10/21/2007

La perra vida, la Santa Muerte

En los últimos quince minutos del filme “El Padrino”, de Francis Ford Coppola, tiene lugar una de las mejores secuencias de toda la historia del cine de Hollywood: Michael Corleone (Al Pacino) asiste al bautizo de su hija al tiempo en que tienen lugar una serie de ejecuciones que él mismo ordenó.

Las imágenes se suceden en un horrible contraste: de la atmósfera sacra que rodea al bautismo pasamos a un elevador donde un hombre muere por disparos de escopeta; de vuelta al bautizo y luego a un restaurante, donde acribillan a un hombre en su mesa; el sacerdote pregunta como parte del rito: “¿Renuncian a Satanás?” y los congregados ante la pila bautismal responden “¡Sí, renunciamos!” al tiempo en que otro hombre es acribillado en una barbería y otro en una escalera.

Esa secuencia magistral detalla a la perfección la profunda hipocresía y esquizofrenia moral de los miembros del crimen organizado. Por un lado —ya sea por tradición, ya por costumbre— pertenecen a una organización religiosa en la que la vida humana es uno de sus valores supremos; por el otro, son miembros de una organización criminal en la que el valor de la vida humana (la de los otros, claro, no la propia) es inexistente.

Por supuesto, no todos los criminales comparten la profunda hipocresía de la “cosa nostra”, la Mafia. De alguna manera, se dan cuenta de la enorme contradicción de ser a la vez un miembro de la Iglesia y de una organización criminal.

Sin embargo, los criminales son incapaces de romper esta contradicción renunciando a pertenecer a algún credo, por el sencillo expediente de volverse ateos, de dejar de ser creyentes.

No, el criminal siente que le es imposible renunciar a creer; porque si renuncia a ello se siente desprotegido, desvalido. Es necesario creer en alguien o en algo para que ese alguien o algo lo protejan de sus enemigos, de morir a causa de ellos.

Y es aquí en donde entra a escena la muerte. Pero no esa muerte prosaica y cotidiana que nos ocurre invariablemente (y que no existe, ya que no es una cosa, ente, espíritu o fuerza: la muerte es simplemente la ausencia de vida. Si decimos que existe es sólo por contraste, como la oscuridad, como el silencio) sino una suerte de muerte “mejorada”.

Al criminal no le importan las sutilezas: Lo que él busca es protección. Y así eleva a la muerte de la inexistencia a la santidad. La Santa Muerte se hace presente.

Como tiene más de superstición que de creencia, el culto a la Santa Muerte posee su peculiar talismán, a quien se piden favores, deseos y protección: un esqueleto cubierto con un manto, sosteniendo una guadaña y un globo terráqueo.

No me detendré a analizar el talismán. Su concepción es tan ingenua como la de haber dotado al diablo de cuernos, cola y pezuñas, lo cual lo hace indistinguible de una cabra o de cualquier otro caprino.

Lo interesante del asunto es que el culto a la Santa Muerte se ha extendido hasta los no criminales. Aunque se afirma que sus seguidores pertenecen a todas las clases sociales, la verdad es que estos se componen casi exclusivamente de la clase social marginada.

Esto ha dado lugar a sesudas especulaciones acerca de un México polarizado, de una sociedad excluyente y explotadora o de una Iglesia católica que se rehúsa adaptar al espíritu de los tiempos.

Una vez más, la verdad es más prosaica. La Santa Muerte es a la industria de imaginería y los talismanes, lo que la invención de los “nuggets” de pollo por parte de Mc Donald’s fue a la industria avícola de los Estados Unidos en los años setenta del siglo pasado: su salvación.

Porque las ventas de imágenes religiosas tradicionales estaban en picado, no tanto por una baja en la devoción popular, sino porque las imágenes religiosas tienden a perdurar hasta por generaciones en los hogares devotos.

Así que hoy en día hasta la más humilde mercado popular tiene entre sus artículos de venta varios modelos diferentes de la Santa Muerte y estos son adquiridos por cada vez más personas.

Por supuesto, a muchos de los nuevos seguidores de la Santa Muerte no les gusta su macabra imagen de esqueleto encapuchado propia del “halloween” y por ello se está llevando a cabo un cambio de imagen digno de un político en campaña y se le está convirtiendo en una especie de ángel de segunda generación.



La vida es muy dura para la mayoría de las personas. Una perra vida en la que sólo abundan las carencias, donde se carece de opciones. Y cuando se lleva esta clase de vida el deseo más profundo es el de abandonar la miseria lo más pronto posible, sin esfuerzo alguno y sin compromiso de ninguna especie.

Por eso se acercan a la Santa Muerte, no para pedirle voluntad y fuerzas, sino para solicitar el ganarse la lotería, el obtener al amante, encontrar un tesoro o cualquier otra cosa que resuelva su precaria situación de inmediato.

Y la Santa Muerte no les pide nada a cambio, excepto su vida.

Porque dicen que “la Santa Muerte te protege, y te mueres sólo cuando deja de protegerte”.

Cualquiera que sea capaz de captar la estupidez inherente en este último enunciado está definitivamente fuera del influjo de este moderno talismán.