4/28/2010

Pederastas en pantalones cortos

Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de la pederastia… Estoy seguro que con leer esta frase introductoria ya perdí al 90% de mis lectores potenciales, los cuales ya están más que hartos de leer acerca del tema.

Si ya leíste el primer párrafo y continúas leyendo, eso quiere decir que eres una persona inteligente, que entiende que estas crónicas utilizan su propia temporalidad y no se limitan a lo inmediato, ya que para esto existen los diarios.

Y hay asuntos que no deben ser olvidados, como es el caso de la pederastia.

Como todos sabemos, el tema de la pederastia ha ocupado los titulares en los medios en los últimos meses, después de que la doble vida del padre Marcial Maciel —fundador de los Legionarios de Cristo— se diera a conocer y destapara una profunda cloaca en la Iglesia Católica, no sólo en México sino a nivel mundial.

Todas las voces se unieron. Toda la ira, justificada, se concentró en repudiar a la Iglesia Católica por el encubrimiento de sacerdotes pederastas durante muchos años.

No voy a repetir aquí las opiniones de repudio que el caso suscitó. Tampoco las disculpas timoratas y muchas veces sin sentido de la Iglesia Católica. Mucho menos alzar mi voz para defenderla.

Lo que quiero señalar es que mientras la Iglesia Católica estaba bajo ataque, otra institución estaba siendo juzgada por las mismas razones. Y, ¿saben qué? Nadie dijo nada.

Yo mismo me enteré casi por casualidad, cuando me topé con un artículo* escondido entre las páginas de Time.com. Ahí se hablaba de un juicio de pederastia que estaba teniendo lugar contra una prestigiosa institución que este año cumple su primer siglo de existencia.

Dicha institución también estaba siendo acusada de encubrir a pederastas, y de negligencia por mantener más de mil archivos de abusos sexuales (archivos de “perversión” lo llamaron los abogados de la acusación) que no fueron usados para proteger a los niños, sino que los mantuvieron ocultos, en secreto.

Sin embargo, como en este caso los pederastas no vestían sotanas, sino pantalones cortos, a nadie le importó. Lo importante en esos momentos era atacar a la Iglesia Católica. (¡Abajo con el celibato! ¡Que renuncie el Papa! ¡Todos los sacerdotes son pederastas!) Fuera de la Iglesia Católica parecían no existir pederastas. O si existían, debían de ser católicos.

Pero el pasado día 23 de abril un jurado ordenó a los Boy Scouts of America a pagar $18.5 millones de dólares a un hombre que fue abusado sexualmente por un ex líder de grupo en los años ochenta del siglo pasado+. Y no es el primer juicio en su tipo.

Cientos, o quizá miles de niños han sido abusados sexualmente por líderes de autoridad en los Boy Scouts durante sus cien años de existencia. Y eso sólo en los Estados Unidos.

¿Cuántas personas en los Estados Unidos estaban enteradas que se llevaba un juicio contra los Boy Scouts —los habitantes de Portland, Oregon, donde se llevó a cabo el juicio no tienen excusa— mientras maldecían a los jerarcas de la Iglesia Católica? (Dato curioso: el asunto de la pederastia en los Boy Scouts involucra de pasada a la iglesia Mormona).

Un pederasta es un pederasta, no importa si viste sotana, pantalones cortos, largos, ropa militar o está desnudo. Es el colmo de la hipocresía y del cinismo hacer distingos entre pederastas sólo porque estos no pertenecen a tu comunidad, o a tu religión o a tu ideología.

Todos los pederastas, sin excepción, deben de ser condenados. Y no hay que dejar de estar alertas sólo porque ya nos hartamos de oír hablar del tema.

Por último, hay que enseñarles a nuestros niños que no deben de hacer caso a nadie cuando se les pida que hagan algo que implique contacto físico en un lugar fuera de la vista de otros.

No importa si esa persona los amenaza con mandarlos al infierno, reprobarlos en el examen o con dejarlos fuera del círculo junto a la fogata.

Artículos relacionados:

*(www.time.com/time/nation/article/0,8599,1981608,00.html).

+(www.time.com/time/nation/article/0,8599,1984353,00.html).

4/25/2010

Shakira va a terapia o La sonrisa del terapeuta

En el cuento "Conversaciones con Helmholtz" Woody Allen nos presenta fragmentos de las entrevistas que tuvo con el doctor Helmholtz su estudiante y discípulo Fears Hoffnung. El doctor Helmholtz fue un pionero del psicoanálisis y contemporáneo de Freud, cuya mayor fama se debe, nos dice Woody Allen, a sus investigaciones en el comportamiento humano en las que probó que la muerte es una característica congénita.

Cuando Hoffnung y Helmholzt hablan acerca del psicoanálisis contemporáneo (al que éste último considera un mito mantenido con vida por la industria del sofá) el famoso psiquiatra se queja: ¡Estos analistas modernos! ¡Cobran fortunas! En mis tiempos, por cinco marcos, el mismo Freud te trataba. Por diez marcos, te trataba y te planchaba incluso los pantalones. Por quince marcos, Freud permitía que lo trataras a él y eso incluía una invitación a comer… ¡Y con lo que dura un tratamiento! ¡Dos años! ¡Cinco años! Si uno de nosotros no podía curar a un paciente en seis meses, le devolvíamos el dinero, lo llevábamos a ver una revista musical y le regalábamos un plato de caoba para frutas o un juego de cuchillos de acero inoxidable. Recuerdo que siempre se podía saber con qué pacientes había fracasado Jung porque les regalaba grandes osos de peluche”.

Este cuento me vino a la mente cuando me enteré que a finales de marzo pasado la cantante Shakira concedió una entrevista al suplemento semanal del periódico News of the World.

En dicha entrevista, Shakira confesó que había estado acudiendo a terapia desde el 2001 ya que sufre de baja autoestima y no estaba nada contenta con su cuerpo, por lo que le costaba mucho aceptarse tal y como era.

"Desde los 20 a los 30 me pasé más tiempo preocupada por lo que no tenía que por lo que tenía. Deseaba ser más alta, tener piernas más largas, caderas más estrechas, un trasero más pequeño e incluso el pelo más liso", confesó la artista colombiana y añadió: "Mi terapeuta me ha enseñado porqué me comporto de determinada forma y a no sentirme tan presionada. Es increíble lo liberador que resulta estar una hora hablando con alguien sin importarte la imagen que estás dando”.

La reacción de la gente ante dichas declaraciones fue el de echar pestes contra Shakira por quejarse de su cuerpo, cuando millones de mujeres en todo el mundo darían cualquier cosa por tener un cuerpo como el suyo. Mi reacción, como dije, fue acordarme del cuento de Woody Allen, ya que mi atención se centró no en Shakira (quien estaba en todo su derecho de buscar la ayuda que creía necesitar) sino en su terapeuta porque, una de dos: o este es una completa nulidad como terapeuta o es un pillo consumado.

¡Nueve años de terapia! Nueve largos años sólo para decirle a su paciente Shakira el porqué ésta se comportaba de determinada forma y para enseñarle a no sentirse tan presionada.

Aunque no tengo bases para juzgar al terapeuta de Shakira, ya que ni siquiera conozco su sexo, su desempeño profesional me parece fatal.

Shakira confesó haberse sentido liberada por estar hablando una hora “con alguien a quien no le importaba la imagen que estaba dando en ese momento”. ¡Por supuesto que a su terapeuta no le importaba su imagen, si ni siquiera le importaba Shakira!

Lo único importante para ese terapeuta de pacotilla era intentar mantener durante el mayor tiempo posible el estado de vulnerabilidad de Shakira, a fin de que ésta regresara una y otra vez para sentirse “liberada” después de una hora de terapia.

De que el terapeuta de Shakira consiguió su propósito no hay ninguna duda: nueve años de terapia así lo confirman. Lo que no me queda claro es el porqué Shakira buscó un terapeuta para ayudarla a superar su problema de autoestima.

Lo más seguro es que su decisión se haya visto influida por el ambiente en donde se mueve Sahkira, el extraño mundo de la “farándula”.

La “farándula”, también llamada “mundo del espectáculo está habitado por seres humanos que interactúan de forma diferente que el resto de los mortales. Aún y cuando intentan transmitir la idea de que son personas comunes y corrientes, el ambiente altamente competitivo y cargado de apariencias en el que viven se encarga de dar al traste con esta idea.

Porque las personas comunes y corrientes, cuando se encuentran con un problema de baja autoestima como el que aqueja a Shakira, sólo utilizarán a un terapeuta como un último recurso desesperado. Primero buscarán ayuda en otras personas comunes y corrientes como ellas mismas (amigos y parientes) y sólo si esto no funciona se acercarán a un terapeuta.

A los artistas, por el contrario, ni siquiera les pasa por la cabeza que sus amigos o parientes los pudieran ayudar. Primero, porque sienten que sus amigos verdaderos, si es que alguna vez los tuvieron, ya se quedaron atrás, en sus vidas anteriores como personas comunes y corrientes. En segundo lugar, sienten que sus parientes, en la mayoría de los casos, no los comprenden. Por último, los estratosféricos ingresos que reciben los convencen del sofisma que el dinero todo lo puede comprar, incluso la salud mental.

Así que acuden a un terapeuta. O a un astrólogo. O a cualquier otro charlatán que cuente con el prestigio suficiente en la comunidad artística. Y los hay por miles.

No me malinterpreten. No estoy en contra de los terapeutas. Hay muchísimas personas que necesitan sus servicios profesionales, ya sean artistas o personas comunes y corrientes. Y también hay terapeutas profesionales que realmente curan a sus pacientes.

Pero son los menos. La gran mayoría de los terapeutas pertenecen a la misma categoría que el terapeuta de Shakira: son profesionales de la manipulación.

Porque admitámoslo: Shakira no necesitaba terapia. Ninguna persona que sufriera de baja autoestima sería capaz de salir a un escenario a cantar delante de de miles de personas, exhibiendo ante ellos un cuerpo que consideraba feo.

Si Shakira ahora que está en sus 30 se siente “muy feliz de ser quien soy, contenta con el cuerpo que Dios me ha dado”, según señaló en la entrevista, esto se debe al “trabajo duro” y “dietas especiales” que ha hecho por sí misma, y no a su terapeuta.

Para mí, lo que el terapeuta de Shakira debe de hacer es disculparse con ella y regalarle un enorme oso de peluche.

4/22/2010

Paulette y la última cena (Actualización)

Pues ya pasó un mes desde que nos enteramos que una pequeña niña llamada Paulette había desaparecido y las investigaciones continúan. Aún no sabemos qué pasó.

Por supuesto, continúan las especulaciones, los juicios sumarios y los ataques sin sustento, ya sea contra los padres de Paulette, contra las autoridades o contra ambos.

Es por ello que me dio mucho gusto el leer el día de hoy los comentarios de dos usuarios (jackomex y juliaveintisiete) de Milenio.com que parecían haber leído el post “Paulette y la última cena” publicado en estas crónicas el pasado día nueve de abril.

Aunque ninguno de los dos usuarios mencionó haber leído dicho post, eso resultaba evidente, dados sus comentarios. (Estos puedes encontrarlos aquí: http//www.milenio.com/node/428056).

Por supuesto, ambos usuarios pudieron haber llegado a las mismas conclusiones sin haber leído Crónicas Profanas, pero eso no tiene importancia.

Lo importante es que sigo creyendo que esa pista tiene probabilidades de ayudar a resolver el caso de la muerte de Paulette. Si tú, lector, piensas lo mismo, entonces te recomiendo que lo comentes con otras personas o hagas lo mismo que hicieron jackomex y juliaveintisiete.

Ya es tiempo de que —como dije al final del mencionado post— Paulette descanse en paz.

Piratas vs Piratas

Nunca he comprado mercancía pirata. Para mí, la piratería es una actividad deshonesta, que atenta contra los intereses económicos de creadores y productores y que involucra al crimen organizado. Sin embargo, cada vez más se pone en evidencia que detrás de las campañas contra la piratería se encuentran otros piratas, no menos deshonestos y criminales que los piratas reales.

Como el campo de acción de la piratería es muy amplio, solo me ocuparé de comentar a una las industrias más afectadas por ésta: la industria musical.

Para nadie es un secreto que la industria musical está pasando por tiempos difíciles, mismos que han empeorado desde el inicio de la presente década. Los discos se venden cada vez menos. Según las compañías discográficas, los culpables de su desgracia son la piratería y la descarga ilegal de canciones por Internet. ¿Será?

Antes de responder a esto debemos preguntarnos primero el por qué la gente compra discos piratas en vez de discos originales. La respuesta larga es que la piratería es un fenómeno global y tiene su origen en la desigualdad social, ya que grandes segmentos de la sociedad carecen del poder de compra necesario. ¿La respuesta corta?: el precio.

De esas respuestas, la primera es una verdad a medias, ya que la compra de discos piratas no se limita a los estratos bajos de la sociedad. Las clases más pudientes también consumen grandes cantidades. (La única diferencia válida se da en los segmentos de edades: en el caso de las clases altas son los jóvenes los que compran piratería).

Así que todo es cuestión de precios. Mientras un disco que adquieres en un negocio formal te cuesta 230 pesos, el mismo disco, pero pirata, te cuesta 15 pesos. La diferencia en precio es enorme.

Las compañías discográficas (CD) dicen que esto se debe a que ellas tienen que pagar por la producción, promoción, impuestos, regalías y distribución de un disco, mientras que los piratas no tienen esos costos, por lo que pueden ofrecer su disco pirata muy barato.

Una vez más, nos encontramos con una verdad a medias, ya que esto pudo ser verdad hace veinticinco años, pero no actualmente. En 1985, por ejemplo, las CD tenían la sartén por el mango. Controlaban cada aspecto del lanzamiento de un disco y ejercían un férreo control sobre los intérpretes y distribuidores. Ellas eran las que decidían qué disco escuchar y por qué medio. Cuánto debía de ser el precio final del disco y cuánto correspondía pagar a cada intérprete. Quién triunfaba y quién sería relegado al olvido.

Y como los intérpretes recibían cerca de un 65% de sus ingresos por la venta de álbumes, lo que dijera su CD era la ley. Si no estaban de acuerdo con ella, bien podían ir escogiendo la estación del metro en donde tocar y cantar su música.

Pero las cosas han cambiado desde entonces. Ahora los intérpretes reciben menos del 50% de sus ingresos por ventas de álbumes (el resto lo obtienen con sus presentaciones en vivo) y por eso cada vez más optan por decirle adiós a su CD y se convierten en independientes.

Por otro lado, —y que conste que no los estoy justificando— los que se dedican a la piratería también tienen sus costos. Hay que pagar sobornos, derechos de piso, cuotas de protección y demás corruptelas. ¡Y con quince pesos por disco obtienen ganancia!

La segunda excusa que utilizan las compañías discográficas para culpar a alguien de la baja en las ventas de discos, lo cual las obliga a mantener altos sus precios, es la descarga ilegal de canciones por Internet.

Aquí la palabra clave es “ilegal”. ¿Por qué demonios descargar una canción en Internet es ilegal?

Al inicio de la presente entrada afirmé que yo nunca había comprado mercancía pirata, lo cual es cierto. Sin embargo, sí he descargado canciones por Internet. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón de que no veo nada malo en ello.

Para explicar esta inconsistencia, retrocedamos en el tiempo unos treinta años, cuando yo todavía era un adolescente. En aquellos días (esto suena a relato bíblico) cuando querías tener una canción dependías de dos cosas: los casetes y de aquellos de tus amigos que tuvieran más dinero que tú, ya que ellos eran los únicos que podían permitirse comprar las últimas novedades en discos, sobre todo los discos importados.

En mi caso, eran mis amigos Isaac y Héctor (sigue sonando a Biblia) los que conseguían los discos. Mi amigo Luis y yo comprábamos nuestros casetes e íbamos a casa de Isaac o de Héctor a fin de grabar canciones individuales, álbumes completos o crear un popurrí de varios artistas.

Nos la pasábamos muy bien, grabamos unos casetes estupendos (no es por presumir, pero mis casetes grabados eran geniales) y nadie en su sano juicio hubiera afirmado que lo que hacíamos yo y mis amigos era ilegal.

Porque NO era ilegal: Todos habíamos compramos los discos o los casetes en tiendas establecidas y no en el mercado negro. Isaac y Héctor nos prestaban sus discos (el pagar el precio de los discos los convertía en propietarios), Luis y yo los grabábamos en nuestros casetes y todo el mundo contento.

¡Y actualmente resulta que hacer lo mismo vía Internet es ilegal! (Miles de usuarios suben a la red sus discos comprados legalmente y, al igual que Isaac y Héctor, permiten que éstos sean descargados. ¿Dónde está pues la ilegalidad?)

Intentando ser justo con las CD, la única situación en la que el argumento de la ilegalidad de la descarga de canciones tiene cierta validez es cuando se trata de lanzamiento de nuevos álbumes. No se vale eso de bajar un álbum completo cuando tiene sólo unas pocas horas de haber sido lanzado al mercado. Fuera de esto, no hay nada ilegal que argumentar.

Pero aún hay otro argumento que opera a favor de la legalidad de las descargas: la compra repetida. ¿A qué me refiero con esto?

Tomemos el álbum doble “The River” de Bruce Springsteen de 1980. Lo más seguro es que si eras un fanático de The Boss —como yo— compraras el álbum doble. Como éste no lo podías oír en el coche, pues entonces te comprabas también el casete. Después, llegaron los discos compactos y, como todo el mundo, te lo comprabas en disco compacto.

Pasan los años; te casas; tus discos de vinil comen polvo en un sitio ignorado; tus casetes ya no encuentran aparatos en los cuales puedas oírlos; algunos de tus discos compactos se han perdido; de repente se te antoja oír “The River” en tu computadora y no encuentras el disco compacto, por lo que decides descargarlo; lo descargas y te dicen que hiciste algo ilegal.

¡¿Dónde está lo ilegal si ya pagaste por el álbum TRES VECES?! Pagaste por tus discos de vinil, pagaste por el casete, pagaste por el disco compacto… ¿Por qué debes pagarle ahora a iTunes casi diez dólares por descargarlo en tu computadora?

Con este tipo de trucos y excusas de las compañías discográficas me pregunto cómo podré saber de hoy en adelante quienes son los verdaderos piratas: Si los que copian y venden los discos a precios ridículos, o los que buscan que su tesoro enterrado no les sea arrebatado.

4/17/2010

El verdadero deporte Regio

El deporte más popular de los regiomontanos (como se nos conoce a los habitantes de la ciudad de Monterrey y su área conurbana) no es el futbol, sino los choques de autos. Pero no los de autos de carreras, sino de nuestros propios autos.

Los regios ostentamos el título de los peores conductores del mundo. Según la estimación más reciente del CEFPEAB (Centro de Estadísticas Ficticias Para Efecto de Argumentación en Blogs) la relación entre conductores regios torpes y vehículos automotores es de 1:1.

En otras palabras, cada vehículo automotor en Monterrey es conducido por un idiota.

Sé de lo que estoy hablando. Yo mismo soy regio y conduzco. Sin embargo, mi idiotez no es por mi manera de conducir —no he tenido un accidente desde que era adolescente— sino por atreverme a conducir con tanto idiota al volante.

Cualquiera que viva en Monterrey o que lo haya visitado alguna vez puede saber que no exagero. Basta una ligera llovizna para convertir a la ciudad en un enorme depósito de chatarra (“yonke”, como se le conoce popularmente aquí en el norte del país).

Por supuesto, el factor de humedad no puede ser utilizado como excusa, ya que aunque se tenga un día soleado el número de choques se mantiene prácticamente igual.

¿Entonces, cuáles son las causas para que los regios colisionemos constantemente? Se han presentado diversas hipótesis, que van desde una conspiración de propietarios de grúas para mantener saludable el negocio, hasta pretender que los regios chocan con el fin de cobrar el seguro por “pérdida total” y así ahorrarse el pago de las mensualidades que les faltan del crédito.

Para mí, las causas principales son: la velocidad y un extraño sentido de la propiedad.

En Monterrey se maneja rápido. ¿Qué tan rápido? Hace como dos años hubo una racha de choques tan alta —incluso para los estándares regios— que llegó incluso a ocupar espacios en los comentarios editoriales de los periódicos locales.

En esa ocasión me llamó la atención el comentario de un “forista” (esos extraviados que creen que porque pagan una suscripción ya tienen derecho a opinar) a una nota editorial del periódico El Norte y que para mí resume a la perfección este asunto de la velocidad a la que manejamos los regios.

Su comentario era más o menos el siguiente (y juro que no lo estoy inventando): “La mejor manera de evitar los accidentes fatales como los que se han presentado en los últimos días es manejar más rápido. Todas las estadísticas dicen que entre más tiempo pases en la calle, hay más posibilidades de tener un accidente. Así que si manejas más rápido, pasas menos tiempo en la calle y por lo tanto tus posibilidades de chocar disminuyen”.

Por desgracia, esta retorcida lógica (más propia de un crustáceo o de un diputado que de un ser racional) es compartida por casi todos los regios.

Al manejar tan rápido, los regios también ponen en evidencia el hecho de que la mayoría carece de los más elementales conocimientos de física elemental. Para estos, la masa es de lo que están hechas las tortillas y creen que inercia es el nombre de una de las hijas del príncipe Felipe de España.

Así que creen que, como son tan buenos manejando, pueden detener el auto que conducen a 150 kilómetros por hora en, digamos, 15 metros. Pobres ilusos.

Lo que nos lleva al segundo factor de importancia que incide grandemente en el número de choques: un extraño sentido de la propiedad.

Porque los regios no sólo se sienten propietarios del auto que conducen, sino también de al menos un kilómetro de espacio frente al auto en línea recta.

En Monterrey, cuando los confundidos policías de tránsito interrogan al conductor de cómo fue posible que su auto acabara atorado en las ramas más altas de un álamo, el accidentado responde invariablemente que fue porque “le dieron un cerrón”. Éste inusual término (que los regios utilizan como excusa en un 95% de sus choques) significa simplemente que otro conductor “invadió” el carril del accidentado. Y esto es la peor ofensa posible.

Porque para un regio, el carril por el que conduce es SU carril y cualquier intrusión en éste causa una reacción exagerada y, por supuesto, idiota.

Basta con que alguien irrumpa en su espacio vital (ese kilómetro imaginario frente al auto) para que el regio acelere aún más tratando de alejar al invasor. Cuando esto sucede, la distancia entre los dos autos se vuelve crítica y el ofendido se ve en la necesidad de dar un golpe de volante para no chocar, lo que lógicamente resulta en una pérdida de control y posterior choque.

En las raras ocasiones en que los regios conducen más despacio (no sé, tal vez es porque van hablando por celular), la invasión de carril puede no acabar en un choque, pero sigue más o menos el siguiente guión: el ofendido acelera y se coloca a unos tres centímetros de la defensa trasera del invasor, accionando repetidamente el cambio de luces y haciéndole señas con la mano libre para que se aparte de su camino. El “invasor” puede reaccionar a esto haciéndose a un lado o simplemente acelerando a su vez, lo cual inicia una carrera improvisada que tiene altas probabilidades de acabar en… un choque, el cual se suma a los miles de choques que hacen de esta actividad el deporte regio por excelencia.

Como todos los mexicanos, los regiomontanos somos grandes anfitriones y tratamos muy bien a los que nos visitan. Así que ya lo sabes, si quieres visitarnos, eres bienvenido.

Sólo te doy un consejo: no vengas en auto.

4/11/2010

Narcketing

Cuando una vez le preguntaron al famoso periodista Bob Woodward que por qué no investigaba a los narcos, éste respondió sencillamente que porque era “muy peligroso”.

Extraña respuesta de un periodista del que se dice que tenía relaciones con la Inteligencia Naval, que supuestamente era miembro destacado de sociedades secretas de Yale y que siguiendo un “soplo” de un informante anónimo (Garganta Profunda, cuya identidad se mantuvo en secreto durante 33 años) logró, junto con Carl Bernstain, destapar el escándalo Watergate que obligó a la renuncia de Richard Nixon, presidente de los Estados Unidos, supuestamente el hombre más poderoso del mundo.

Para los mexicanos, que en los últimos años hemos vivido una violencia cada vez más virulenta del narco, la respuesta de Woodward nos parece no sólo sensata, sino la única posible. Esto se debe no tanto a la carnicería que se presenta en varios estados del país, como al escenario de pesadilla que nos presentan día a día los medios escritos y electrónicos. Ahora bien, ¿qué tan real es este escenario de pesadilla?

Yo vivo en Monterrey, ciudad que en las últimas semanas se ha vuelto referente destacado en la ola de violencia vinculada al narco. Un observador externo, que se base sólo en los reportes periodísticos, catalogaría de inmediato a Monterrey como zona de guerra. Sin embargo, esta visión extrema contrasta con la realidad cotidiana de millones de habitantes de Monterrey y su zona conurbana que viven su vida en paz.

Es cierto que han ocurrido hechos violentos no sólo en Monterrey, sino en todo el estado de Nuevo León —negarlo sería estúpido— y también que muchas personas afirman que los medios se quedan cortos, ya que todos los días hay matanzas de decenas de individuos que no se reportan (aunque esto último sea más una proyección del pánico generalizado que una realidad objetiva), pero el hecho seguro es que lo real ha sido superado por lo meta-real. En otras palabras, nos encontramos ante una realidad aumentada.

¿Y a qué se debe todo esto? No a los medios, ni a los chismes trasmitidos de boca en boca, sino más bien a una exitosísima campaña de marketing orquestada por el narco.

Esto de por sí puede parecer inverosímil, ya que una de las características principales de las bandas criminales de todos los tiempos ha sido precisamente el secreto. Los criminales prosperan en las sombras. Llevan sus turbios negocios en silencio, ocultándose del ojo público, temerosos de que sus actividades sean descubiertas por las autoridades. De ahí los sobornos y el terrible desprecio que sienten por los “soplones”; de ahí las “casas de seguridad”, guaridas y demás sitios ocultos que les sirven a la vez de oficina y refugio.

Pero en el México actual esto parece estar sucediendo al revés. Desde que en 1919 Johnston McCulley publicó La maldición de Capistrano presentando a su personaje El Zorro, nunca se había vuelto a presentar el caso de que alguien sintiera temor ante la última letra del alfabeto.

Lo peor de todo es que no son los bandidos de ficción de la antigua California los que tiemblan a la sola visión o mención de la letra “Z”, sino ciudadanos comunes y corrientes.

Por supuesto, tratándose de criminales con raíces rurales (todos los narcotraficantes fueron en sus orígenes aparceros o campesinos o pastores) y que la educación no es una prioridad para llevar a cabo sus negocios ilícitos, sus estrategias de marketing son burdas y brutales.

Mientras las agencias publicitarias utilizan a los medios escritos y electrónicos para promover las ventas de sus productos mediante anuncios comerciales y desplegados, los narcos decapitan, “encobijan”, ahorcan, “encajuelan”, “levantan” o cuelgan cartulinas y mantas cargadas de amenazas y faltas ortográficas.

Por supuesto, el “narcketing” también involucra a los medios. En estos se proclama al “chapo” Guzmán como uno de los hombres más ricos del mundo y a los “zetas” y narcos mexicanos en general como los seres más sanguinarios del mundo.

El mensaje que los narcos quieren dejar en claro con su estrategia de narcketing es simple: somos muy malos y muy poderosos. Y si te metes con nosotros vas a perder.

Lo peor de todo es que, como toda campaña de marketing exitosa, la gente termina por creérsela. Cualquier mexicano medianamente inteligente te puede decir que la guerra contra el narco está perdida, que lo mejor sería rendirse ya y buscar caminos alternos, como la legalización de la marihuana o de todas las drogas juntas.

Y esto, señoras y señores, es falso.

Porque si realmente los narcos fueran tan poderosos como dicen, si en verdad ya tuvieran la llamada “guerra contra las drogas” ganada, el “narcketing” sería superfluo. Seguirían en las sombras como cualquier célula criminal que se precie, haciendo sus negocios ilícitos como lo venían haciendo antes de que el presidente Felipe Calderón les hiciera frente.

(Nota importante: como saben los pocos e inteligentes lectores de estas Crónicas Profanas, no comulgo con ningún partido político o tendencia ideológica. Mi mención a la actitud del presidente Felipe Calderón frente al narco es simplemente la descripción de un hecho, y no equivale a apoyar o denostar sus políticas. Eso corresponde decidirlo a cada uno de los lectores).

En realidad son los narcos los que van perdiendo la guerra. Nadie sale de la protección que proporcionan las sombras porque sabemos que la luz nos vuelve vulnerables. Y cuando somos vulnerables y nuestra supervivencia depende de que no se sepa que lo somos, lo que debemos hacer es aparentar lo contrario.

Y nada mejor que iniciar una campaña de marketing, cuyo propósito principal es “torcer” un poco la realidad con el fin de que pueda venderte mi producto.

Para aquellos lectores que piensen que lo dicho hasta ahora es una reverenda estupidez, sólo les recuerdo que esta campaña de “narcketing” —que lleva casi cuatro años— tuvo su último desarrollo hace unos pocos días, cuando El Mayo Zambada (uno de los principales jefes del narco) buscó a Julio Scherer.

Y eso lo dice todo.

4/09/2010

Paulette y la última cena

Hace un año que no posteaba en mi blog por cuestiones personales que a nadie más que a mí le importan. Sin embargo, la reciente escalada de violencia del narco en varios estados del país, el asunto de la pederastia eclesiástica y la nueva cruzada contra la piratería me acercaban cada vez más a reiniciar Crónicas Profanas, sin que alcanzara a decidirme.

El suceso que finalmente me impulsó a escribir las presentes líneas y a resucitar mi blog fue el caso Paulette, para llamarlo de alguna forma. Mi intención no es la de agregar unas gotas más de tinta a los tumultuosos rápidos que han creado la opinión pública y los medios, señalando culpables, estableciendo hipótesis aventuradas o politizando un asunto de índole privada, sino más bien acercarme a la verdad.

Carezco de los elementos y las pruebas suficientes para establecer una hipótesis razonable, basada en elementos concretos y no en prejuicios o especulaciones. No sé a ciencia cierta si la niña fue asesinada o no, si el (o los) responsable(s) de su muerte fueron sus padres, sus nanas, alguien que no ha aparecido o la misma Paulette.

Por eso sólo quiero señalar en estas crónicas aquél elemento relevante —entre la multitud de elementos discordantes y contradictorios que han plagado las investigaciones— que considero puede ayudar a esclarecer el misterio.

Repito: no voy a establecer una hipótesis ni a señalar culpables. Sólo me limito a señalar un elemento relevante que considero importante para la investigación en curso.

¿Cuál es este elemento relevante?

El estudio pericial de la necropsia indica que Paulette falleció entre el lunes 22 de marzo y el martes 30 del mismo mes, lo cual es un período lo suficientemente amplio para que quepan todas las hipótesis (descabelladas y prejuiciosas por igual) que abundan en los medios y en la opinión pública, quienes en algunos casos ya han dado el caso por juzgado y cerrado, señalando cada quién a su asesino.

Sin embargo, —y aquí está lo relevante— los mismos peritos añaden en el informe de la necropsia que Paulette ingirió alimentos cinco horas antes de su muerte.

Así que por un lado tenemos un amplio período de tiempo en el que pudo ocurrir la muerte de Paulette (ocho días) y por el otro un rango muy limitado (cinco horas) entre su última ingestión de alimentos y su muerte.

¿Qué nos indica esto? Que es posible establecer el momento exacto de la muerte partiendo de una sencilla pregunta: ¿Cuándo fue que Paulette comió por última vez?

Esto nos lleva a otras preguntas obvias: ¿Quién alimentó a Paulette por última vez y en dónde?

Desgraciadamente, hasta donde sé los peritos no señalan qué alimentos se encontraron en el estómago de la niña. Esto también podría ser relevante, ya que podría indicar si el alimento encontrado correspondía a lo que la niña comía regularmente o se trataba de un alimento distinto.

Responder a estas preguntas podría llevar a que Paulette descansara por fin en paz.