1/28/2007

La películas Sniff

Al acercarse la fecha de la entrega de los Oscares —con tantos de nuestros paisanos como nominados— hoy voy a hablar de las películas Sniff (no confundir con las inexistentes películas Snuff) y de mi problema con ellas.

Como el tema es especial para cinéfilos, tengo un consejo para todos ellos antes de entrar en materia: Amigos cinéfilos, no se casen. O, si se casan, entonces simplemente no se reproduzcan. Por lo más que quieran —y aquí incluyo también a los cinéfilos solteros— eviten el contacto físico. Mejor inicien una actividad en común que no involucre contacto físico, como tomar cursos de tai-chi o la cría de gansos.

Esto lo digo no porque me disgusten los niños —¡al contrario, me encantan!— sino porque los hijos en un hogar de cinéfilos son el equivalente a tener a Hugo Chávez al frente de la Bolsa de Valores de Nueva York.

Tomemos mi caso personal, como ejemplo: Cuando andaba de novio con mi ahora esposa —y durante los primeros años de nuestro matrimonio— veíamos cerca de 90 películas anuales, lo cual nos da un promedio de 1.7 películas semanales. Recorríamos las salas de cine comercial, cine clubes universitarios, Cineteca, muestras cinematográficas del Centro Cultural Alemán, de la Alianza Francesa y los videoclubes como adictos en busca de una dosis.

Ahora bien, desde que nació mi hija hace nueve años (seguida cinco años después por su hermano) mi esposa y yo hemos visto unas TRECE películas en el cine, diez de las cuales tienen personajes-actores generados por computadora y cuyas representaciones en tercera dimensión las puedes adquirir con tu "Cajita Feliz" de McDonald's o en Burger King.

De la televisión abierta, ni hablar: Hasta fechas muy recientes, la película de estreno que acompañaba a la presentación de la línea Ford de —digamos 2003— era una película de acción con Charles Bronson como protagonista. (¡Charles Bronson! ¿Quién recuerda a Charles Bronson? Hasta suena como marca de electrodomésticos).

¿Y qué con respecto a la televisión de cable, eh? HBO, TNT, Cinemax... ¡JA! ¿Han intentado ver “El Festín de Babette” mientras tu hija arroja chorros de leche que harían palidecer de envidia a Reagan, interpretada por Linda Blair en El Exorcista? ¿O pretender que tu hijo de tres años entienda que la trilogía de El Padrino tiene un mayor impacto estético que el maratón de los Teletubbies?

Afortunadamente, los niños envejecen rápido. Así que, en últimas fechas (y ayudados por un maravilloso artilugio anestésico japonés conocido como “Nintendo-DS”) mi esposa y yo hemos tenido una mayor oportunidad de ver alguna película por televisión.

Sin embargo, han sido muy pocas las películas que hemos podido disfrutar juntos (como en los viejos tiempos) ya que mi adorada esposa muestra una predilección casi patológica por las películas Sniff. Y yo, como mencioné en un principio, tengo un problema con ese tipo específico de películas, las cuales intentaré definir a continuación.

La películas Sniff son filmes generalmente de bajo presupuesto que obtienen unas ganancias portentosas gracias a su característica principal: el de estar diseñadas exclusivamente para mujeres (es por ello que también se las conoce como películas tampón). Se las reconoce fácilmente, ya que el elenco es en su mayor parte femenino.

Los escasos hombres que salen en ellas tienen papeles de extras o de objetos de utilería (cualquier parecido a la vida real es mera coincidencia) o son niños o ancianos. Las excepciones están representadas por el chico bueno y el villano.

El chico bueno es siempre un tipo bien parecido, con barba de tres días y que viste de manera informal, con pantalón de mezclilla, camisas de franela y tenis. (Cuando asiste a una cena elegante, usa un saco de pana de esos con parches de cuero en los codos). Por lo general es vegetariano y tiene uno de esos trabajos nobles y altruistas, como defensor de oficio, trabajador social, médico voluntario o activista ecológico. (El problema con esos trabajos nobles y altruistas es que el sueldo que reciben difícilmente alcanza para alimentar a una gallina, lo cual puede explicar el que no se rasuren tan seguido y lo de las verduras).

El villano (representado muchas veces como un ex esposo) es un tipo guapo, millonario y misógino, cuyo objetivo supremo es caerle mal a todo el mundo. Cuando no está ocupado en su actividad principal (desalojar a viudas y huérfanos, derrumbar asilos de ancianos para poner un lavado de autos, hacerle la vida miserable a su ex esposa) está dormido o viendo la tele.

El argumento de las películas Sniff es muy simple: La escritora (porque siempre es mujer) parte de una premisa capital: ¿Cómo juntar la mayor cantidad de tragedias en sólo noventa minutos?

El 80% de las veces, dicho cuestionamiento se resuelve con enfermedades. Las películas Sniff se caracterizan por tener a los personajes más enfermizos del cine. Pero no crean que se enferman de gripe, apendicitis o diarrea. No, las palabras clave para sus tipos de enfermedades son: terminal y exótica.

En las películas Sniff, tener cáncer es tan común como tener un resfriado. Es por ello que las guionistas utilizan enfermedades inusuales, que toman la forma de tumores malignos en el cerebro, envenenamiento con ántrax, la obsesión por oír a Walter Mercado o cualquiera otra enfermedad cuya cura se espera ocurra hasta dentro de doscientos años.

El 20% restante de las líneas argumentales oscilan entre la lucha a muerte contra el ex esposo; la lucha a muerte contra la suegra —presente, pasada o futura— y sus hijas; o el intentar averiguar cómo sobrevivir sólo con el sueldo del chico bueno de manera legal.

La mayoría de las películas Sniff terminan así, cuando se casan la sufrida protagonista y el chico bueno, siempre y cuando no haya muerto el chico bueno de su extraña enfermedad, o la sufrida protagonista —o ambos— en cuyo caso se declara vencedor al villano ex esposo (pero no sin antes mandarlo a un hospital psiquiátrico).

Así que a nadie le extrañe que a mi esposa le diga amablemente que no cuando me invita a disfrutar con ella alguna película Sniff.

Fin.

Bueno, este no es el fin propiamente dicho, sino que... Bien, en aras de la honestidad de este blog, hablaré a continuación del problema que tengo con este tipo de películas.

No sé por qué —quizá sea un reflejo automático de cinéfilo— me compenetro tanto con la trama de una película, que siento que estoy presenciando un caso real. En el caso específico de las películas Sniff, algo se abre en mi mente, libera mi sección femenina y… se me saltan las lágrimas.

Quizá muchos piensen que el que un hombre llore no tiene nada de malo; que el reprimir el llanto masculino no es más que un condicionamiento social; que un hombre tiene tanto derecho a llorar como una mujer. Quienes así piensan o son mujeres o son feministas o son idiotas.

¡Por supuesto que tengo derecho a llorar al ver que por fin Louise May logró —tras incontables sufrimientos— juntar el dinero necesario para sufragar la delicada operación a corazón abierto que le permitirá a Bob proseguir con su noble tarea de rehabilitar guajolotes traumatizados tras la horrible experiencia de la última Navidad!... Siempre y cuando lo haga junto a mi esposa, frente al televisor, en mi casa.

Donde no tengo derecho a llorar es al final de una sesión cinematográfica, en la cual —como cualquier hombre que se precie de serlo— diré a mi esposa, mientras abandonamos la sala, en un tono de voz lo suficientemente alto para que todos me escuchen: “RECUÉRDAME MAÑANA HABLAR CON EL OCULISTA. MIS OJOS ME LLORAN AL ENCENDERSE LAS LUCES. ¿QUÉ RARO, NO CREES?”

Así que a nadie le extrañe que a mi esposa le diga amablemente que no cuando me invita a disfrutar con ella alguna película Sniff… Al menos en el cine.


1/21/2007

¿Que dijo?

Parece ser que —en su afán de molestar a toda costa a los fumadores— los periódicos publican cualquier nota que les recuerde a éstos que son los seres más viles que han existido nunca, sin importarles que la nota en sí carezca de contenido o de lógica.

El 18 de enero, el periódico El Norte publicó un artículo titulado: "Hacen más adictivos a cigarros*" en el que se afirma que la cantidad de nicotina que inhalan habitualmente los fumadores por cada cigarrillo aumentó un 11 por ciento desde 1998 hasta el 2005, perpetuando una pandemia de tabaco que puede complicar más el abandono del hábito, según un estudio de la Universidad de Harvard.

El análisis de Harvard de los registros estatales de salud de Massachusetts indicó que la cantidad de nicotina generalmente consumida por cada cigarrillo fumado creció por año, sin importar la marca, un promedio del 1.6 por ciento entre 1998 y el 2005.

Howard Koh, decano asociado de la escuela para Prácticas de salud Pública y ex comisario de salud Pública de Massachusetts dijo que "Los cigarrillos lentamente se convirtieron en dispositivos de emisión de droga diseñados para perpetuar la pandemia de tabaco".

Para aumentar las cantidades de nicotina inhaladas por los fumadores, los fabricantes de cigarrillos intensificaron la concentración de nicotina en su tabaco y modificaron los diseños de los cigarrillos para elevar el número de inhalaciones por cada uno, explicaron los investigadores de Harvard.

"El resultado final es un producto que es potencialmente más adictivo", indicó el estudio.

Hasta aquí, la nota periodística sobre dicho estudio guarda cierta coherencia y sus afirmaciones suenan plausibles (aún y cuando eso de modificar los diseños del los cigarrillos para elevar el número de inhalaciones no lo sea).

Sin embargo, lo que manda al traste todo el estudio es el párrafo final de la nota, que dice: “Las estadísticas más recientes sobre el impuesto federal al tabaco mostraron que el número de cigarrillos que se venden en Estados Unidos cayó en el 2005 al menor nivel en 55 años.”

Pregunta: ¿Hay alguna lógica en esto?

Respuesta: No, no la hay.

Si —como afirma el estudio— el nivel de nicotina aumentó 1.6 por ciento de 1998 a 2005 y se rediseñaron los cigarrillos para permitir un mayor número de inhalaciones (propiciando así una perpetuación de la “pandemia” del tabaco) no es posible que el número de cigarrillos vendidos en los Estados Unidos haya caído a su menor nivel en 55 años en el 2005.

Y dicha reducción resulta aún más espectacular si consideramos el aumento de la población en los Estados Unidos en esos 55 años.

Entonces, ¿de qué se trata? ¿Por qué los periódicos publican este tipo de notas? ¿Por qué darle difusión a los resultados de un estudio cuando estos se contradicen con la realidad?

Este tipo de cuestionamientos es lo que me ha llevado a la decisión de incluir temas de escepticismo en Crónicas Profanas, que en un principio se creó como un espacio para tratar temas culturales y literarios.

Así que, a partir de hoy, realidad, ficción, mitos y razón se entremezclan en estas crónicas.

Como en el mundo real.

* (http://www.elnorte.com/internacional/artículo/709451/)



1/13/2007

2007

Según el National Geographic Channel, sólo el 35% de la población mundial celebra el año nuevo el 1° de enero. O sea, un aproximado de 2,275'000,000 de personas.

El autor de estas Crónicas no se suma a ese estimado de personas, aunque por razones distintas. En primer lugar, la variedad de celebraciones de inicio de año en culturas muy diferentes me indica que se trata de algo abritrario; de una fecha escogida por razones de carácter religioso, agrícola o político.

Por lo tanto, dada su arbitrariedad, yo podría escoger iniciar el año el 21 de diciembre —fue en esa fecha en la que nací, hace 45 años— y eso tendría la misma validez que las que actualmente existen.

Sin embargo, no lo hago, por la sencilla razón de que no le veo sentido. Actualmente nos regimos por el calendario Gregoriano. Que vino a sustituir al Juliano. Que vino a sustituir a...

Una vez más, nos encontramos ante una serie de arbirtariedades que me hacen dudar hasta de mi fecha de nacimiento. Es por ello que nunca inicio el año el 1° de enero o en ninguna otra fecha en particular. Para mí, el año que inicia (2007) me sirve sólo como referencia.

Empleando un barbarismo tecno-popular, podría decir que cada día que despierto me "reseteo".

Así es. Cada nuevo día, sin importar la fecha, me encuentro al inicio de algo. Ese algo indefinido que constituye la vida, con su falta de sentido, con sus infinitas sorpresas, con su carga de lo cotidiano, con todo aquello que me hace exclamar: ¡Estoy vivo!

Aún así, sin celebración de inicio de año nuevo, en un 13 de enero arbitrario y por ello con algo de retraso, les deseo a mis ocasionales lectores un feliz año 2007.

Lo que sea que eso signifique.