.

No se me malinterprete. Sé quién es Stephen Hawking. Conozco su trayectoria y sus logros, tanto intelectuales como personales. Sin embargo, los dos capítulos iniciales de la serie “El Universo de Sthepen Hawking” me hicieron pensar en si el profesor jubilado de la cátedra Lucasiana de matemáticas de la Universidad de Cambridge ya dejó atrás sus días de gloria.

Una gloria a la que, paradójicamente, mucho han contribuido la terrible esclerosis lateral amiotrófica (o enfermedad de Lou Gehrig) que padece desde 1963 y que lo confinó a una silla de ruedas y la posterior pérdida de su voz por una traqueotomía que se le practicó en 1985 después de una pulmonía y que le obligó a utilizar una computadora para sintetizar su voz electrónicamente.

Porque, seamos sinceros: Si su libro de divulgación “Breve historia de tiempo” de 1988 lo hubiera escrito alguno de sus colegas (como Roger Penrose o Jim Hartle) el libro no habría llegado a ser un best-seller. Si la gente se acercó al libro de Hawking fue porque su autor estaba en silla de ruedas, hablaba como robot y se lo comparaba con Einstein.

Repito: no intento minimizar la contribución de Stephen Hawking a la cosmología moderna o reducir su figura a una mera atracción de feria. Lo que intento decir es que su enfermedad le proporcionó una ventaja de la que carecen muchos de sus colegas: lo hizo más humano.

Porque el mundo donde se mueve Stephen Hawking es un mundo habitado por genios y los seres humanos normales tienden a considerar a los genios como una raza aparte. Como no alcanzan a comprender su lenguaje colmado de ecuaciones, fuerzas y partículas, prefieren mantener la distancia y dejarlos soñar en las alturas de sus elevados pensamientos.

La silla de ruedas resultó el lugar perfecto de encuentro entre el genio y el hombre común, ya que equilibraba de manera misteriosa las fuerzas.

Quizá mucha gente no sabe quienes fueron Paul Dirac, Max Planck o Henri Poincaré, pero todo el mundo sabe quién es Stephen Hawking. Y esto fue lo que llevó a los ejecutivos del Discovery Channel a proponerle una nueva serie. Yo, de haber sido Stephen Hawking, les hubiera respondido que no.

Porque no es lo mismo Stephen Hawking que Sthephen Hawking veintidós años después.

El primer episodio de la serie “El Universo de…” (ya saben quién, hasta este momento he repetido diez veces su nombre) trataba de los extraterrestres.

Partiendo de la premisa de que es razonable creer en los E.T., el programa se desarrolló en base a los mismos argumentos de siempre: la vastedad del Universo y la posible existencia de civilizaciones más avanzadas que la nuestra. (Para aquellos que no conocen mi opinión con respecto a los extraterrestres, les recomiendo que lean el post “Por qué no creo en los OVNIS” en el archivo correspondiente a diciembre 2006 de estas Crónicas Profanas).

No hubo nada nuevo o revelador en el primer episodio. Ningún punto de vista novedoso, ningún argumento que no haya sido enunciado muchas veces anteriormente.

Paradójicamente, fue esa decepción con el primer capítulo de la serie lo que me animó a ver el segundo, que trataba de los viajes a través del tiempo. Porque pensé que quizá Stephen Hawking no estaba en su elemento en cuanto al tema de los E.T., pero que de seguro lo estaría al tratar el asunto del tiempo, dada su importancia en el campo de la física teórica.

Me equivoqué. El segundo episodio estuvo igual de soso y predecible que el primero. Nada nuevo bajo el sol. ¿O deberíamos decir, sobre la silla de ruedas de Stephen Hawking?

Porque la silla de ruedas, ese artefacto que rebajó al genio hasta el nivel del hombre común, permitiéndole atisbar a éste el interior de una mente prodigiosa, nos ha mostrado que no es un símbolo, ni una medida del valor de un ser humano superior a nosotros intelectualmente.

Esa silla de ruedas simplemente cumple con el propósito para la que fue diseñada: servir de soporte para un ser humano cada vez más enfermo.

Es muy probable que continúe viendo la serie “El Universo de Sthepen Hawking”, pero no porque ésta me enseñe algo nuevo, sino por rendirle una especie de tributo a un hombre al que siempre he admirado; un hombre que se consume mientras intenta trasmitirnos cómo se ve el Cosmos desde una silla de ruedas.

5/01/2010

Nietos extremos o Desperate Grandmothers

Llamamos “hipergamia” al amor por mujeres de más edad o en posición social más alta. Esto, al contrario de lo que podría parecer a primera vista, es más común de lo que imaginamos. Basta con hojear cualquier revista de espectáculos o columna de chismes para encontrarnos con innumerables ejemplos (¿Demi Moore, Madonna?).

¿Pero, qué sucede cuando la hipergamia se vuelve más extrema e involucra el incesto y a una madre subrogada? Pues sucede que una vez más se cumple el viejo adagio de que “la realidad supera a la ficción”. Además, vemos que el siglo XXI, a falta de los autos voladores y vestidos de aluminio, nos presenta a cambio una historia propia de la ciencia ficción del siglo pasado.

Sucedió hace tres días, en Indiana, Estados Unidos. Pearl Carter, de 72 años, confesó públicamente la relación de cuatro años que mantenía con Phil Bailey, de 26. Además anunció que esperan un bebé de una madre “de alquiler”, lo que le costó 54 mil dólares de su pensión.

Hasta aquí el asunto parece sólo un caso más de hipergamia. Sin embargo, cuando nos enteramos que Pearl Carter es ¡la abuela materna! de Phil Bailey…

“No me interesa la opinión de nadie —declaró la arrogante abuela—, estoy enamorada de Phil y él está enamorado de mí. Pronto tendremos en nuestros brazos a mi hijo o hija y Phil será un padre orgulloso”.

Esta historia de amor (que el artículo del periódico calificaba de bizarra) comenzó con la muerte por cáncer de la mamá de Phil Bailey. La señora Bailey había sido dada en adopción cuando Pearl tenía 18 años. Tras la adopción, Pearl perdió la pista de su hija, se casó y nunca tuvo más hijos, aunque buscó a la suya durante quince años sin éxito.

El que sí tuvo éxito fue Phil, que a la muerte de su madre decidió que quería encontrar a su abuela. Pasó tres años en el intento, hasta que dio con su dirección. Entonces le envió a su abuela un correo electrónico diciendo quién era él e incluía su fotografía.

“Cuando me envió al correo electrónico una foto pensé que era un hombre guapo y atractivo antes de darme cuenta que era mi nieto”, explicó Pearl.

Esta revelación la llevó a confesar su impresión a una amiga, quien le habló de un artículo que había leído sobre “atracción sexual genética”, que ocurre de forma mutua cuando parientes se conocen de adultos.

“Desde la primera vez que vi a Phil, sabía que nunca íbamos a tener una relación entre abuela y nieto. Por primera vez en años, me sentí sexualmente viva”, manifestó la ardiente abuela.

Phil confesó sentir lo mismo que su abuela y después de pasar sólo una semana juntos, se declararon su amor y empezaron una relación sexual y sentimental.

Después de tres años de su relación acordaron formar una familia y publicar un anuncio para pedir a una “madre de alquiler” con “una mente abierta”.

Esta madre de alquiler de mente abierta —y cartera vacía— fue Roxanne Campbell, de 30 años, quien se ofreció a ayudarlos y quedó embarazada con la compra de un óvulo donante y el esperma de Phil.

El artículo de la agencia EFE terminaba diciendo que ambos esperan felices al niño y Pearl cree que es “una segunda oportunidad” de Dios. “Voy a ser finalmente una madre y no me forzarán a abandonar a mi hija”, afirmó.

La historia de Pearl Carter y su nieto Phil Bailey tiene tantos puntos interesantes que sinceramente no sé ni por dónde empezar.

Empecemos con el amor entre estos dos. ¿Pearl y Phil están realmente enamorados (en el sentido romántico que damos comúnmente al término) o se trata de una aberración sexual por partida doble?

El que la abuela Pearl, al ver la foto de su nieto, haya pensado que éste era un hombre “guapo y atractivo” no tiene nada de extraño. Todas las abuelas del mundo piensan lo mismo de sus nietos. Sin embargo, esto no las lleva a intentar siquiera un romance con estos (intentarán, eso sí, proponerle a sus nietos a tal o cual muchacha que ellas consideran sería el partido perfecto).

La sospecha del elemento sexual en la relación por parte de Pearl se adivina cuando ésta afirma que pensó que Phil era “guapo y atractivo” antes de darse cuenta que era su nieto y va con una amiga suya a confesarle su impresión.

La amiga, ni tarda ni perezosa —y de seguro aficionada a los “talk shows” y asidua lectora de Cosmopolitan— le habló sobre un artículo que había leído sobre la “atracción sexual genética” que ocurre de forma mutua cuando parientes se conocen de adultos.

Esto debió de alegrar a Pearl, que se contradice al afirmar: “Desde la primera vez que lo vi, sabía que nunca íbamos a tener una relación entre abuela y nieto. Por primera vez en años me sentí sexualmente viva”.

Pero, ¿qué hay con Phil? En el caso de Phil el elemento sexual es tan obvio, que no vale la pena analizarlo.

Por eso podemos concluir que el “amor” entre Pearl y Phil es tan sólo una aberración sexual por partida doble. Y lo es no sólo porque las abuelas no buscan tener sexo con sus nietos o viceversa, sino porque ni Pearl ni Phil son siquiera atractivos. (No puse la foto de Pearl y Phil porque ya me tomé bastante libertad al citar textualmente párrafos completos del artículo de la agencia EFE).

El otro elemento importante que queda fuera de la lectura morbosa y sensacionalista del “amor bizarro” entre la abuela y su nieto, y que convierte a todo el asunto en un drama de proporciones griegas, es el infausto destino que le espera al “hijo” de ambos que en estos momentos crece dentro de un útero “alquilado”.

Resulta inconcebible —y espantoso— el grado de egoísmo al que pueden llegar los seres humanos cuando pretenden hacer valer su “derecho” a ser felices.

Porque no hay duda de que tanto Pearl como Phil como Roxanne Campbell apelarán a sus derechos individuales cuando se enfrenten, como decía el artículo de la agencia EFE, "a su batalla contra tabúes como el incesto y que podría acarrearles problemas con la justicia”.

¡Sólo queremos ser felices! ¡Nos amamos! ¡Forman una hermosa pareja y yo necesito el dinero!.. Bien, pero ¿qué hay de la criatura? ¿Por qué inmiscuirlo en la búsqueda de la felicidad personal de cada uno?

¿Qué acaso no pensaron en el futuro que le espera a un niño que cuando nazca va a ser el bisnieto de su mamá? (No pongo el parentesco con su papá porque no lo sé).

Si a Pearl Carter le forzaron a dar en adopción a su hija a los 18 años y ahora quiere ser “finalmente una madre” según sus propias palabras, eso no le da derecho a comprar un hijo de 54 mil dólares por encargo y utilizar a su nieto como padre de pacotilla.

Y a ti, Phil Bailey, sólo me queda decirle una cosa: Phil, eres un completo idiota. ¿Por qué tu abuela? ¿Qué acaso no sabes que antes que las abuelas van las tías… y las primas?